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Grandes y pequeñas, tradicionales o innovadoras, consolidadas o nacientes. Los perfiles de las empresas pueden ser muy distintos, pero todas ellas se están preparando para una nueva revolución industrial; esta vez, sustentable. Aquí un resumen de lo que hacen hoy las empresas por la sustentabilidad.

Aunque ya ocupa una posición de liderazgo en el desarrollo de vehículos “ecoeficientes”, entre otros factores por su best-seller híbrido, el Prius, Toyota no se conforma.

Anunció que aspira a reducir las emisiones de dióxido de carbono un 35 por ciento por unidad en menos de tres años. Ford, miembro de la Chicago Climate Exchange (el primer registro y sistema de reducción y comercialización de emisiones de los seis gases de efecto invernadero en los Estados Unidos y el mundo), planea reducir en un 6 por ciento las emisiones de sus plantas hacia el final de la década.

En tanto, Toshiba avanza a la vanguardia en el desarrollo de celdas de hidrógeno para baterías de notebooks, amén de productos ecoeficientes. Dell figura entre los primeros fabricantes de computadoras personales de los Estados Unidos que se ocupa de recuperar el hardware usado de los consumidores y reciclarlo gratuitamente.

Marks & Spencer, la centenaria tienda de departamentos inglesa, compra productos en el área de influencia de sus locales para reducir el costo del flete y el uso de combustible.

Entre las iniciativas “verdes” de Ericsson, por su parte, se incluye el desarrollo de sistemas de telecomunicaciones alimentados con energía eólica o celdas de hidrógeno.

Motorola recupera equipos usados, aunque por el momento sólo en México, los Estados Unidos y Europa. El banco ABN AMRO opera en la comercialización de emisiones de carbono y financia desde microemprendimientos “orgánicos” hasta el desarrollo de biocombustibles. El 40 por ciento de la capacidad de generación de FPL, el generador de energía solar más grande de los Estados Unidos, es eólica.

Iberdrola obtiene el 17 por ciento de su capacidad de generación de fuentes de energía renovables. Dow Chemical aumenta constantemente su inversión en investigación y desarrollo de productos “verdes”, tales como tejas que a su función específica suman la de proveer de energía solar a los edificios que cubren, o sistemas de tratamiento de agua para regiones en las que es escasa. Y la lista sigue…

Lo interesante es que, por cada una de estas “estrellas” en el escenario empresarial global, hay otras tantas más pequeñas o menos visibles en el mundo de las celebridades corporativas que tienen idéntica preocupación por colaborar en la construcción de un futuro sustentable.

La revista Inc. les dedicó un informe especial bajo el título “The Eco Advantage”, en el que estudió a un conjunto de emprendedores, de ninguna manera pequeño, que parece haber entendido que detrás de la ola verde se esconde más de una ventaja competitiva.

De los numerosos emprendimientos relevados, seleccionaron una lista corta de 50, en la que figura, por ejemplo, la compañía textil estadounidense Interface y su presidente, Ray Anderson (72), quien transformó la empresa que fundó hace 33 años en la primera del sector en el mundo en “convertirse” a la sustentabilidad y en poner el acento en algo más que evitar la contaminación o conservar el medio ambiente. “La sustentabilidad implica no tomar nada de la Tierra que no sea rápida y naturalmente renovable, y no hacerle daño a la biosfera”, dice Anderson.

También aparece en la lista una pequeña y tradicional cadena de comidas rápidas netamente familiar, Burgerville, que decidió apostar de lleno a la sustentabilidad.

Al empleo de frutas y verduras producidas local y orgánicamente que era casi su declaración de principios, hace tres años sumó como insumo la carne producida por la cooperativa Country Natural Beef, proveniente de vacas criadas “al natural”, sin la aplicación de antibióticos u hormonas de crecimiento. Con idéntica filosofía, el año pasado migró sus 39 locales a la energía eólica, con lo que consiguió una reducción anual de emisiones equivalente a retirar 1.700 automóviles de circulación.

Cuadro de honor
No es casual que a esta enumeración de ninguna manera taxativa, además de los pequeños y medianos emprendedores convencidos, se sumen muchas empresas conocidas mundialmente. “La sustentabilidad aparece al tope de las agendas de cada vez más CEOs aseguró Lenny Mendonca, presidente del McKinsey Global Institute. Por primera vez se les exige que, además de jefes funcionales de sus compañías, sean estadistas.”

Y si eso se espera de los Nº 1 de las empresas, parece natural que a los inversores se les reclame un comportamiento de “entes reguladores”. O que el mercado financiero en su conjunto observe con ojo crítico la conducta de los destinatarios de sus fondos.

Por eso, tampoco es casual que, desde el año 2005, Corporate Knights e Innovest Strategic Value Advisors presenten en el World Economic Forum de Davos su lista anual de las 100 empresas más sustentables del mundo.

Ni que este año lo hicieran en el marco del debate “The Investor is the New Regulator”. Como consignó BusinessWeek en un artículo publicado por entonces, “hay mucho dinero detrás de la agenda de la sustentabilidad.

Según una estimación de la asociación de comercio Social Investment Forum, los activos de fondos mutuos diseñados para invertir en empresas que cumplan con determinados estándares de responsabilidad social han pasado de US$ 12.000 millones en 1995 a US$ 178.000 millones en 2005”.

Un ejemplo en ese sentido y a título ilustrativo: el Global Banking Report 2006 de Innovest señala al ABN AMRO como uno de los radares de riesgos ESG (la sigla en inglés correspondiente a “ambientales, sociales y de gobierno corporativo”) más fuertes del mundo del crédito para empresas.

Aplica políticas estrictas de préstamo específicas por sector, y exige a los clientes que implementen las mejores prácticas internacionales para evaluar y mitigar ese tipo de riesgos. Por otra parte, ofrece préstamos en condiciones favorables a proyectos de construcción sustentables; ayuda a financiar las iniciativas corporativas para reducir el impacto de sus actividades sobre el medio ambiente; ofrece seguros y asesoramiento en gestión del riesgo ambiental, y pone a disposición de sus inversores clientes “fondos verdes” con un portafolio de proyectos ambientalmente sanos.

También, claro, se ocupa de su propio “impacto ambiental”: sus programas de uso eficiente de la energía ya han empezado a rendir frutos en la reducción de emisiones desde el año 2004, tomado como año de referencia, y al mismo tiempo espera que gracias a ellos pueda ahorrar 3,5 millones de euros en cuatro años.

Figura en el Climate Leadership Index, un índice elaborado anualmente por el Carbon Disclosure Project (CDP) en el que se incluyen las 50 mejores compañías entre las 500 del Financial Times por su política frente al cambio climático. Y el año pasado recibió la medalla de oro con la que el World Environment Center premia a quien más ha logrado en el ámbito corporativo internacional en materia de desarrollo sustentable.

El ABC
La Global 100,como se denomina a la lista de las 100 empresas más sustentables del planeta, es elaborada por Corporate Knights, una firma de medios canadiense que publica la revista de mayor circulación en el mundo enfocada en la responsabilidad social, e Innovest Strategic Value Advisors, una consultora fundada en 1995 por su actual CEO, Mathew

Kiernan, ex socio de KPMG y primer director de lo que hoy se conoce como el World Business Council for Sustainable Development de Ginebra. Innovest es una institución especializada en evaluar y asesorar a potenciales inversores en cuanto a los factores “no tradicionales” generadores de riesgos y valor para el accionista; o sea, releva la relación de las empresas con el medio ambiente, su responsabilidad social, las pautas de gobierno corporativo.

En la descripción de la metodología empleada para definir quiénes permanecen (o “desaparecen”) en el selecto mundo de las Global100, Innovest afirma que no pretende analizar a la empresa desde el punto de vista ético, sino evaluar su desempeño según algunos indicadores de calidad de gestión y evolución financiera en el largo plazo. Por lo tanto, centra su investigación en aquellos factores intangibles que inciden en mayor medida en el rendimiento del negocio.

Para determinar el valor de esos “intangibles”, combina una serie de parámetros que incluyen capacidad de innovación, medio ambiente, responsabilidad social, capital humano.

En el rubro medio ambiente, por ejemplo, evalúa la estrategia general de la compañía; la consistencia de sus políticas en todas las operaciones internacionales; si se incluye este factor en el esquema de compensaciones; los sistemas de gestión e información en vigencia; si cuenta con la certificación ISO 14000; si se realizan auditorías, con qué frecuencia y con qué grado de imparcialidad; si se analizan productos y materiales, y su ciclo de vida; si se hace un “screening” de los proveedores; los riesgos de contaminación; el manejo de residuos peligrosos; el uso inteligente de la energía; el control de emisiones; la sensibilidad geográfica o demográfica en el área de influencia; las posibilidades de mejora, los negocios medioambientales en curso y los que están en etapa de desarrollo.

En materia social, entre muchos genéricos y usuales, figuran algunos parámetros más y menos transitados, como las condiciones de trabajo y seguridad, la flexibilidad horaria, las oportunidades de capacitación, la existencia de códigos de conducta, la igualdad de oportunidades, el respeto por los derechos humanos o el trabajo de menores.

Las calificaciones que la empresa relevada obtenga en cada uno de este centenar de indicadores se registran en una matriz que también pondera los factores asociados a cada industria que pueden incidir en el resultado.

A partir de allí se construye una escala similar a la que usan las evaluadoras de riesgo. En el punto más alto, la triple A identifica a las empresas con mínimos y bien identificados riesgos y responsabilidades medioambientales y sociales, que están en excelentes condiciones de compensar cualquier pérdida que pudiera producirse; que se encuentran muy bien posicionadas para lidiar con cualquier endurecimiento de las regulaciones, y a su vez no descartan y están preparadas desde el punto de vista estratégico para capitalizar cualquier oportunidad de negocios y ganancias asociada al medio ambiente o al entorno social.

Después de cinco posiciones intermedias, cierra la escala la triple C, que corresponde a aquellas empresas que dejan más dudas y peores certezas respecto de su capacidad para manejar los riesgos y responsabilidades que generan, por lo cual además de provocar serias pérdidas, tal vez irrecuperables, que no están en condiciones de solventar, tampoco parecen poder capitalizar las eventuales oportunidades de negocios.

Según ejemplifica Innovest, British Petroleum que por primera vez desde que se publica la lista, este año quedó afuera registra una sólida etiqueta AA, a pesar de que en el pasado reciente su reputación se vio afectada por la explosión de una refinería en Texas, con un trágico saldo de 15 muertos; una multa aplicada a otra plata ubicada en Ohio, una pérdida considerable en un oleoducto de Alaska, y una investigación judicial relacionada con la manipulación de los precios del petróleo.

¿Por qué entonces sigue bien catalogada? Porque gana puntos cuando decide invertir más de US$ 8.000 millones en energías alternativas para diversificarse, o se compromete a trabajar con distintas comunidades y grupos ambientalistas.

En tanto, Exxon recibe una más riesgosa etiqueta BB porque ha hecho poco por reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y encara grandes proyectos en zonas de riesgo.

A su vez, la oscurísima triple C que le asignan a PetroChina es muy fácil de explicar: la explosión de un pozo mató a 243 personas en el año 2003, y otro incidente similar en 2005 derramó benceno en un río y dejó a millones sin agua durante un tiempo. De todas formas ninguna de las tres integra la lista de las 100 mejores.

Entre las que estaban en la lista del 2006 y ya no están, se cuentan ABB, Bank of America, Cadbury Schweppes, Canon, Deutsche Telecom, Ericsson, Glaxosmithkline, Johnson & Johnson, Novartis, Skanska, UPS, Vodafone, Volvo. En cambio, entre las 36 que entraron se destacan Accor, Adecco, Air France-KLM, AIG, East Japan Railway Company, Genzyme, Goldman Sachs, Google, HSBC, Inditex , JP Morgan Chase, Mitsubishi Heavy Industries, Roche, Shell, Scania y Walt Disney. Un punto interesante es cierta “concentración” entre las 100 finalistas: el Reino Unido lleva la delantera con 24 empresas en la lista, seguido por los Estados Unidos con 19 y Japón con 13.

Poderoso Don Dinero
Según una cita clásica de un artículo del científico de Stanford, Peter Vitousek, y un grupo de colegas, publicado en Science hace casi 10 años, “estamos transformando la Tierra más rápido de lo que logramos entenderla”. Una realidad de aplicación atemporal que alimenta un debate cada vez menos filosófico, y más económico y político.

Aunque muchos sugieren que la “onda verde” gana protagonismo cíclicamente, esta vez los mercados parecen haberla impulsado con más potencia. El precio del petróleo, el cambio climático, la sensación de que los productos químicos realmente hacen daño y de que los recursos del planeta son de verdad limitados, parecen problemas destinados a ser resueltos por los que hacen las cosas y no por los que declaman lo que debe hacerse.

Entre los que prefieren la oscuridad del extremo más crítico y pesimista, y los idealistas que creen que con estandartes y manifestaciones podemos “reverdecer” el planeta, se ubican los inversores, por un lado, cada vez con más decisión, que vuelcan miles de millones de dólares a empresas “verdes”. Y por el otro, un número creciente de empresas y gobiernos, cada uno con sus motivos y sus estrategias, están manejando los riesgos y las oportunidades que plantea el medio ambiente, la responsabilidad social y la distribución del desarrollo económico, mejor y más rentablemente que sus pares.

Lo subraya, no ya como un ranking, la tercera edición del informe Carbon Down, Profits Up, preparado por The Climate Group, una organización independiente sin fines de lucro, con operaciones globales y sedes en los Estados Unidos, el Reino Unido y Australia.

Allí parece confirmarse que el año 2006 ha encontrado a los operadores económicos más ocupados en buscar la mejor manera de recortar las emisiones para reducir el impacto ambiental negativo que en discurrir sobre cuál de los gases responsables del efecto invernadero es el más peligroso, o el que condiciona de manera más definitiva el futuro del mundo (o cuánto contamina tal o cual adalid de la lucha contra el calentamiento global).

Según el informe, 137 organizaciones de 20 países informaron reducciones de las emisiones de gases de efecto invernadero, en tanto que 27 sumaron ahorro a la reducción. Catalyst Paper, Dupont, AstraZeneca y los gobiernos de Seattle (en los Estados Unidos) y Woking (en el Reino Unido) han logrado recortar las emisiones operativas más del 60 por ciento.

El hecho de que esa actitud más responsable frente al ambiente estuviera asociada a una mejora consistente del rendimiento operativo y a una reducción significativa de los costos, ayuda a entender que la reducción de los gases nocivos y el desarrollo económico no son mutuamente excluyentes, sino que se refuerzan recíprocamente.

Igualmente optimistas, aunque con una visión “macro”, son las conclusiones del “Stern Review on the Economics of Climate Change”, un informe inglés del año pasado elaborado por Sir Nicholas Stern, ex economista del Banco Mundial, en el que se sostiene que “estamos a tiempo de evitar los efectos más nefastos del cambio climático si actuamos ahora y globalmente”.

Aunque deja en claro que no tenemos más de 10 años si queremos evitar cambios irreversibles y potencialmente catastróficos. Tanto es así que, seguir haciendo negocios “como siempre” podría causar un impacto económico superior en escala al de las dos guerras mundiales y la Gran Depresión juntas. Lo que significa poner más del 20 por ciento del producto bruto mundial en juego.

Dime qué haces
En los últimos tiempos, cualquier iniciativa corporativa relacionada con el cambio climático adquiere notable visibilidad. No porque sea única o extraordinaria, sino porque demuestra una tendencia constante, exitosa y genuina.

En noviembre de 2005, el HSBC no guardó con secreta modestia la noticia de que había logrado, tres meses antes de lo planeado, convertirse en el primer banco “neutral” en materia de emisiones de carbono. Tampoco British Petroleum cuando se comprometió a duplicar sus inversiones en energías alternativas.

El guante lo recogieron muchos, y en el año 2006, Alcoa, Asahi Glass, Dow Chemical, Entergy y Westpac lograron reducciones que superan el 25 por ciento; Dupont y AstraZeneca, por encima del 60 por ciento; y Catalyst Paper, un notable 71 por ciento. El Bank of America empezó a promover entre sus empleados el uso de automóviles híbridos, más limpios, a través de incentivos o planes de compra.

Virgin decidió invertir todas las ganancias de los próximos tres años en sus divisiones de transporte aéreo y ferroviario hasta alcanzar los US$ 400 millones en el desarrollo de biocombustibles. General Electric lanzó Ecomagination en mayo de 2005, y un año después ya obtenía más de US$ 10.000 millones en ese abanico de productos y servicios de alta tecnología y bajo consumo de carbono.

Más allá de las ganancias derivadas de esta nueva economía “baja en carbono”, el ahorro se consolida como un beneficio económico asociado. Dow Chemical, por ejemplo, ahorró aproximadamente US$ 4.000 millones entre 1994 y 2005 mientras contribuía con un 32 por ciento de reducción de las emisiones. Otro indicador de tendencia son las iniciativas sectoriales, por lo general impulsadas por nuevas exigencias regulatorias.

No son pocas las industrias que han descubierto los beneficios de la “cooperación competitiva”: comparten las mejores prácticas en estrategias de reducción de gases, discuten cuáles son las soluciones viables y qué se puede considerar un objetivo realista mientras, al mismo tiempo, se desesperan por superar a sus compañeros de ruta en los resultados.

En el año 2000, tres empresas cementeras Lafarge, Holcim y Cimpor, a través de la Cement Sustainability Initiative, crearon un método de registro de emisiones y un régimen de objetivos aplicables a toda la industria. En la actualidad, 17 empresas han acordado voluntariamente usar esa metodología para computar sus emisiones de gases de efecto invernadero y se comprometieron a fijar sus propias metas de reducción.

La cementera es una de las industrias de consumo de energía más intensivo: la producción de una tonelada de cemento libera aproximadamente 700 kilogramos de dióxido de carbono en la atmósfera (60 por ciento producto de la remoción de la “descarbonización” de la piedra caliza y el 40 por ciento restante derivado de la combustión de combustibles fósiles), lo que significa un 5 por ciento del total global de emisiones.

La cementera francesa Lafarge es el mayor productor de cemento del mundo y la única empresa del rubro que figura entre las 100 empresas más sustentables del mundo. Fundada en 1833, trabaja en mejorar su sustentabilidad desde 1990. Ahora aspira a llevar la reducción del 12,75 por ciento por unidad de producción conseguida en estos años al 20 por ciento en el año 2010.

Nada de ficción
Un enfoque colectivo parecido adoptó la industria de la pulpa celulosa y el papel, aunque las empresas de este sector no trabajan en colaboración tan estrecha. Esta industria puede contribuir a mitigar considerablemente el cambio climático tan sólo con emplear sus propios subproductos para generar la energía que necesita para operar: al “pasarse” a la biomasa no sólo reduce el consumo de combustibles fósiles, sino también disminuye los residuos que genera. International Paper, Stora Enso, Weyerhaueser y Catalyst Paper Corporation (ex Norske Canada) a la cabeza, son las papeleras que figuran en el informe de The Climate Group.

Todas redujeron sus emisiones, expandieron la industria de la biomasa y generaron ganancias en el proceso. Desde 1998, International Paper lleva reducidas sus emisiones en un 20 por ciento a partir de una mejor gestión de los residuos, menor empleo del transporte, la siembra de árboles y la utilización de energía renovable.

La norteamericana Weyerhaueser se propuso reducir su nivel de emisiones del año 2000 en un 40 por ciento para el año 2020 aumentando su eficiencia en el uso de la energía y la sustitución de los combustibles fósiles por biomasa. Ya está un 13 por ciento abajo.

Stora Enso, una fusión reciente entre empresas escandinavas nacidas en el siglo XIX, obtiene el 63 por ciento de la energía que consume de fuentes renovables y redujo sus emisiones un 7 por ciento, sólo en 2004, mediante la modernización de sus calderas, turbinas y sistemas de vapor. Y la canadiense Catalyst logró un espectacular 71 por ciento de reducción de gases y una baja del 21 por ciento en el consumo de energía desde 1990. En los últimos dos años consumió un 2 por ciento menos de combustible, con un ahorro equivalente a US$ 4,4 millones.

Más allá del impacto en su propia “huella” de carbono, los esfuerzos en pos de la sustentabilidad de esta industria tienen un efecto multiplicador favorable en toda su cadena de valor. Además, es central en materia de “neutralización”, ya que los grandes bosques ofrecen oportunidades de compensación, generando a su vez un valioso flujo de ingresos para el sector.

Una prueba tangible de que, en ésta como en cualquier industria, a la hora de trabajar por un futuro sustentable o, dicho de otro modo, posible y rentable no hacen falta demasiadas revoluciones: los cambios progresivos también sirven para luchar eficazmente contra el fantasma del cambio climático y mejorar la última línea del balance.

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