A menos de 100 días para que inicie la cumbre climática de las Naciones Unidas en Belém, Brasil, el panorama está marcado por una inquietante incertidumbre. Así lo muestra un artículo basado en conversaciones con líderes empresariales y de la sociedad civil, y publicado en TIME, el cual pone de relevancia que la mayoría de ellos aún no saben si asistirán al evento central o si limitarán su presencia a actividades previas en ciudades como Río de Janeiro o São Paulo. La logística, los costos y el cambio en la dinámica de liderazgo climático global están influyendo en esta indecisión.
Sin embargo, la ausencia del sector privado y de organizaciones clave en Belém podría tener un costo más alto que el de cualquier hospedaje. La participación en la COP30 no solo implica estar presente en la agenda oficial, sino formar parte de un proceso que busca dar seguimiento e implementar compromisos adquiridos en ediciones anteriores. Renunciar a esa presencia puede significar perder espacios de influencia, cooperación y visibilidad en un momento crucial para la acción climática.
Participación en la COP30: mucho más que un evento
La COP30 no será un foro más para declaraciones de alto perfil, sino una plataforma enfocada en la implementación de compromisos pasados. Los días temáticos —dedicados a energía, transporte, comercio, finanzas y mercados de carbono— buscan generar intercambio real de experiencias y soluciones, y no solo titulares mediáticos. Para las empresas, es una oportunidad para mostrar avances y responder a la creciente demanda de transparencia.
Los organizadores brasileños han dejado claro que esperan que el sector privado no solo se presente, sino que llegue con planes concretos para cumplir promesas como la reducción de emisiones de metano o la detención de la deforestación. En este sentido, la participación en la COP30 se convierte en una prueba de coherencia: acudir con evidencias de acción, no únicamente con intenciones.
Ignorar esta cita internacional implicaría dejar el campo libre a actores que sí están dispuestos a ocupar ese espacio. India y China, por ejemplo, se perfilan para llegar con delegaciones robustas, marcando un contraste con la cautela de algunas empresas occidentales. Esta tendencia refleja un cambio de liderazgo global en la agenda climática, con un creciente peso de economías emergentes.

En un contexto de competencia global por definir la narrativa y las soluciones climáticas, ausentarse no es neutral. Es un mensaje —aunque no intencionado— de falta de interés o compromiso, lo que podría afectar la credibilidad de las empresas ante aliados, inversionistas y consumidores.
El costo invisible de no asistir
Aunque se han señalado los altos precios de hospedaje como principal obstáculo, la realidad es más compleja. Si bien es cierto que algunas tarifas iniciales alcanzaban cifras exorbitantes, los organizadores han habilitado opciones más accesibles, aunque con menos comodidades para el viajero corporativo tradicional. El verdadero dilema no es logístico, sino estratégico.
No acudir a Belém significa renunciar a un espacio de networking de alto nivel, donde las alianzas y acuerdos se cierran cara a cara. En la última década, las conferencias climáticas han sido catalizadores de iniciativas conjuntas entre empresas, gobiernos y sociedad civil, con impactos medibles en la reducción de emisiones y en la transición energética.
Además, la participación en la COP30 es una oportunidad para posicionar a las empresas como actores activos en la implementación de soluciones, algo que cada vez más inversionistas y clientes esperan ver. En un mundo donde la rendición de cuentas es clave, no estar presente puede percibirse como una evasión.
El costo reputacional y de oportunidad de no asistir podría superar con creces el ahorro económico. Más que una ausencia física, sería una desconexión del epicentro global de la acción climática, en un momento en el que las decisiones y compromisos requieren presencia directa.

El papel de la “agenda de acción”
Uno de los ejes centrales de la COP30 será la llamada “agenda de acción”, un espacio paralelo a las negociaciones oficiales donde se discuten prioridades y se comparten soluciones escalables. Aquí, las empresas pueden presentar casos de éxito, identificar oportunidades de colaboración y participar en el “granero de soluciones” que los organizadores están preparando.
Este repositorio de experiencias busca inspirar a otros actores a replicar medidas que ya están funcionando en distintas partes del mundo. Compartir avances reales no solo fortalece la credibilidad, sino que ayuda a acelerar la adopción de tecnologías y modelos efectivos en otros mercados.
La participación en la COP30 en esta agenda no es simbólica: permite influir en el tipo de iniciativas que recibirán visibilidad global y que, potencialmente, podrán atraer inversión internacional. Para las empresas con proyectos innovadores, este es un escaparate difícil de igualar.
Quedar fuera de este circuito implica ceder terreno a competidores y perder la oportunidad de ser parte de la narrativa de soluciones, lo que en un entorno de alta competencia por el liderazgo climático es un riesgo estratégico.
¿Quién perdería más?
La ausencia de empresas y ONG en Belém no solo afectaría el alcance de la cumbre, sino también a los propios actores que decidan no acudir. Las empresas estadounidenses, que en ediciones anteriores han liderado parte de la agenda privada, podrían ver reducida su influencia frente a competidores asiáticos más proactivos.
En términos de diplomacia corporativa, la participación en la COP30 es una señal clara de compromiso con la acción climática global. Sin ella, se diluye la voz de sectores que podrían impulsar cambios regulatorios y de mercado alineados con sus intereses y capacidades.
Además, las ONG que decidan no asistir perderán la oportunidad de interactuar directamente con responsables políticos, donantes y potenciales aliados estratégicos. Las conversaciones virtuales y los eventos satélite, aunque útiles, no sustituyen la riqueza del contacto directo.
La decisión de no estar en Belém puede parecer táctica a corto plazo, pero podría tener consecuencias estratégicas duraderas, sobre todo en un contexto en el que el liderazgo climático se está redistribuyendo a nivel global.
Estar o no estar, esa es la cuestión
En un momento en que la acción climática exige menos discursos y más implementación, la presencia en Belém se convierte en un acto de responsabilidad y visión estratégica. La participación en la COP30 no es simplemente un viaje más en la agenda corporativa: es un termómetro de compromiso y una inversión en relaciones y oportunidades futuras.
Para empresas y ONG, la pregunta no debería ser si pueden costear asistir, sino si pueden permitirse el lujo de quedar fuera. En un escenario donde el liderazgo global se redefine y las soluciones probadas buscan escalarse, no estar presente equivale a ceder espacio e influencia a otros actores. Y en la lucha climática, el tiempo y el protagonismo cuentan.







