El futbol despierta pasiones, pero también puede despertar tensiones profundas cuando los megaeventos ponen en juego la vida de comunidades enteras. En el sur de la Ciudad de México, los vecinos de Santa Úrsula Coapa, a la sombra del Estadio Azteca, viven con preocupación la ampliación del recinto rumbo al Mundial 2026.
Lo que para algunos representa una fiesta deportiva global, para otros significa la amenaza de perder agua, espacios verdes y tranquilidad. La voz de líderes comunitarios y ambientalistas se alza para recordar que detrás de la euforia, los daños ambientales por Mundial 2026 pueden ser irreversibles si no se prioriza a las personas por encima de los intereses económicos.
Agua en riesgo: la batalla por un recurso escaso
De acuerdo con The Guardian, el suministro de agua ya es insuficiente en la Ciudad de México, con fugas que desperdician hasta el 40 % del líquido y barrios enteros que dependen de pipas para sobrevivir. En Santa Úrsula, la situación es crítica: los habitantes denuncian que la ampliación del Estadio Azteca aumentará la demanda y dejará aún más vulnerable a la comunidad.
La privatización de un pozo cercano por parte de Televisa en 2018 encendió las alarmas. Hoy, la extracción se realiza a 400 metros de profundidad, lo que acelera la sobreexplotación del acuífero. Para los vecinos, este antecedente es una advertencia de lo que podría intensificarse con las obras del Mundial.
Como señala la ambientalista Natalia Lara, “el torneo va a magnificar los problemas, incluida la escasez de agua”. Su protesta contra el proyecto le costó un arresto, reflejo de la tensión política que rodea al tema.
Espacios verdes bajo amenaza
El barrio no solo teme por el agua: también lucha por preservar sus áreas naturales. Un bosque urbano de más de 5,000 metros cuadrados, protegido durante décadas por los vecinos, podría desaparecer para dar paso a un parque temático. Para la comunidad, este espacio no es un lujo, sino su “pulmón” en medio del concreto.
El riesgo de perderlo muestra otra cara de los daños por el Mundial 2026: la gentrificación disfrazada de modernización. Lo que se presenta como una inversión para el entretenimiento puede convertirse en la desaparición de un hábitat clave para la biodiversidad urbana y la salud de la población.
Rubén Ramírez, líder comunitario, lo resume con fuerza: “No estamos en contra del desarrollo, pero no puede ser a costa de nuestra vida diaria”.
El ruido de las promesas incumplidas
La historia pesa. Desde la inauguración del Azteca en la década de 1960, los vecinos han visto cómo cada torneo trae consigo promesas de mejoras que rara vez se cumplen. En cambio, los días de partido significan caos vehicular, contaminación acústica y un entorno que se vuelve casi inhabitable.
Con la llegada del Mundial 2026, muchos temen que el escenario se repita. Las autoridades hablan de empleos y mejor infraestructura, pero los residentes sospechan que la “tajada” que recibirán será mínima: estacionamientos improvisados y ventas callejeras.
En paralelo, los precios de renta ya empiezan a subir, poniendo en jaque a familias con ingresos por debajo del promedio de la ciudad. Para algunos, el evento se convierte en sinónimo de desplazamiento.
Derechos ignorados: la ausencia de consulta
La Constitución mexicana reconoce el derecho de consulta a las comunidades indígenas y originarias antes de ejecutar proyectos que las afecten. Sin embargo, los habitantes de Santa Úrsula aseguran que nunca fueron consultados adecuadamente sobre la ampliación del Estadio Azteca.
Para líderes locales como Ramírez, esto representa una violación directa a sus derechos históricos. “Nos ignoran por completo. No sabemos nada”, afirma. La percepción es que las decisiones se toman en beneficio de la FIFA y las empresas, dejando a la comunidad sin voz.
La omisión no solo es un error político: también revela cómo los daños por el Mundial 2026 se entrelazan con la falta de gobernanza inclusiva.
El espejismo económico
El gobierno calcula que el Mundial inyectará 7 mil millones de dólares a la economía mexicana. En teoría, un beneficio que debería mejorar la vida en comunidades de bajos ingresos como Santa Úrsula. Sin embargo, investigaciones de académicos internacionales han mostrado que los supuestos legados de los megaeventos rara vez llegan a los más vulnerables.
La distribución desigual de recursos suele ser la norma: grandes empresas y gobiernos capitalizan la inversión, mientras las comunidades enfrentan costos sociales y ambientales. En este caso, el riesgo es que los beneficios económicos queden concentrados en el sector privado.
La pregunta es inevitable: ¿vale la pena un Mundial si deja tras de sí comunidades empobrecidas y territorios degradados?
Entre la pasión y la responsabilidad
El futbol es parte de la identidad mexicana, y millones esperan con entusiasmo que el país reciba el torneo por tercera vez. Incluso los activistas insisten en que no buscan cancelar el evento, sino garantizar que se gestione con justicia social y ambiental.
El reto está en reconocer que la fiesta deportiva no debe eclipsar a quienes viven bajo su sombra. La gestión del agua, la preservación de áreas verdes y el respeto a la consulta ciudadana son condiciones mínimas para que el Mundial sea una celebración de todos, y no solo de unos cuantos.
Al final, el verdadero triunfo será demostrar que México puede ser anfitrión sin sacrificar el bienestar de su gente ni su entorno.
Los daños por el Mundial 2026 no son una predicción lejana, sino un riesgo tangible que ya sienten comunidades como Santa Úrsula. La historia de este barrio refleja un dilema mayor: cómo equilibrar la pasión por el futbol con la responsabilidad de proteger los recursos y derechos de quienes habitan alrededor del Estadio Azteca.
Si se ignoran estas voces, el legado del Mundial podría no ser de orgullo, sino de pérdida. La fiesta deportiva pasará, pero las consecuencias ambientales y sociales permanecerán durante generaciones.







