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Matices: Laura Tejeda

laura-tTestimoniales de mujeres victoriosas del cáncer de mama

Cuando llamé para preguntar por el resultado de la biopsia, después de cuatro intentos, por fin me contestó la enfermera, me pidió mi número de telefónico y me indicó que ellos me llamarían en cuanto llegara el doctor. En esos momentos mi mente y mi corazón trabajaban tan rápido que comencé a rezar al mismo ritmo: mi corazón me decía que algo malo estaba pasando, pues después que el médico me pidió que me hiciera de urgencia un mamograma y vio los resultados de éste y del ultrasonido, enseguida pude observar en su cara que las cosas no andaban muy bien.

En unos minutos más me llamaría para darme el resultado, yo no pude esperar y llamé nuevamente; esta vez me contestó el doctor y me confirmó lo que de alguna forma presentía. En ese momento estaba tomada de las manos de mi hermana mayor y de mi cuñado.

Recuerdo que en cuanto el médico me dijo que, efectivamente, era un carcinoma, me quedé por un instante perdida en el aire, pero enseguida regresé a mi realidad y miré a mis hermanos, que me veían con dolor, sus miradas reflejaban un poco de angustia y tristeza… En verdad compartíamos el mismo sentimiento, eso es algo indescriptible, y entonces pensé: «Esta vez no me escapé del fantasma que me había estado persiguiendo por más de 20 años». Aunque no es el fin del mundo, la sola mención de la palabra cáncer te deja de una sola pieza.

Hacía más de 20 años que me descubrí mi primera bolita: por aquel tiempo, mi madre ya había sido diagnosticada y operada de cáncer de mama, y casi en su etapa terminal, aunque yo todavía no lo sabía, pero lo estaba viviendo tan de cerca que todo me asustaba. En esa ocasión sentía un pánico tremendo. Enseguida Lety, mi hermana menor, y yo, nos abocamos a buscar si no al mejor doctor, a algunos de los más conocidos en la especialidad, los cuales me dijeron que me tenía que operar lo más pronto posible.

Lety y yo pensamos en ocultárselo a mi mamá, ya que se podía preocupar demasiado, y aparte estaba a punto de salir en dos días de viaje con su hermana.

Esa misma tarde, después de visitar a los doctores, le pedí a mi hermana que me acompañara a la iglesia. Ya teníamos arreglada la operación para dos días después. En la iglesia encontré a un padre conocido de la familia, y aún recuerdo sus palabras: «Tienes que tomar al toro por los cuernos». Él mismo me aconsejó que se lo dijera a mi mamá, que eso era lo correcto, que ella sabría qué hacer, que la decisión le correspondía a ella, no a mí.

Al día siguiente le conté a mi mamá mi problema, y la doctora que la atendía nos recomendó a un especialista de su confianza. Esa misma tarde mi mamá, mi hermana y yo conocimos al médico, que por más de veinte años me siguió atendiendo, no sólo a mí, sino a gran parte de mi familia. En cuanto me revisó me dijo que no me asustara, pidió una jeringa y me hizo una punción.

Por muchos años ese doctor fue mi salvación: cada vez que sentía algo extraño en los senos, con una simple punción me regresaba el alma al cuerpo.

Fueron muchas veces las que me extrajo líquidos. Cada vez que salía de su consultorio, lo hacía tan contenta y satisfecha por lo que siempre me decía: «Nos vemos en un año».

Yo me revisaba y visitaba cada año al mismo médico, pues aparte de ser una posible víctima de cáncer de mama, me preocupaba mi futuro. Yo quería ser madre y temía que esto me lo impidiera pero, gracias a Dios, al poco tiempo me casé y tuve a mi querido hijo. Tres años más tarde nos fuimos a vivir a Los Angeles, California, por más de doce años.

Siempre que venía de vacaciones, era un poco por visitar a la familia y otro por ver al doctor; casi todos los años me hacía alguna punción y durante mucho tiempo los resultados no revelaron ninguna malignidad. En Los Ángeles, también acudía a checarme, y me llegué a hacer algunas revisiones en el American Breast Cancer Society, pero no me quedaba conforme hasta que veía a mi médico en México. Pero los humanos fallan, y siento que mi doctor me falló, ya que hacía menos de un año me había hecho una punción de las más grandes en toda mi vida, tanto que hasta él se asombró, y yo le sugerí un estudio del líquido que me extrajo. Me dijo que no me preocupara y que regresara en un año. No me quedé muy conforme, pero como le tenía tanta confianza… Yo pienso que siempre hay que hacerle caso a nuestra corazonadas.

Fue entonces que decidí no tratarme con ese doctor, después de tantos años con él sentí que hubo algo de negligencia médica. Finalmente, el médico que me operó me explicó que el problema tenía más de un año y medio.

Éste no es un país de demandas, y aunque así lo fuera, ¿quién me devuelve mi seno, mi salud, mis días de dolor, de angustia, de desesperación? ¿El llorar ahogadamente, casi en secreto, para no mortificar a los demás? ¿Quién me devuelve mi imagen, quién me regresa la parte de mi cuerpo que me quitaron? ¡Esa parte de mi cuerpo que era muy mía! ¿Quién me devuelve mis noches y días sin poder dormir, sin siquiera poder moverme por la angustia, petrificada por lo que esta pasando? ¿A quién se le reclama? ¿A Dios, al médico, a la vida, a la mala suerte, a quién?

Cuando te das cuenta de que ya no tienes esa parte de tu cuerpo y que la vida sigue, es allí cuando empieza el verdadero calvario, el miedo a lo que viene, a lo que nos tenemos que enfrentar. Ya me quitaron el seno, me van a dar tratamiento de quimioterapia y, junto con ellos, todos los efectos colaterales, como la caída del cabello, las náuseas, etcétera.

Pero cada vez la preocupación es mayor, pues poco a poco te vas informando más, te vas enterando de otros casos, ves a otras personas que se ven peor que tú… Es entonces cuando le pides a Dios, que si ya te quitó una parte de ti, que se la ofreces con todo cariño, que te vas a acostumbrar a tu cicatriz, a tu prótesis, al gran hueco, a verte en el espejo, inclusive a ponerte crema en ese gran espacio, a tocarte sin miedo, y le ruegas a Dios que hasta allí quede todo.

Cada día que despiertas (si es que pudiste dormir) estás consciente de que tu cuerpo ya no es el mismo, desde que tratas de hacer el primer movimiento, por mínimo que sea, te das cuenta que te hacen falta tus músculos pectorales, los que antes ni siquiera tomabas en cuenta, es más no sabíamos que para levantarnos usáramos tanta fuerza con nuestro pecho.

No lo sé, pero te das cuenta de que eres muy valiente y que estás dispuesta a seguir luchando, que no te puedes quedar sin superar el «drama de aceptar que tienes cáncer».

Una de las personas que me hizo ver las cosas distintas fue Cristy, quien me ayudó a ser un poco más fuerte, ya que siendo una persona más joven que yo, estaba tan positiva y dispuesta a ganar la batalla. Platicando nuestro problema del cáncer sentí que ella compartía mi mismo sentir. De allí surgió una linda amistad, ya que tenemos mucho en común, sobre todo, ambas luchamos por ser sobrevivientes del cáncer de mama.

Mi hermano Ricardo me dijo: «Tú no eres sólo un seno, tú eres toda, tu voz, tu escénica, tu mirada… Eres todo tu pensamiento, eres toda tú». Pero todavía no llega por completo la aceptación de mi nueva «yo».

Sí, ya puedo decir: «Tengo cáncer de mama». Ya me operaron, ya estoy recibiendo mis primeros tratamientos de quimioterapia, y son los más agresivos, pero gracias a Dios lo estoy soportando muy bien, mejor de lo que me suponía. Ya llevo dos, ojalá que los que me faltan sean iguales y que los aguante, y así va pasando el miedo a lo desconocido.

Algunas de las pacientes que acuden por primera vez al cuarto de quimioterapia se atreven a preguntar: «¿Qué se siente?». Recuerdo mi noche anterior a mi primera quimioterapia: no podía dormir, trataba de imaginar lo que se podía sentir. La verdad me lo imaginaba peor de lo que fue, así es que yo les contesto: «No te preocupes desde antes, mejor espera y ya verás que no es tan malo como te lo imaginas». También recordé lo que me dijo una querida amiga, que gracias a Dios ya cumplió seis años que le quitaron sus dos senos y está muy bien: «Mira, mejor ni te digo, porque a mi primero me dieron mi espantoterapia y después mi quimioterapia, y además recuerda que todos los organismos reaccionan diferente».

Afortunadamente mi umbral de dolor y mi poder de recuperación son muy altos, siempre he aguantado mucho el dolor físico, pero si a todo esto le agregamos el dolor emocional, el estado de ánimo, la impotencia, el coraje, la rabia, etcétera, todo esto te aniquila, te deja sin guardia, sin energía, sin defensa, sin nada… Y para ganarle la batalla a esta enfermedad hay que estar lo más positiva posible, y aceptar de buena fe todos los medicamentos. Es más imaginar con todo tu corazón que tú mandas en tu cuerpo y que le das la orden a todos esos químicos para que acaben con todas las células malignas o como cada quien se lo imagine. Yo pasaba casi dos días con el medicamento entrando poco a poco a mi cuerpo, entonces tenía mucho tiempo para pensar y pensar, enojarme y consolarme yo sola, pelearme conmigo misma y reconciliarme; todas esas son batallas campales que tenemos que librar día con día y a cada momento.

Antes no hubiera creído que el estado emocional, la tristeza, la rabia, y todos los malos sentimientos te pudieran dañar tanto, pero ahora estoy convencida de que el mal manejo de los sentimientos influye en la aparición de todo tipo de enfermedades, del cáncer especificamente, y si a esto le agregas un mal diagnóstico, los resultados son muy tristess y, sobre todo, muy dolorosos.

En menos de dos semanas ya estaba operada, sin seno, sin salud, sin casa, sin trabajo, y no era yo sola, conmigo estaba mi querido hijo Alan, al que sin querer le estaba cambiando nuevamente su destino. Su padre y yo ya nos habíamos encargado de cambiárselo cuando se rompió la familia, y ahora de nuevo, indirectamente, sin quererlo. Otra vez lo estaba cambiando de país, de casa, de escuela, de amigos, del lugar a donde pertenecía, ya que él llegó a California cuando sólo tenía tres años.

Ahora Alan se quedará con su madre, a pasar cerca de ella su transformación, ya que esta enfermedad te hace ser otra persona, física y mentalmente, yo digo que se pasa por una metamorfosis. Mi hijo es un chico muy maduro para su edad, por lo cual le doy gracias a Dios por él, quien en mis momentos de dolor y tristeza ha estado a mi lado. Él es mi roca, mi motor, mi alegría de vivir.

Mucho les agradezco a mi hermano y a mi cuñada por haber acogido a mi hijo en su casa. También a mi hermana y a mi cuñado por haberme tenido en su casa todo el tiempo de mi tratamiento y recuperación. Y, sobre todo, le agradezco a Alan, por haber dejado su vida en Estados Unidos y por sobrellevar el dolor de ver a su madre enferma.

Algunas veces llegue a pasar hasta doce horas en el Hospital de Cancerología; claro, en todo este tiempo haces amistades. A algunas las conoces por el nombre, a otras por el saludo, a otras sólo por la mirada, o por una pequeña sonrisa. Todas estábamos por cáncer pero no todas por cáncer de mama. Había cáncer de estomago, de colon, de páncreas. Y a veces me sentía afortunada, creo que el cáncer de mama, aun con recurrencia, tiene más esperanza de vida.

Mis queridas «amigas del mismo dolor» me dicen que me veo muy bien, y yo les respondo que hago lo posible por verme mejor de lo que me siento, por eso nunca dejé de maquillarme y de usar peluca. La mayoría de ellas siempre estan acompañadas por sus hijas, otras por sus esposos, y algunas por su mamá… y la mía, mi madre, hace veinte años que ya no está con nosotros, ya no está esa gran guerrera, porque eso fue, una gran guerrera que luchó contra esta enfermedad hasta el último suspiro de su vida. Y nunca la vimos quejarse o renegar de su enfermedad. Lo mismo hizo mi querida abuela, fueron un par de valientes.

Ahora, a un año y un mes de mi operación, ya estoy un poco más resignada y veo las cosas con más calma. Lo único que espero es que no haya recurrencia. Cada noche, antes de ir a la cama, y en todo momento del día en que me acuerdo que estoy diagnosticada con cáncer, le pido a Dios que me dé calma.

Aún añoro el sentirme completa. Y más que vanidad es la sensación de que algo me hace falta. También resiento el movimiento de mi brazo. En los Ángeles yo trabajaba como maestra; ahora entre las limitaciones y el no tener empleo, me siento un poco impotente. Pero aún no pierdo la esperanza de que pronto encuentre un trabajo que me llene y donde la poca movilidad del brazo no sea un impedimento para realizarlo.

Todavía estoy tratando de encontrar lo que Dios quiso mostrarme con esta enfermedad, estoy en la búsqueda y espero hallar la respuesta muy pronto. De repente mi vida se lleno de pérdidas muy dolorosas… La de perder a mi pareja fue muy dura, creo que tan dura como la del cáncer. Mi psicóloga me comentó que no es fácil manejar las perdidas, y menos todavía cuando se presentan tantas al mismo tiempo, porque es muy importante vivir el duelo de cada una de ellas para poder así enterrarlas y aceptar una nueva realidad.

Ahora estoy comenzando otra vida, y la empiezo de cero. Ya conseguí un departamento donde mi hijo y yo podemos vivir como la nueva familia que somos. Agradezco a mis hermanos, cuñados, a mi querida tía, a mi familia y amigos todo el apoyo que me han brindado, gracias a ellos por caminar por este proceso ha estado lleno de amor, de compañía y de solidaridad.

Curiosamente, hace un año y tres meses, al regresar a México de vacaciones, cuando el avión iba a aterrizar; venía observando el panorama y me sentía feliz de visitar nuevamente mi país, mi tierra, mis raíces, mi gente, mis recuerdos de infancia y juventud. Recorde a mi madre y lo mucho que la extrañaba, no sé si fue una especie se analogía, como quien regresa al seno materno en busca de su origen.

Hoy estoy de vuelta en mi país, en mi tierra, con mis raíces… Y desde aquí un nuevo horizonte se abre para mí, una nueva oportunidad de vida y de ver el mundo.
P.D. En estos días estoy trabajando en un kinder, los niños me están llenando de energía y amor.

Fundación Cim*ab

Fuente: Matices. 27 testimonios de sobrevivientes de cáncer de mama; Lindero Ediciones, 2003. p144-47

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