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Medir el bienestar, el nuevo desafío de la OCDE

La herencia que la crisis económica le ha dejado al escenario productivo del siglo XXI no es baladí; nada menos que la necesidad de revitalizar una economía maltrecha al tiempo que se descifran nuevas señales y se camina tras las huellas de nuevos conceptos como “responsabilidad social”, “sostenibilidad” o “transparencia”. Es una época de profundas transformaciones donde los indicadores tradicionales, apuntalados en la cifra, en los datos económicos, dejan lugar a medidores más sutiles que analizan y tienen en cuenta otras variables menos tangibles. Durante décadas, para los analistas el bienestar social ha estado estrechamente vinculado a las fluctuaciones del Producto Interior Bruto.
Y es que el nuevo escenario productivo requiere cambios sustentables también en este sentido. La relevancia del PIB más allá de sus repercusiones macroeconómicas ha comenzado a tomar relevancia en los últimos tiempos, al principio tímidamente, tal como se revela en un informe del PNUMA que destaca que la inversión del dos por ciento del PIB mundial en diez sectores fundamentales puede poner en marcha una transición hacia una economía verde baja en carbono y con un uso más eficiente de los recursos.Dicha cantidad, equivalente actualmente a alrededor de 1.3 billones de dólares anuales, respaldado por políticas nacionales e internacionales con miras al futuro, permitiría que la economía mundial creciera al menos al mismo ritmo, si no es que mayor, que el previsto con los modelos económicos actuales. Así, el informe pone en entredicho el mito de la supuesta disyuntiva entre inversión ambiental y crecimiento económico y, en su lugar, apunta hacia una «generalizada asignación incorrecta del capital».

Felicidad tasable

Pero las repercusiones “sostenibles” del PIB van mucho más allá. Muy controvertido fue el informe elaborado al amparo de la investigación de los premios Nobel de Economía Amartya Sen y Joseph Stiglitz y respaldada por el presidente francés a finales del año anterior. En el escepticismo de los últimos tiempos hacia la validez del Producto Interior Bruto como baremo de la situación de un país influyen también las últimas investigaciones de de la National Bureau of Economic Research.

Según Stigliz, uno de los autores del informe avalado por Sarkozy, “las estadísticas defectuosas pueden llevar a conclusiones e inferencias equivocadas. En los años previos a la actual crisis sistémica, muchos europeos, cautivados por el crecimiento norteamericano, se inclinaban al modelo anglosajón. Si hubiesen preferido parámetros como el ingreso medio (mejor medida de la realidad social) o ajustar en función de un endeudamiento familiar expansivo, no habrían sido tan optimistas”.

El PIB comete el error de equiparar riqueza a crecimiento. Según este indicador, una sociedad no seguirá avanzando si no aumenta su PIB total y PIB per cápita. Además de las limitaciones del PIB para juzgar la salud real de una economía, este indicador relaciona desarrollo humano con necesidad de crecimiento. Además, el PIB omite matices tales como aquellas transacciones que no tienen lugar en el mercado, de acuerdo con las leyes del mercado. La economía sumergida también es la gran olvidada, el PIB valora a la baja a países que cuentan con una mayor economía sumergida o la que realiza un mayor número de transacciones al margen del fisco.

Sostenibilidad

Ahora se ha dado un paso más en este sentido. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, OCDE, ha llegado a la conclusión de que ni siquiera el PIB es suficientemente válido para medir el bienestar de los ciudadanos y se ha lanzado a la búsqueda de nuevos indicadores. Se trata de conseguir finalmente un equilibrio entre indicadores macroeconómicos y otros más sutiles y menos cuantificables para dar una idea correcta de los índices de bienestar de un país. En el caso de España, será el Observatorio de la Sostenibilidad (OSE) la institución más propicia para aportar al debate los datos necesarios para la medición de la sostenibilidad en nuestro país.

En este sentido, en el Informe de Sostenibilidad 2010 publicado por el organismo avanza datos en este sentido. Para el OSE la salida de la crisis pasa por establecer procesos que permitan la disociación absoluta entre el crecimiento económico y la degradación ambiental y el uso de recursos (producir mejor con menos), al tiempo que se incorporan criterios de “suficiencia” para un consumo racional. Pero también hay que ir sentando las bases de una economía de la supervivencia colectiva para combatir las desigualdades más críticas a escala mundial, tal como están marcadas en los Objetivos del Milenio, de tal manera que los países más desarrollados tienen que asumir su responsabilidad histórica y tomar iniciativas ejemplarizantes y solidarias con los países empobrecidos y en favor de la sostenibilidad global.

Es evidente, por último, que para garantizar el bienestar es preciso valorar la sostenibilidad a largo plazo de los modelos de crecimiento, como escudo y protección frente a futuras crisis. Tal como ha señalado el Nobel de Economía Robert Solow, muy en la línea de la definición aportada por el Informe Brutland, es necesario otorgar a las generaciones futuras la posibilidad de producir bienestar en la misma medida que en la actualidad, para lo cual ha de conservarse no sólo el stock de capital físico, sino también el capital natural.

Fuente: Intelligence&Capital News report
Por: Beatriz Lorenzo.
Publicada: 17 de mayo de 2011.

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