En pleno 2025, una campaña publicitaria ha reavivado un debate que creíamos superado: los estereotipos de género en la publicidad. La nueva colaboración de Burger King con la influencer Roro Bueno en España ha generado una fuerte polémica al vincular el lanzamiento de un menú con los gustos de su pareja, en lo que para muchos representa un retroceso social.
Aunque la campaña de Burger King con Roro aparentaba ser una acción comercial inocente —una hamburguesa, papas, refresco y helado—, el mensaje que la acompaña ha sido interpretado por muchas personas como una romantización de la sumisión femenina. En redes, los señalamientos no se han hecho esperar y apuntan directamente a la falta de sensibilidad social de la marca y de la influencer.
Una campaña con sabor a pasado
La campaña de Burger King con Roro parecía una fórmula conocida: colaborar con una influencer en tendencia para atraer al público joven. Sin embargo, el eslogan elegido —“El menú que le apetecía a Pablo”— encendió la controversia. En apariencia inofensivo, el mensaje reforzó un imaginario donde la mujer actúa para satisfacer los deseos del hombre.
Este tipo de referencias podrían haber pasado desapercibidas hace algunas décadas, pero en el contexto actual, donde la equidad de género es una prioridad pública y empresarial, los códigos simbólicos importan. La imagen de una mujer cocinando o comiendo “lo que a su novio le apetece” fue rápidamente leída como una representación de la sumisión femenina.
La elección de este enfoque, aunque tal vez no intencional, expuso una desconexión entre la estrategia de marketing de Burger King y la conversación social contemporánea.
Tradwives y marketing: un cóctel controversial
Roro Bueno es parte de una tendencia creciente en redes: las “tradwives”, mujeres jóvenes que, desde un filtro estético y romántico, adoptan roles tradicionales de género. Cocinan lo que sus parejas desean, se presentan como cuidadoras, y muchas veces lo hacen desde una visión aspiracional que mezcla feminidad extrema y nostalgia conservadora.
En esta corriente, el “antojo de Pablo” no es un detalle anecdótico: es el hilo narrativo que estructura todo el contenido. En TikTok e Instagram, estas influencers muestran una vida de devoción doméstica mientras editan vídeos con música suave, planos cuidados y maquillaje perfecto. Es un regreso embellecido a los años 50, pero en formato digital.
Que una marca como Burger King se asocie con esta narrativa para una campaña nacional no es algo menor. Implica validar —o al menos no cuestionar— un modelo de relación que muchas personas consideran incompatible con los avances hacia la equidad.
El costo reputacional de no medir el contexto
La campaña de Burger King con Roro puede parecer solo una anécdota en el timeline de TikTok, pero es un caso de estudio. La falta de previsión sobre el posible impacto social del mensaje no solo provocó indignación, sino también llamados al boicot y pérdida de reputación.
Las empresas deben preguntarse hoy más que nunca: ¿con quién me asocio?, ¿qué representan?, ¿cómo se leerá mi mensaje en un entorno donde la audiencia ya no consume sin cuestionar? En un mundo hipervigilado, donde cada acción de marca puede viralizarse, la omisión de estas preguntas tiene consecuencias.
No se trata de censurar formas de vida, sino de asumir que la comunicación empresarial tiene un peso cultural. Cuando una campaña normaliza dinámicas desiguales, incluso con estética pulida y buena intención, puede estar reforzando inequidades estructurales.
Entre libertad individual y responsabilidad colectiva
Uno de los argumentos más repetidos para defender la campaña es el de la libertad individual: Roro Bueno puede vivir y comunicar su vida como quiera. Y eso es cierto. Pero otra cosa es cuando esa visión se convierte en eje de una estrategia de marketing con alcance masivo.
La diferencia está en la escala. Cuando un contenido personal se convierte en discurso comercial, adquiere otro nivel de responsabilidad:
La campaña de Burger King con Roro no solo mostró una vida aspiracional, sino que la convirtió en un producto. Y eso, en términos de comunicación responsable, exige mayor cuidado.
Además, la influencia que ejercen estas campañas sobre las percepciones culturales —especialmente en audiencias jóvenes— es significativa. No es trivial el mensaje que se transmite sobre lo que una mujer “debería” hacer en una relación o cómo debería comportarse.
¿Estrategia fallida o error calculado?
Hay quienes sugieren que la polémica es parte de la estrategia: provocar para ganar visibilidad. Sin embargo, en temas como equidad de género, el escándalo no siempre se traduce en fidelidad de marca. En ocasiones, lo que se gana en atención se pierde en reputación.
Si Burger King apostó por la controversia, la jugada es arriesgada. En mercados donde las audiencias están cada vez más conscientes del impacto social de las marcas, estas prácticas pueden volverse en su contra. Si no fue deliberado, entonces es un error que revela una preocupante desconexión entre mercadotecnia y responsabilidad corporativa.
En cualquiera de los dos escenarios, el mensaje es claro: las marcas no pueden operar con los códigos de hace 50 años y esperar aplausos. La sensibilidad social no es un lujo, es una obligación.
Lo que una hamburguesa puede decir del mundo
La campaña de Burger King con Roro no solo provocó reacciones encontradas; abrió una conversación sobre cómo las marcas participan en la construcción simbólica del género en nuestra cultura. Y sí, hasta una hamburguesa puede ser parte de ese debate.
En tiempos donde la publicidad se diseña para emocionar y conectar, ignorar el contexto es renunciar a la inteligencia comunicativa. El reto para las marcas no está solo en vender más, sino en hacerlo sin comprometer los valores sociales que dicen defender.
Quizá no se trate de cancelar a nadie, pero sí de exigir más responsabilidad. Porque, al final, lo que a Pablo le apetece no debería dictar lo que una sociedad espera de las mujeres. Y menos, en horario estelar.







