En el marco del Día Internacional de la Mujer (8 de marzo), es importante seguir levantando la bandera de la lucha por los derechos de las mujeres y la equidad, por lo que, en concordancia con esta contienda histórica que ellas han enarbolado, resulta fundamental alzar la voz contra ideas contemporáneas que, en los últimos años, nos han presentado como liberadoras o como una elección individual, pero que en realidad perpetúan la explotación, la desigualdad y la cosificación de las mujeres.
La batalla por nuestros derechos no solo se libra en el terreno legal y político, sino también en el discurso y la cultura. Muchas prácticas disfrazadas de empoderamiento han sido promovidas por el mercado y por un feminismo superficial que beneficia al status quo. Si no logramos transformar la forma en la que la sociedad piensa, no lograremos cambiar la forma en la que las mujeres viven.
Seguir perpetuando mitos que disfrazan la explotación de libertad solo aleja a las mujeres de la posibilidad de un futuro más justo. Es momento de desafiar estos discursos y apostar por un cambio estructural que realmente nos lleve a la equidad. Por ello, desmitificar los siguientes ejemplos de falso empoderamiento femenino es esencial para lograr una transformación real en la forma en que las mujeres son percibidas y tratadas en la sociedad.

12 ejemplos de falso empoderamiento femenino
1. La prostitución como “trabajo sexual”
Actualmente existen algunos que agumentan que la prostitución es una elección libre, pero la realidad es que, en la mayoría de los casos, las mujeres involucradas han sido víctimas de pobreza, abuso o trata, contextos que limitan o anulan su libre elección. Además, es bien sabido que la “industria” beneficia a los proxenetas y a los clientes, no a las mujeres, las cuales deben cumplir con los requerimientos y exigencias de quienes pagan.
Por otro lado, es importante mencionar que llamar “trabajo sexual” a un claro mecanismo ideológico y estructural que legitimiza la explotación humana no es más que un eufemismo que oculta la violencia implícita en estas prácticas y anestesia el pensamiento crítico. Estudios han demostrado que la mayoría de las mujeres en prostitución han vivido situaciones traumáticas y no cuentan con opciones reales para salir de ella.
La prostitución perpetúa la desigualdad de género, ya que refuerza la idea de que los cuerpos femeninos están disponibles para ser comprados. Además, la violencia en esta industria es sistemática, pues las mujeres enfrentan agresiones físicas y psicológicas, enfermedades de transmisión sexual y problemas de salud mental como estrés postraumático.
La regulación de la prostitución en algunos países ha demostrado que no mejora la seguridad de las mujeres, ni reduce la trata de personas. Al contrario, expande la demanda y normaliza la explotación, perpetuando un sistema donde las mujeres siguen siendo vulneradas y vistas como un objeto de compra disponible para satisfacer el deseo de los compradores.
2. Alquiler de vientres: la maternidad como mercancía
La explotación reproductiva se disfraza de un acto altruista o de empoderamiento económico, pero en realidad lucra con la capacidad reproductiva de las mujeres en situación vulnerable, reduciéndolas a incubadoras humanas. Muchas de las mujeres que recurren a esta práctica lo hacen por necesidad económica, mientras que los mayores beneficiarios son las agencias y quienes pueden pagar por el servicio.
La ciencia ha demostrado que el embarazo crea un vínculo irremplazable entre madre y bebé. Sin embargo, el alquiler de vientres rompe este lazo, generando impactos psicológicos tanto en la gestante como en el niño. El recién nacido sufre la separación abrupta de la persona con la que ha estado en contacto desde su concepción, lo que puede tener efectos negativos en su desarrollo emocional:
“Los estudios científicos favorables a la gestación subrogada minimizan y ocultan el impacto de la subrogación para la salud mental de madres y bebés a corto, medio y largo plazo”.
Psiquiatra Ibone Olza.
A nivel legal y ético, esta práctica presenta grandes dilemas, pues convierte la maternidad en una transacción comercial y, mientras oculta las consecuencias que experimenta la madre y el hijo:
“Se justifica la necesidad de explorar todos los tipos de maternidad, y sin embargo a la madre que gesta se la saca muy rápido del mapa. ¿Qué pasa con esa madre que no tiene bebé después del parto? ¿Y qué pasa con esa madre los años posteriores al parto, a largo plazo? Todo tu sistema inmune se modifica, tu riesgo a patologías cambia, todo tu sistema cardiovascular ha cambiado, se han producido cambios a nivel hormonal y cerebral… Todo esto está obviado”.
Susana Carmona, neurocientífica.
3. Venta de contenido explícito en plataformas digitales
OnlyFans y otras plataformas similares se venden como una forma de independencia financiera, pero en realidad perpetúan la explotación, la cosificación y exponen a las mujeres a riesgos psicológicos y físicos. Aunque muchas creen tener control sobre su imagen, la realidad es que dependen de la demanda masculina y de dinámicas que las obligan a sobreexponerse para generar ingresos.
La industria de la pornografía ha normalizado la violencia sexual y la objetivación del cuerpo femenino. Las mujeres en estas plataformas están sujetas a acoso, filtración de contenido sin su consentimiento y chantajes, lo que puede derivar en graves problemas de salud mental como ansiedad y depresión.
A largo plazo, esta práctica refuerza la idea de que el valor de las mujeres radica en su atractivo sexual y en su disposición a exhibirse para el consumo masculino, consolidando así un modelo de presunto empoderamiento basado en la explotación.
4. Hipersexualización en la industria musical y del entretenimiento
Se presenta como una “reapropiación” del cuerpo femenino, pero sigue reproduciendo los mismos patrones que reducen a la mujer a un objeto de deseo masculino. La presión por cumplir con estándares de belleza inalcanzables y adoptar una imagen hipersexualizada limita la libertad de expresión real.
Muchas artistas y celebridades son utilizadas como herramientas de marketing para promover una imagen de feminidad centrada en la sexualización. Esto afecta la percepción de las jóvenes, quienes interiorizan la idea de que la validación social y el éxito dependen de su apariencia física y su capacidad de atraer la mirada masculina.
Además, la hipersexualización impacta negativamente en la autoestima y salud mental de las mujeres, generando trastornos alimenticios, depresión y ansiedad, al tiempo que refuerza la cultura de la cosificación y la violencia de género.
5. Cirugías estéticas extremas en nombre de la autoestima
La industria de la belleza impone estándares inalcanzables que llevan a las mujeres a someterse a procedimientos invasivos y peligrosos. La idea de que la validación externa define su valor perpetúa la inseguridad y genera graves consecuencias para la salud física y mental.
Muchas mujeres recurren a cirugías como implantes, liposucciones o tratamientos riesgosos con la esperanza de encajar en un ideal de belleza promovido por los medios y redes sociales. Sin embargo, estas intervenciones pueden generar complicaciones médicas, adicción a las modificaciones corporales y una insatisfacción constante con la propia imagen.
Además, se refuerza el mensaje de que la apariencia es la clave del éxito y la aceptación social, desviando la atención de problemáticas estructurales que afectan a las mujeres en otros ámbitos, como la desigualdad laboral y la violencia de género.
6. Moda “feminista” sin impacto real
Las camisetas con frases como “Girl Power” se venden como símbolos de empoderamiento, pero detrás hay explotación laboral de mujeres en fábricas de países en desarrollo. Esta comercialización vacía del feminismo desvía la lucha real por los derechos de las mujeres.
Grandes marcas utilizan el feminismo como estrategia de marketing, sin aplicar políticas de equidad en sus propias estructuras. Muchas de estas prendas son fabricadas en condiciones precarias por mujeres mal pagadas y sin derechos laborales.
Consumir productos con mensajes feministas no genera un impacto real si no va acompañado de acciones concretas para reducir la desigualdad. Es necesario impulsar cambios en la legislación y en las condiciones laborales para que el empoderamiento sea genuino y no solo una tendencia comercial.

7. Feminismo corporativo vacío o purplewashing
Muchas marcas han incorporado discursos feministas en sus campañas publicitarias, pero sin aplicar cambios reales dentro de sus estructuras. Empresas que promueven la igualdad en sus anuncios siguen manteniendo brechas salariales, entornos hostiles y falta de oportunidades para mujeres en puestos directivos.
Este tipo de estrategias convierte la lucha feminista en una simple herramienta de marketing, vaciando su contenido y desviando la atención de las problemáticas reales. Las consumidoras son inducidas a creer que comprar productos con mensajes feministas contribuye a la causa, cuando en realidad beneficia solo a las compañías.
Para combatir este tipo de ejemplos de falso empoderamiento femenino, es necesario que las empresas implementen cambios internos tangibles, como igualdad salarial, licencias de maternidad y protocolos contra el acoso.
8. “Ser tu propio jefe” en esquemas piramidales
Muchas empresas de marketing multinivel venden la idea de independencia financiera para mujeres, pero en realidad las convierten en trabajadoras sin derechos laborales y con deudas. La promesa de libertad económica oculta el hecho de que la mayoría no genera ganancias reales y termina atrapada en un ciclo de inversión constante.
Las estructuras piramidales aprovechan la vulnerabilidad de las mujeres con pocos recursos y las presionan para reclutar a otras. Estas compañías suelen disfrazar su esquema con discursos motivacionales que enfatizan la autosuperación, cuando en realidad perpetúan la precarización laboral.
Este es otro de los ejemplos de falso empoderamiento femenino que explotan la necesidad económica de las mujeres, haciéndoles creer que el éxito depende únicamente de su esfuerzo individual, ignorando las barreras estructurales que enfrentan.
9. «Madre perfecta»: la romantización de la sobrecarga materna
Se promueve la idea de que una madre debe hacerlo todo sin ayuda, sacrificando su vida personal y profesional en nombre del amor. Esta narrativa impone expectativas irreales que afectan la salud mental de las mujeres, quienes se sienten culpables por no cumplir con un estándar inalcanzable.
La romantización de la maternidad invisibiliza la falta de corresponsabilidad en el hogar y en la crianza de los hijos. Muchas mujeres terminan asumiendo una doble jornada laboral, sin reconocimiento ni apoyo, lo que impacta en su bienestar y su desarrollo profesional.
Para desmontar este falso empoderamiento, es necesario fomentar políticas de conciliación laboral y familiar, así como una distribución equitativa de las responsabilidades en el hogar.

10. Aplicaciones de citas como sinónimo de libertad sexual
Se presentan como herramientas de empoderamiento, pero refuerzan dinámicas de cosificación y validación externa. En muchas de estas plataformas, las mujeres están expuestas a acoso, violencia digital y dinámicas de consumo donde su atractivo es evaluado constantemente.
Estas aplicaciones refuerzan la idea de que la autonomía sexual de las mujeres debe pasar por la aprobación masculina. Además, promueven relaciones efímeras y desechables, lo que puede afectar la autoestima y la percepción de su propio valor.
Es fundamental cuestionar la idea de que la libertad sexual implica exponerse a entornos que perpetúan la violencia y la desigualdad, en lugar de promover relaciones basadas en el respeto y el consentimiento.
11. La exigencia de “ser fuerte” en lugar de reconocer la desigualdad
Decirle a las mujeres que deben «ser fuertes y resilientes» ante la discriminación desvía la atención del problema real: las estructuras patriarcales que perpetúan la desigualdad. Este discurso individualiza la lucha y minimiza la necesidad de cambios sistémicos.
Las mujeres no deberían cargar con la responsabilidad de soportar el machismo y la violencia estructural, sino exigir un entorno más justo. La resiliencia no debe ser la única opción ante la desigualdad, sino la transformación de las condiciones que la generan.
Para erradicar estos ejemplos de falso empoderamiento femenino, es necesario cambiar las políticas, la educación y la cultura, en lugar de imponerle a las mujeres la carga de la resistencia.

12. La idea de que “todas las mujeres son rivales”
Desde la cultura pop hasta el ámbito laboral, se impulsa la narrativa de la competencia entre mujeres en lugar de fomentar la sororidad. Se refuerza la idea de que el éxito de una mujer solo puede lograrse a costa del fracaso de otra.
Este discurso divide a las mujeres y debilita la lucha por la equidad de género, al convertirlas en adversarias en lugar de aliadas. En muchos espacios, esta rivalidad es fomentada para evitar la organización y el apoyo mutuo.
Desafiar este mito implica construir redes de apoyo entre mujeres, promoviendo la colaboración y la lucha conjunta para transformar las estructuras de desigualdad que nos afectan a todas.
La urgencia de redefinir el empoderamiento femenino
Es esencial que la sociedad analice con una mirada crítica los discursos que promueven ejemplos de falso empoderamiento femenino. La apropiación de la lucha feminista por parte del mercado ha generado una versión superficial del empoderamiento que no transforma realidades.
Para que el empoderamiento sea genuino, debe basarse en la equidad de derechos, en oportunidades laborales justas y en la eliminación de la violencia estructural. Las mujeres no necesitan discursos vacíos, sino acceso real a educación, autonomía financiera y seguridad.
Reconocer y combatir los ejemplos de falso empoderamiento femenino permitirá construir un camino hacia una sociedad donde las mujeres puedan ejercer su libertad sin que sus derechos sean manipulados en beneficio de intereses económicos.

Hacia un empoderamiento real y transformador
El empoderamiento femenino no debe ser una estrategia de mercado ni un discurso vacío que perpetúe las desigualdades. Es necesario desafiar las narrativas que disfrazan la opresión de libertad y exigir cambios estructurales que beneficien a todas las mujeres.
La lucha feminista no consiste en adaptarse a un sistema que nos explota, sino en transformarlo. Para ello, debemos cuestionar los ejemplos de falso empoderamiento femenino y promover acciones que impulsen la equidad de género desde la raíz.
Solo cuando la sociedad reconozca y combata estas falsas narrativas, será posible un empoderamiento real, en el que todas las mujeres puedan ejercer sus derechos sin ser cosificadas, explotadas o reducidas a mercancía.