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La globalización son los otros

Por Josep M. Lozano

Una vez organicé un seminario que sólo tenía una norma: estaba prohibido usar la palabra globalización. ¿Por qué? Pues porque vale la pena preguntarse, siempre que alguien la usa, si está diciendo algo inteligible. La palabra globalización, cuando escribo estas líneas, reporta en Google 1.380.000 resultados en catalán, 18.200.000 en castellano, y 41.100.000 en inglés. 17.318 resultados en Amazon. 26.842 en la Web of Knowledge. Y así podríamos seguir.

¿Estamos seguros de que sabemos de qué hablamos, cuando hablamos de globalización? Y, sobre todo, ¿estamos seguros de que todos hablamos de lo mismo? Todos -quien habla y su audiencia- se quedan muy tranquilos cuando alguien atribuye cualquier cosa a la globalización, aunque nadie se pregunta si, al pronunciar la palabra y al escucharla, todo el mundo está pensando en lo mismo. Globalización puede ser un buen ejemplo de lo que Weick presentó como un significado puro, sin sujeto. ¿Dicen y aclaran algo todas las frases que nos insisten en que la globalización hace o deja de hacer tal cosa? ¿Y cuando se trata de explicaciones? ¿Ganamos en conocimiento cuando decimos que este evento o aquel proceso los ha causado la globalización? Y no digamos cuando se habla de culpas y responsabilidades.

Todo el mundo se queda descansado cuando dice que tal cosa es culpa de la globalización. Listos, y a otra cosa mariposa: ya podemos irnos de tapas, a componer la pancarta o a redactar el panfleto, según gustos y preferencias. Ahora bien, ni Maigret, ni Hercules Poirot, ni toda la novela negra en peso podrían resolver este enigma de una culpabilidad sin culpable.

No estoy defendiendo la supresión de la palabra, claro está. Simplemente -como en aquel seminario- pongo en consideración la necesidad de verificar de alguna manera si, además de proferir sonidos, al vocalizar la palabreja se está diciendo algo. Sartre nos avisó de que el infierno era el otro. Y sartrianos de todo tipo han disfrutado de lo lindo repitiendo la frase hasta que, lentamente, la ola sartriana se fue amortiguando. Probablemente Sartre nunca tuvo ocasión de conocer la afirmación que tanto han repetido Humberto Maturana y sus seguidores: no vemos las cosas como son; vemos las cosas como somos. Quizá les habría ayudado a aclararse un poco, a todos ellos. Sea como quiera, si hay algo recurrente, es la tendencia a decir que la globalización son los otros. Me parece que todavía no he oído a nadie hablar de cualquier cosa «causada» por la globalización en primera persona (del singular o del plural).

Y aquí es donde quería ir a parar. A este déficit de primera persona. Parece que si algún significado arrastra la globalización, es el de totalidad. Todos estamos incluidos en ella y a todos nos afecta, de una manera u otra, lo sepamos o no. Ahora bien: todos quiere decir todos… y, por tanto, cada uno. Y el cada uno es el gran escamoteado de este asunto. Siempre vale la pena preguntarse cómo contribuimos -aunque sea modestamente- al estado de cosas que caracteriza al sistema del que formamos (¡formamos!) parte… y que a menudo criticamos o rechazamos. Globalización: todo/todos… y cada uno.

He pensado en todo ello mientras leía la reciente edición de parte de la correspondencia de José M. Valverde, una de las personas (y profesor) que recuerdo con cariño, agradecimiento, reconocimiento y admiración. En una de las cartas que recibió hay un fragmento que, en mi opinión, retrata a Valverde y a alguna de las mejores actitudes -ojalá nos pudiéramos acercarnos a ella- que nos legó a los que le conocimos. «Llegado a un cierto punto ya no hay ‘estrategia’ política ni consideraciones de tipo práctico. Hay la absoluta conciencia –la heroica conciencia- de ser hombre: criatura moral. Todo lo demás es subterfugio o deshumanización y no sé de los dos males cuál es peor».

El uno por el otro, la casa sin barrer. Pasan muchas cosas, tal vez por culpa de la globalización, no lo discutiré ahora. Pero quizás sí que hemos llegado a este «cierto punto», y nos hace falta adentrarnos en esta conciencia de ser humano, es decir, criatura moral. Si olvidamos eso, si renunciamos a ello, sólo nos quedarán muchos subterfugios -los hay de todo tipo y condición- y, sin duda, la deshumanización.

Y como estamos en tiempos de globalización, esto vale para todos… y para cada uno.

Visite la fuente en el blog de Josep M. Lozano



Josep M. Lozano

Profesor del Departamento de Ciencias Sociales e investigador senior en RSE en el Instituto de Innovación Social de ESADE (URL). Sus áreas de interés son: la RSE y la ética empresarial; valores y liderazgos en las organizaciones; y espiritualidad, calidad humana y gestión. Ha publicado sus investigaciones académicas en diversos journals. Su último libro es La empresa ciudadana como empresa responsable y sostenible (Trotta) Otros de sus libros son: Ética y empresa (Trotta); Los gobiernos y la responsabilidad social de la empresa (Granica); Tras la RSE. La responsabilidad social de la empresa en España vista por sus actores (Granica) y Persona, empresa y sociedad (Infonomía).

Ha ganado diversos premios por sus publicaciones. Fue reconocido como Highly commended runner-up en el Faculty Pionner Award concedido por la European Academy of Business in Society i el Aspen Institute. Ha sido miembro de la Comissió per al debat sobre els valors de la Generalitat; del Foro de Expertos en RSE del MTAS; del Consejo Asesor de la Conferencia Interamericana sobre RSE del BID; y de la Taskforce for the Principles for Responsible Business Education del UN Global Compact. En su página web mantiene activo un blog que lleva por título Persona, Empresa y Sociedad

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