He titulado esta colaboracióncomo las “bondades” y las “maldades” de los biocombustibles (BC) porque estoy convencido, como muchos otros académicos en el mundo, que a pesar de que las “maldades” son mucho más numerosas en este momento, los BC tienen un potencial importante (no alcanzado aún) en ayudar a reducir las emisiones de GEI’s generados por el transporte.
Los BC deben ser parte de la solución al problema del calentamiento global, en lugar de convertirse en una parte más del problema.
Paul Crutzen, ganador del Premio Nobel junto con Mario Molina y Sherry Rowland, ha calculado que en la producción de los BC más utilizados ahora se emite cerca del doble de óxido nitroso —que es casi 300 veces más “opaco” molécula por molécula que el CO2— de lo que se pensaba. Los cálculos de Crutzen, publicados en Science, se basan en la presencia de óxidos nitrosos en la atmósfera previos a la producción comercial de fertilizantes nitrogenados y su comparación con los niveles actuales resultantes del uso de fertilizantes nitrogenados, derivados de la petroquímica. Por ejemplo, la producción del biodiesel derivado de “canola”, que cubre 80% de la producción de este combustible en Europa, emite óxidos nitrosos hasta 1.7 veces más que el ahorro de GEI’s cuando se quema. Por el momento, sólo el bioetanol producido de caña de azúcar en Brasil parece tener un efecto de ahorro de entre 10 y 50% en la producción de GEI’s.
La publicación de Crutzen generó de inmediato críticas y descalificaciones, en parte sustentadas por la industria de biodiesel, diciendo que los cultivos se realizaban en suelos de por sí ricos en nitrógeno, lo cual no es siempre el caso y desde luego no lo es para otros cultivos usados en la producción de BC, que se justifican porque se usan suelos “demasiado pobres, o degradados, para la agricultura comercial” y que sin duda requieren adiciones importantes de fertilizantes y de agua.
Hay que encarar el reto de diseñar metodologías comparables, con buena base científica, para estimar las contribuciones de GEI’s tanto para los combustibles de origen fósil como los de combustibles renovables, al igual que para la generación de electricidad y el uso de cualquier otra fuente potencial de energía. Los procesos de transformación de las grasas para producir biodiesel son más eficientes (de 9 a 1 o 3 a 1) que los procesos fermentativos (de 1 a 1.5) para producir etanol.
Adicionalmente a los impactos que los BC tienen por medio de GEI’s, hay que considerar en su producción los impactos sobre la disponibilidad y calidad de agua, la destrucción de ecosistemas y la pérdida de servicios ambientales o los efectos de degradación del suelo.
En general, los biocombustibles producidos a partir de cultivos convencionales no deben recibir apoyos o subsidios por parte del gobierno; en su lugar, debe prestarse atención al desarrollo de fuentes de biocombustibles que no requieren de cultivo, como los residuos agrícolas y de fuentes que no compiten con alimentos humanos, como las algas o algunos pastos perennes.
Los responsables de las políticas públicas deben asegurarse de que los programas de producción de BC estén en armonía con aspectos de los impactos más amplios sobre el ambiente; para ello requieren estimar las interacciones entre programas sobre BC y la manera como afectan a las políticas agrícolas, de uso del suelo y de producción de alimentos, así como las referentes a la conservación de la diversidad biológica, además de los compromisos internacionales contraídos sobre emisiones de GEI’s. Todo ello debe ser parte de una política de desarrollo energético con la que no contamos en nuestro país.
Fuente: El Universal, Opinión, A17.
Articulista: José Sarukhán.
Publicada: 13 de mayo de 2011.