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ColumnistasMás jabón al agua

Más jabón al agua

Por: Forma y Fondo CLXXIX

Hablar de contaminación se asocia casi de inmediato con aire irrespirable, tubos de escape, basura de todo tipo, chimeneas y mucho más. Sin embargo la sorpresa es mayúscula al saber que el aire de la casa puede estar más contaminado que el de la calle y que los hogares en conjunto representan una de las más importantes fuentes de contaminación ambiental, al igual que otros espacios cerrados como gimnasios, lugares de culto religioso, auditorios, etc.

Menos aun se considera que productos de uso cotidiano como los químicos que facilitan la limpieza de una casa, terminarán en las corrientes de agua contaminando los ecosistemas. Este es uno de los problemas que causa el uso de detergentes que al contener cierto tipo de aditivos se convierten en graves contaminantes del agua.

En su composición tienen pequeñas cantidades de perfumes, blanqueadores y abrillantadores ópticos que son tinturas para dar a la ropa un aspecto de limpieza. La producción de espuma producto de los agentes espumantes en un detergente, depende de los agentes químicos para producirla en abundancia o limitarla, como es el caso de los detergentes para lavadora. Comercialmente se aprovecha la producción de espuma con ciertos aditivos espumantes, que el consumidor asocia con que a mayor cantidad de espuma hay mejor limpieza, lo que no guarda relación con la eficacia del detergente.

Actualmente existen en el mercado los llamados detergentes antibacteriales que contienen agentes bactericidas, cuya función benéfica está exagerada por la publicidad. En parte es bueno que eliminen bacterias, pero su uso en exceso, hace que estos agentes al llegar a los cuerpos de agua, maten una buena proporción de los microorganismos existentes en ellos de forma natural, disminuyendo la capacidad de los sobrevivientes para degradar los detergentes.

En general los anuncios exaltan las ventajas de los productos y enfatizan la preocupación y molestia producidas por mugre y grasas. Los protagonistas de la publicidad, muestran su felicidad exclamando que huele a limpio gracias a tal producto. El olor a limpio no existe en sí, sino gracias a los diferentes perfumes que los fabricantes añaden al producto no solo para hacerlos más agradables, sino para establecer una reacción psicológica entre la relación de olor y la acción de limpiar. De ahí que si después de limpiar no huele, el efecto es contrario, se asocia con no haber aseado.

Además si el conjunto del producto en sí es agradable, la consecuencia es mayor compra y consumo del producto.

Cada vez se fabrican detergentes más agresivos, que efectivamente limpian lo que se les ponga enfrente, pero paulatinamente hacen más resistentes a las bacterias. Es un proceso parecido al que produce el abuso de antibióticos con organismos cada vez más resistentes, o los insecticidas con insectos cada vez más fuertes.

Por otro lado aumentan los problemas de dermatitis y afecciones diversas, producto del contacto continuo con las concentraciones de sustancias químicas, que terminarán dañando ecosistemas. La inhalación de los vapores desprendidos de estos productos también resulta dañina para la salud de quien limpia. Dos son los agentes presentes en muchos limpiadores con los que hay riesgo: la lejía y el amoniaco.

Inhalados en pequeñas cantidades irritan la mucosa respiratoria. Pero en cantidades mayores, pueden dañar severamente el tejido pulmonar. La combinación de ambos forma un compuesto, conocido como cloramina, que al inhalarse libera a los pulmones ácido clorhídrico, amoniaco y radicales libres, componentes dañinos para la salud y el medio ambiente.

No es arriesgado pensar en cierta reconciliación con las bacterias. Gran parte de ellas son inocuas y a ellas se debe el principio de la vida en el Planeta. Gracias a un sinfín de funciones de ellas es posible la vida vegetal y animal, incluida la nuestra. Únicamente en nuestro intestino, la población de bacterias es diez veces mayor que nuestro número de células.

La Naturaleza también responde. Cuando los suelos agrícolas pierden su vitalidad bacteriana a causa de los fertilizantes y pesticidas, inicia el proceso de erosión cuya consecuencia es la desertización, perdida de vida y fertilidad de suelos. En México, se calcula que anualmente se arrojan al drenaje más de once millones de toneladas de detergentes y de estos desechos un noventa por ciento se fabrica con materias primas no renovables cuya degradación tarda varias semanas y su primera consecuencia es el daño ambiental. Junto a lo anterior hay que calcular los millones de toneladas de pet, originadas por los envases contenedores del producto. Su fabricación requirió millones de litros de agua para su procesamiento, que es fuente de otro trastorno ambiental.

Estudios de la Universidad Nacional Autónoma de México, reportan que el noventa y cuatro por ciento de ríos y lagos en el país están contaminados y una gran parte es por detergentes. En el agua, su poder contaminante se manifiesta en los vegetales acuáticos inhibiendo el proceso de fotosíntesis originando la muerte de flora y fauna. Gran parte de las plantas tratadoras de aguas negras no están diseñadas para eliminar fosfatos, de los que cerca del cincuenta por ciento tienen su origen en los detergentes y la otra parte se deriva de desechos humanos, animales y fertilizantes, incorporándose finalmente y en conjunto a la corriente.

La forma: esa guerra antibacterial contra un enemigo magnificado por el consumismo, es otra muestra de ignorancia y de una actitud beligerante del ser humano contra la Naturaleza.

El fondo: la solución no es desarrollar productos más agresivos, sino practicar una adecuada higiene. Y no lo olvidemos: TODOS, SOMOS NATURALEZA.

Este artículo es responsabilidad de quien lo escribe y no refleja la opinión de Expok ni de sus colaboradores.

Fuente: Acacia Fundación Ambiental A.C

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