Por Azucena Martínez
La Corte Interamericana de Derechos Humanos acaba de reconocer el cuidado como un derecho humano autónomo. Histórico, sí. Pero mientras en otros países este fallo abre debates sobre cómo repartir el cuidado, en México seguimos en el País de Nunca Jamás: un lugar donde el sistema, como Peter Pan, se niega a crecer, aunque eso implique dejar a las madres criando en soledad, en un paisaje más cercano al abandono que a la fantasía.
Peter Pan es ese niño que no quiere hacerse adulto. Nunca Jamás es ese lugar donde todo es posible, menos madurar. Y sí, suena mágico. Pero sostener esa magia cansa. Lo que no siempre se recuerda es que los niños perdidos que vivían ahí no tenían madre ni padre, y fue Wendy quien sostuvo todo: cuidó, cosió, alimentó… hasta que se hartó. Y quiso volver. Todos recordamos lo bonito de Nunca Jamás, pero casi nadie recuerda que fue Wendy, exhausta de cuidar sola, la primera en querer irse. Como tantas madres hoy, cansadas de sostenerlo todo.
Desde 1970, las madres en México tienen derecho a 12 semanas de licencia. Desde entonces, nada ha cambiado. La OMS recomienda seis meses de lactancia exclusiva. La ley mexicana cubre la mitad. Y eso, si tienes suerte. ¿Qué hacen las mujeres? Lo que pueden: sacarse leche en un baño, negociar con su cuerpo, rendirse antes de lo deseado.

Y sí, regresar a la oficina no significa dejar de lactar. Pero, sabiendo que la magia (como la Tierra de Nunca Jamás) no existe, la pregunta es: ¿a qué costo? A esto se suma la falta de espacios dignos y la poca comprensión sobre el tiempo que implica extraer leche. Muchas veces se percibe como un descanso, cuando en realidad es una tarea agotadora. El estrés de no tener un lugar adecuado puede incluso afectar la producción: el cuerpo se tensa, llega la ansiedad… y la leche no fluye.
Los datos lo confirman: en México, el 58.6 % de las mujeres que regresan al trabajo a los 3 o 4 meses interrumpen la lactancia. Si regresan a los 6 meses, la cifra baja a 31.3 % (LactApp, 2021). UNICEF (2023) señala que en Argentina el regreso al trabajo es “el motivo más frecuente de abandono de la lactancia”.
Y aunque la lactancia no debería ser excusa para enfocar todo el cuidado en las mujeres, tampoco podemos fingir que no existe. Es una carga biológica, emocional y física que debe estar en la conversación si de verdad queremos avanzar en equidad.
Mientras tanto, los padres tienen derecho a cinco días. Desde 2012. Antes de eso, nada. (En diciembre de 2023 se propuso subirlo a 20, pero aún no se aprueba. Y la vida sigue). Eso, claro, si estás en la formalidad. En la informalidad, ni por dónde empezar.

Pienso mucho en que cada vez crece más la decisión de no maternar. Algunas personas simplemente no quieren, y está perfecto. Pero me pregunto si otras, aunque podrían desearlo, no quieren hacerlo así: en un país que exige tanto y respalda tan poco.
Entonces surgen otras formas de canalizar el cuidado: perrhijos, plantas, redes afectivas que se vuelven familia. No son reemplazo, pero sí reflejo.
¿Y si en algunos casos no fuera que no se quiere maternar, sino que no se quiere maternar bajo estas condiciones?
En Suecia, las madres cuentan con 90 días intransferibles y, junto con los padres, pueden compartir hasta 300 días adicionales. Además, los padres tienen 90 días intransferibles: un 1,700 % más que los 5 días que tienen en México. En conjunto, suman 480 días de licencia. No es una comparación, es un abismo.

Y mientras México vive legislativamente en la Tierra de Nunca Jamás, en los países cuyas leyes ya han madurado se hacen otras preguntas: ¿sirve que las licencias sean iguales e intransferibles para la equidad en los cuidados? ¿O sería mejor permitir que se transfieran, aunque eso implique que el cuidado recaiga en un solo lado? ¿Puede la empresa influir más allá de la licencia con acompañamiento y formación? ¿Debe la ley decidir todo esto por nosotrxs? Preguntas complejas, sí. Pero aquí ni siquiera podemos plantearlas, porque seguimos atorados en lo básico: si dar cinco días o veinte.
No tenemos todas las respuestas. Pero sí una posibilidad concreta: usar a las empresas como laboratorio. Algunas ya experimentan más allá de los mínimos legales. Ajustan políticas. Y aunque aún son pocas, podrían ser semilla. Sobre todo si se sientan juntas, comparten lo aprendido, documentan el testimonio de quienes cuidan y contrastan lo que mejor funciona. Porque esto no va de que las empresas suplan al Estado, sino de que lo incomoden. De que lo empujen. Y de que generen evidencia viva que inspire y presione al cambio legislativo.
Porque sí, las leyes hacen falta. Pero a veces, lo que de verdad transforma… empieza en la práctica. Y para quienes cuidan, Nunca Jamás no es una aventura: es una trampa.
Es momento de hacer lo que Wendy hizo: dejar Nunca Jamás atrás y asumir la madurez que el cuidado necesita. Porque criar, así como legislar o liderar, implica crecer. Y crecer, aunque incomode, es la forma más honesta de estar del lado de quienes cuidan.

Con.tribu.yendo por Azucena Martínez
Azucena Martínez es estratega con más de una década de experiencia colaborando con marcas globales y un firme compromiso con la diversidad, la equidad y la inclusión (DEI). Su formación en instituciones como el Tecnológico de Monterrey, Fudan University y Cambridge Judge Business School le ha brindado bases sólidas, mientras que las experiencias compartidas con personas de contextos diversos han enriquecido su perspectiva y ampliado su visión del mundo.







