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La economía del futuro es humana


¿Por qué leer este contenido?

Vivimos el inicio de una gran revolución. La digitalización de nuestro mundo ha comenzado y nada puede parar los grandes avances tenológicos que ya nos pisan los talones con fiermeza. Inteligencia artificial, realidad aumentada y otras ilusiones, pronto nos harán anhelar un mundo en que la capacidad de errar, la posibilidad de sentir y otros elementos humanos tengan cabida. Es responsabilidad de las empresas preservar ese mundo, humanizar la economía del futuro y en su momento, proveer algunos de esos valiosos elementos. ¿Lo harán?

Este artículo escrito por Miguel Ángel García Vega y publicado por el portal Ethic, ofrece la visión de un panorama algo menos pesimista sobre lo que pasará con nuestro mundo para 2050.

Transcribimos a continuación.


¿Podemos humanizar la economía del futuro?

Por Miguel Ángel García Vega

El futuro de la economía es negro, a veces blanco, pero también gris. El futuro de la economía resulta incierto, porque el mañana nunca acude con un libro de instrucciones. Simplemente llega. Como una avalancha o como un ligero cierzo. En esta meteorología de cifras y números, los analistas tienen dudas y certezas. Cuentan que ese mañana será digital. Un porvenir marcado por la automatización, la robótica y la inteligencia artificial. Al fondo, iluminando la escena, al igual que un rayo en la noche, el omnipresente big data.

Pero no todo será tan inasible como los unos y los ceros. «La gran revolución que viene en la economía es, sin duda, la sustitución progresiva de los combustibles fósiles», aventura Javier Rivas, profesor de EAE Business School. Algunos expertos han puesto fecha a su defunción: 2050. A la vuelta, diríase, de un recodo. Avistamos el final de la edad del petróleo. La desaparición del antaño oro negro cambia la estructura de producción. El mundo será distinto, ¿mejor? «Es tiempo de pensar alternativas. En la energía y también más lejos». La voz del Nobel de Economía Joseph Stiglitz suena clara y profunda. La austeridad, sostiene, ha fracasado y el neoliberalismo, esa criatura engendrada en los años ochenta por Ronald Reagan y Margaret Thatcher, está muerto. Más de tres décadas de tiranía parecen suficientes. El planeta económico necesita otros caminos.

A la búsqueda de un lugar en el mundo, la economía ha unido sus esperanzas a lo tecnológico. «El impacto del mundo digital, la robótica, la inteligencia artificial y la innovación genética transformarán la manera de producir. Todas las labores repetitivas serán automatizadas y muchos procesos de toma de decisiones se efectuarán sustentados en la inteligencia artificial, desde médicos hasta banqueros», reflexiona Eduardo Sicilia, director del Executive MBA de EOI. El cambio no es profundo, es una sima. El escritor científico británico Matt Ridley arroja luz en su libro The Rational Optimist a esas oquedades. En 1900, los estadounidenses gastaban 76 de cada 100 dólares en comida, ropa y techo. Hoy destinan 37 dólares. Comprar un Ford T en 1908 exigía dedicar 4.700 horas de trabajo. En nuestros días, hacen falta 1.000 horas para adquirir un vehículo mucho mejor. Todo cambia en un fogonazo.

«Las nuevas tecnologías exponenciales rompen lo que los economistas denominan fronteras de posibilidades de producción. Gracias a expresiones como el big data, la inteligencia artificial, el blockchain y el Internet de las cosas, hoy es posible lo que hace pocos años resultaba inimaginable. Se abre un mundo de oportunidades, pero también de desafíos», analiza Antoni Ballabriga, director global de Negocio Responsable de BBVA.

Por eso, los grandes gigantes tecnológicos compiten por esa inmaculada promesa que es la inteligencia artificial. Las raíces de esa economía nueva perfilan la línea del horizonte. Apple apuesta por su famosa Siri; IBM lleva invertidos 1.000 millones de dólares en Watson y Amazon respalda a Alexa. La inteligencia de las máquinas abandera una revolución tecnológica.

Esa nueva economía, en gran parte, supone analizar enormes cantidades de datos en tiempo real y darles, claro, sentido. Este universo digital estará alimentado, entre otras fuentes, por las redes sociales, el Internet de las cosas y la actividad cotidiana de las empresas. La consultora IDC Market Research calcula que el volumen de datos creados y copiados al año alcanzará los 180 zettabytes (180 seguido de 21 ceros) durante 2025. Estos números contribuyen a cambiar la forma en la que entendemos la relación con el empleo. «Nos dirigimos –ahonda Salvador Casquero, experto en Innovación y Tecnología Financiera del Instituto de Estudios Bursátiles (IEB)– hacia una atomización del trabajo, lo que significa que pasaremos del modelo actual a uno por tareas, de pequeños encargos; un espacio on demand. Es la economía del compromiso; la gig economy». Y añade: «Un lugar donde el empleado se convertirá también en empleador».

Porque, a estas alturas, nadie duda de que el mundo vive bajo la econometría permanente del cambio. Un movimiento perpetuo que nunca había sido tan claro. «Posiblemente, el mayor impacto de la transformación digital en nuestra sociedad es que las empresas deberán fundamentar sus modelos de negocio en una relación equilibrada con sus clientes y en una extrema transparencia», anticipa Antoni Ballabriga. En la base de esta inercia, habita, lo hemos visto, la presencia constante de la tecnología. Un asidero y también una amenaza. «Existe un peligro real de que las élites tecnocráticas vean ese mañana, cualquiera que sea, como una justificación de que sus valores y sus perspectivas son las correctas por la simple virtud de percibir esos atributos como la manifestación de toda esta maravillosa tecnología», alecciona Elizabeth Garbee, investigadora de la Escuela para el Futuro de la Innovación en la Sociedad de la Universidad Estatal de Arizona (ASU). «Una lectura así –aclara– solo incrementa la inequidad que ya vivimos en el planeta». «Transitamos por un mundo de capitalismo digital donde las ganancias van al 1% de la población. Y las máquinas exacerbarán la desigualdad a menos que les pongamos límites», avisa Philip Jennings, secretario general de la federación sindical UNI Global Union.

Entonces, ¿qué será del hombre? «El individuo puede perder relevancia si no incorpora valor de forma singular. La creatividad y las soft skills (liderazgo, inteligencia emocional o capacidad para hablar en público) serán esenciales si queremos tener un espacio de mayor consistencia que máquinas y algoritmos», incide Eduardo Sicilia. El profesor recuerda que Eric Schmidt, quien fuera director ejecutivo de Google, ahora presidente de Wikipedia, hablaba de contratar versatile learning animals. Grandes aprendices versátiles. Y también se escucha un concepto nuevo. Personas antifrágiles. Trabajadores que sepan resolver problemas en ambientes de estrés. Profesionales con la piel dura. La punta del iceberg de un paradigma laboral diferente. «¿Para qué vas a tener a alguien en plantilla si lo puedes uberizar? Profesores universitarios por horas, taxistas por horas, repartidores por horas. Es la expresión del advenimiento de entornos más flexibles. Algo que tiene aspectos muy positivos y también muy negativos», valora Nacho de Pinedo, consejero delegado de la escuela de negocios ISDI.

Las profecías son bien conocidas, porque se han relatado infinidad de veces. El Fondo Monetario Internacional (FMI) calcula que, en 2020, podrían desaparecer cinco millones de puestos de trabajo en el planeta por esta insurrección de computadoras y robots. Y los economistas Carl Frey y Michael Osborne, de la Universidad de Oxford (Inglaterra), estiman que el 47% de los empleos de Estados Unidos pueden ser engullidos por estos nuevos actores. Hay que buscar otras vetas. El profesor Ceferí Soler, director de personas y organización de Esade, desgrana las carreras del futuro. Y van desde la biotecnología o la biomedicina a todas las ingenierías y los estudios relacionados con la inteligencia artificial y la nanotecnología. Sin embargo, también aporta una lectura que es un giro, pues habla de los empleadores y no solo de los empleados. «Los líderes vendrán de Asia, y ellos van a fijar las pautas y aportarán el conocimiento», prevé el docente. Un cambio en la geopolítica de la empresa inexplicable sin el incesante empuje de China. Se siente el sorpasso. La economía de Estados Unidos –que llegó a representar la mitad de la producción industrial del planeta– ahora supone el 20%. Pese al retroceso, el dólar seguirá mostrando su fortaleza. En determinadas regiones, recuerda Javier Rivas, como América Latina, la divisa estadounidense es casi la moneda de curso legal junto a la autóctona.

Esa es una inercia que impactará en la economía del mundo. Aunque hay otras que también zarandearán el globo azul. Los expertos las llaman megatendencias. La clave, aseguran, del mundo que viene. Son 14. Al menos los que la gestora Pictet analiza junto al Instituto de Copenhague para Estudios Futuros. Una de las más importantes afecta a la memoria y al paso del tiempo. En 2050, habrá 2.000 millones de personas mayores de 65 años. Y las repercusiones en la economía se precipitan en cascada. Durante 2020, la mitad de la población mundial –describe Patricia de Arriaga, subdirectora general de Pictet AM en España– consumirá más de una dosis de medicamento al día, frente al 35% en 2015. «Además, esa población envejecida quiere soluciones de consumo más individuales, incluyendo medicamentos personalizados, y estas personas exigen una mejora en la calidad de vida», relata De Arriaga.

Otra de estas inercias planetarias interpela al agua, oro azul. Solo el 0,25% de la que fluye en el planeta es potable. Se ha convertido en una cuestión estratégica que depara inquietantes paradojas en esa intersección donde se cruzan economía y sostenibilidad. Hacen falta 15.000 litros de agua para producir un kilo de carne. Seis veces más que para generar idéntica cantidad de arroz.

Una amenaza distinta circula por los espacios del universo virtual. La seguridad dejará su cicatriz en la economía que llega. Solo en 2014, se contabilizaron 118.000 ataques cibernéticos diarios. Y esto marca la rutina de cualquier empresa. Una derivada de esa necesidad de vigilancia viaja a lo que comemos. La trazabilidad de los alimentos y su control de calidad –recuerda Gonzalo Rengifo– retrata un mercado que puede alcanzar los 16.000 millones de dólares en 2020. «Llega una economía basada en la transparencia en la que los consumidores, por ejemplo, conocerán al detalle el coste de los productos que manejan», comenta Salvador Casquero. Pues el consumidor, en la economía de la era digital, se vuelve más poderoso que nunca «gracias a fenómenos como la desintermediación (compra del producto directamente al fabricante) o los comparadores de precio», resume Ignacio Pinedo.

Es la expresión de un tiempo de cambio que conduce hacia un planeta distinto. «La economía del futuro es limpia y eficiente. Hemos visto las ventajas de precio, comodidad, proximidad y resistencia de las energías renovables y ya nos puede parecer “del otro siglo” la foto de la economía fósil», observa Peter Sweatman, fundador de la consultora Climate Strategy. Además, los impuestos obligarán a que paguen quienes contaminen. Y, rodeándolo todo, se escucharán las trompetas del calentamiento global. Este fenómeno, «sin duda, provocará transformaciones muy importantes. El cambio climático es una gran externalidad que nos afecta a todos, aunque de modo muy distinto», analiza Antonio Argandoña, profesor del IESE. «Y ocurre aquí algo parecido a lo que vemos en las grandes ciudades: congestión, contaminación, ruido. Al principio no le damos importancia; luego nos preocupa y tomamos medidas. Esto lo iremos viendo poco a poco».

También percibiremos la irrupción de la economía aplicada, que proporcionará herramientas –incide Casquero– para que cualquier cliente o empresa puedan construir nuevos modelos de negocio. Bajo esa sombra, se impone lo regional frente a lo global. Porque, gracias a la optimización de procesos, costes y flujos, compañías locales serán capaces de competir y ofrecer un servicio mucho mejor a los clientes. Este es un futuro dentro de los muchos posibles. Aunque todos serán digitales. El reto es encontrar un lugar donde convivan la voz económica del hombre y la geografía silenciosa de la naturaleza.

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