Desde hace años, el uso excesivo de pantallas ha encendido las alertas en el ámbito educativo. Pero fue hasta enero de 2024 que Países Bajos dio un paso firme: prohibir celulares en clase en prácticamente todas sus escuelas secundarias. A más de un año de implementación, los primeros resultados no solo apuntan a una mejora en la concentración académica, sino también a un inesperado pero bienvenido efecto en la salud mental de los adolescentes, de acuerdo con el Excélsior.
La medida, respaldada por docentes, familias y autoridades, no fue una decisión improvisada. Respondió a una inquietud creciente sobre la hiperconectividad en la adolescencia y sus consecuencias en el entorno escolar. Ahora, los datos comienzan a contar una historia: más tranquilidad, menos ansiedad y una participación más activa en clase. Pero también hay retos nuevos, especialmente en la forma en que los jóvenes procesan sus emociones sin la mediación constante de una pantalla.
Un aula sin pantallas: los primeros efectos de prohibir celulares en clase
Cuando el gobierno neerlandés impulsó la política de prohibir celulares en clase, lo hizo con el respaldo de la comunidad educativa. Desde entonces, el 99 % de las escuelas secundarias ha adoptado medidas estrictas para limitar el acceso a dispositivos durante las clases. Muchos estudiantes deben dejar sus teléfonos en casa o guardarlos en cajas fuertes al inicio del día.
Un año después, el cambio es palpable. El 75 % de los centros reporta mejoras en la concentración y el 59 % señala un ambiente social más saludable. Aunque el rendimiento académico solo subió en un 28 %, el bienestar emocional destaca como uno de los beneficios más significativos.

Sin embargo, no todo es positivo. La eliminación de esta “válvula de escape digital” ha dado lugar a un aumento de episodios de acoso físico y actitudes disruptivas. Estos efectos secundarios exigen nuevas estrategias de contención emocional que acompañen la política educativa.
Más conexión humana, menos ansiedad digital
Una de las transformaciones más notorias ha sido la mejora en la interacción entre estudiantes y docentes. El 41 % de los profesores asegura que la participación en clase ha aumentado desde que se decidió prohibir celulares en clase. La atención plena, antes fragmentada por notificaciones constantes, vuelve a estar presente.
Además, el 64 % del alumnado afirma sentirse menos presionado socialmente al no tener el celular consigo. En un entorno donde la comparación digital constante alimentaba la ansiedad, este cambio ha traído un respiro. Menos selfies, más conversación cara a cara.
Esto se traduce también en un efecto preventivo: reducir la exposición digital durante el horario escolar podría mitigar el riesgo de problemas de salud mental más graves. Así lo advierte el Instituto Trimbos, que ha documentado un alza preocupante en síntomas depresivos y ansiedad entre jóvenes desde 2017.
Primaria y educación especial: impacto moderado pero relevante
En el nivel primario, el impacto de prohibir celulares en clase ha sido más discreto. El 89 % de las escuelas ha implementado alguna forma de restricción, pero solo el 23 % reporta mejoras notables en el bienestar del alumnado. Aun así, reducir la exposición temprana a dispositivos se percibe como una inversión a largo plazo en salud emocional.
Un fenómeno emergente ha sido el uso de relojes inteligentes como sustituto del celular. Aunque más difíciles de controlar, no han generado conflictos mayores. En estos casos, las escuelas trabajan en adaptar sus políticas con flexibilidad y vigilancia.
En la educación especial, el uso de celulares ya estaba limitado. Las excepciones continúan aplicándose con criterios de accesibilidad, permitiendo que estudiantes con discapacidades accedan a herramientas de apoyo como lectores de pantalla o audífonos conectados.

¿Tendencia europea o política aislada?
La experiencia de Países Bajos no es un caso aislado. Francia ya había implementado una política similar en 2018, y Suecia sigue pasos parecidos. Lo que distingue al modelo neerlandés es su enfoque consensuado: más del 95 % de las escuelas secundarias lo han adoptado sin necesidad de legislación formal, priorizando acuerdos entre comunidad educativa y Estado.
Este movimiento responde a un contexto más amplio. Un informe reciente reveló que los adolescentes pasan entre 3 y 5 horas diarias en el celular fuera del aula. En ese sentido, reducir esta exposición en horario escolar se vuelve una estrategia de higiene digital necesaria.
Las autoridades ahora evalúan ir más allá: extender las restricciones al uso de redes sociales durante los horarios escolares. La medida, aunque polémica, busca consolidar un entorno más saludable para el desarrollo emocional de los estudiantes.
Una oportunidad para repensar la convivencia escolar
Más allá de los beneficios inmediatos, prohibir celulares en clase ha detonado una reflexión más amplia sobre el rol de la tecnología en la vida escolar. ¿Cómo crear entornos que fortalezcan la empatía, la escucha activa y la salud emocional? ¿Qué herramientas pueden reemplazar las pantallas como vía de regulación emocional?
Aunque algunos efectos colaterales requieren atención, como el incremento de conductas disruptivas, también abren la puerta a innovar en estrategias socioemocionales. El aula libre de pantallas exige nuevos recursos pedagógicos y una presencia docente más cercana y proactiva.
En última instancia, la escuela no solo educa en contenidos: también moldea hábitos, vínculos y formas de habitar el mundo. En ese sentido, reducir la dependencia digital durante el horario escolar es un acto de responsabilidad educativa con implicaciones de largo alcance.
Tecnología sí, pero con propósito
Prohibir celulares en clase no se trata de demonizar la tecnología, sino de usarla con conciencia. La experiencia neerlandesa muestra que limitar su uso en las aulas puede mejorar significativamente el bienestar emocional de los adolescentes y fortalecer el tejido social escolar.
Este tipo de políticas requieren diálogo constante, ajustes y acompañamiento emocional. Pero si algo ha demostrado este experimento a gran escala es que hay una alternativa posible a la hiperconectividad: una en la que la atención plena, la convivencia real y la salud mental tengan un lugar privilegiado en la educación.
En un mundo cada vez más digital, apostar por momentos de desconexión consciente puede ser, paradójicamente, una de las decisiones más conectadas con el bienestar de las nuevas generaciones.







