Cuando hablamos de cambio climático, solemos pensar en industrias, combustibles fósiles o transporte. Sin embargo, hay un actor silencioso y devastador que incrementa la presión sobre el planeta: la guerra. En los últimos años, los investigadores han comenzado a visibilizar hasta qué punto los conflictos transforman paisajes enteros, liberan gases de efecto invernadero y desplazan recursos que podrían haberse destinado a la acción climática.
De acuerdo con un artículo de TIME, el caso de Ucrania es un parteaguas en esta conversación. Por primera vez, un país planea reclamar indemnizaciones por los daños climáticos derivados de una guerra, sentando un precedente histórico. Más allá de lo jurídico, este paso abre una conversación que el mundo había evitado: reconocer que las emisiones de conflictos armados también determinan el rumbo de la crisis climática y que no pueden seguir quedando fuera de la rendición de cuentas global.
Impactos invisibles: el costo ambiental directo de la guerra
Ucrania ha registrado más de 230 millones de toneladas métricas adicionales de CO₂ equivalente desde 2022, un incremento que equivale a las emisiones anuales de varios países europeos juntos. Tanques, aviones de combate, artillería y maquinaria militar trabajan sin pausa, consumiendo cantidades masivas de combustible y dejando tras de sí un rastro de destrucción difícil de cuantificar.
Las bombas no solo destruyen infraestructura; también liberan sustancias tóxicas que contaminan agua, suelo y bosques. Incendios forestales inducidos por bombardeos elevaron las emisiones en un 113%, mientras que la reconstrucción urgente de edificios e instalaciones energéticas incrementó aún más la huella ambiental. Cada explosión es un recordatorio del impacto duradero que dejan los conflictos en los ecosistemas.

Emisiones de conflictos armados: un vacío en los acuerdos climáticos
Aunque cada guerra libera millones de toneladas de gases contaminantes, la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático no aborda este tema de forma específica. La exclusión de las emisiones militares en el Protocolo de Kioto y el carácter voluntario de su reporte en el Acuerdo de París crearon un vacío que hoy se vuelve insostenible.
El caso de Ucrania representa el primer intento serio por medir con precisión la huella de carbono de una guerra. Para investigadores como Doug Weir, este esfuerzo marca un hito que podría transformar las negociaciones climáticas futuras, pues el mundo ya no puede ignorar el papel que juegan los conflictos en el aumento global de emisiones.
La dimensión estructural: el complejo militar-industrial
Si bien el enfoque inmediato está en los territorios en guerra, el impacto ambiental se extiende mucho más allá del campo de batalla. La cadena de valor del sector militar exige grandes cantidades de metales y minerales críticos, cuya extracción y procesamiento ya implica un costo ambiental elevado. A eso se suma la producción de armamento, municiones y vehículos, que profundiza la huella ecológica del complejo militar-industrial.
Weir subraya que solo estamos empezando a comprender la magnitud de estos impactos. Los residuos, los materiales peligrosos y el deterioro de ecosistemas completos conforman un panorama ambientalmente insostenible. En conjunto, estas piezas muestran que las emisiones de conflictos armados son parte de un engranaje mucho más amplio y problemático.

Emisiones de conflictos armados y desvío de recursos climáticos
Otro aspecto crítico es cómo la guerra desplaza prioridades nacionales. En tiempos de conflicto, los gobiernos redirigen fondos para atender necesidades bélicas, dejando de lado inversiones que habrían sido clave para reducir emisiones o fortalecer mecanismos de adaptación. En un mundo donde cada dólar cuenta, esta desviación profundiza rezagos estructurales en política ambiental.
Ucrania ha usado los foros climáticos globales para denunciar esta realidad. No solo pide que se reconozca el impacto de la guerra en su territorio; también alerta a la comunidad internacional sobre lo que este precedente significa para regiones en conflicto, donde los avances climáticos quedan suspendidos indefinidamente.
El reclamo de Ucrania ante el Consejo de Europa no es solo una demanda económica: es un llamado a reconocer que la crisis climática y la seguridad internacional están profundamente conectadas. Las emisiones de conflictos armados ya no pueden permanecer fuera de las agendas globales. La guerra deja cicatrices visibles, pero también otras silenciosas que aceleran el deterioro del planeta.
Si queremos enfrentar la emergencia climática con honestidad, debemos incorporar la dimensión militar en nuestras métricas, acuerdos e instrumentos de rendición de cuentas. Solo así podremos comprender verdaderamente el costo real de los conflictos y avanzar hacia una paz que también sea climáticamente justa.







