En México, las mujeres trabajan más horas que los hombres, pero gran parte de ese esfuerzo no se refleja en ingresos económicos. De acuerdo con la Encuesta Nacional sobre el Uso del Tiempo (ENUT) 2024 del Inegi, las mujeres de 12 años y más destinan 64.8% de su tiempo semanal a trabajo no remunerado, principalmente en labores domésticas, de cuidado, voluntariado y apoyo comunitario.
Este desequilibrio evidencia una profunda brecha de género: mientras ellas dedican solo un tercio de su tiempo a actividades remuneradas, los hombres lo hacen en dos tercios. Las cifras no solo describen un problema económico, sino también social, que impacta en el bienestar, la autonomía financiera y el desarrollo profesional de millones de mexicanas.
Brechas persistentes: el doble de carga para las mujeres
La ENUT 2024 confirma que las mujeres dedican 39.5 horas semanales a trabajo no remunerado, 21.5 horas más que los hombres, quienes apenas invierten 18.2 horas en las mismas tareas. El contraste es aún más marcado en el trabajo doméstico, donde ellas laboran 28.2 horas frente a 11.5 de ellos.
Los cuidados representan otra carga invisible: las mujeres invierten 13.6 horas por semana, frente a 8.7 horas de los hombres. Incluso en actividades comunitarias y de voluntariado, la balanza se inclina hacia ellas: ocho horas contra 5.5.

Este patrón no es solo un asunto privado. Limita la participación de las mujeres en el mercado laboral y perpetúa un círculo de desigualdad. En estados como Oaxaca, Guerrero y Nayarit, la brecha de género supera las siete horas semanales.
El resultado es un impacto directo en el ingreso potencial: si estas tareas se pagaran, el valor estimado sería de 7,248 pesos mensuales para las mujeres y 3,040 para los hombres, según cálculos del Inegi.
Impacto económico del trabajo no remunerado en México
El trabajo del hogar y de cuidados no remunerado equivale a 8.4 billones de pesos anuales, de los cuales el 71.5% es aportado por las mujeres. Esta contribución supera ampliamente a sectores económicos completos, pero no se reconoce ni en salarios ni en prestaciones.
El costo de esta desigualdad es múltiple: reduce el tiempo disponible para la educación, limita el acceso a empleos formales y frena la acumulación de ahorro y pensiones. En otras palabras, compromete la seguridad económica de las mujeres a largo plazo.
El fenómeno se acentúa porque la electrificación, el acceso digital y el consumo moderno aumentan las exigencias domésticas sin redistribuir la carga entre géneros. Las mujeres soportan más tareas sin contar con infraestructura o apoyos adecuados.
Graciela Márquez, presidenta del Inegi, subraya que esta problemática debe dejar de tratarse como un tema privado y abordarse como un reto público y económico. “El uso de estadísticas es clave para reducir brechas y rediseñar políticas”, señaló.
Menos empleo formal y más tareas invisibles
En el segundo trimestre de 2025, el Inegi reportó una disminución en el número de personas dedicadas al trabajo doméstico remunerado. Este retroceso, combinado con el incremento del trabajo no remunerado, profundiza la desigualdad de género.
Mientras las mujeres laboran en promedio 61.1 horas semanales frente a 58 horas de los hombres, gran parte de ese tiempo no genera ingresos ni derechos laborales. Esto refuerza la dependencia económica y limita su desarrollo profesional.
Mauricio Rodríguez, titular de la Unidad de Estadísticas Sociodemográficas, explicó que la concentración de estas tareas en mujeres refleja “una economía que se sostiene sobre el tiempo gratuito de la mitad de la población”.
Sin políticas de conciliación laboral, servicios de cuidado accesibles y corresponsabilidad masculina, las cifras difícilmente se reducirán. La carga no solo recae sobre los hogares, sino que condiciona la productividad nacional.

Insatisfacción y necesidad de cambio cultural
La ENUT también midió la satisfacción respecto al tiempo dedicado a cada actividad. Un 62.4% de las mujeres expresó querer dedicar más tiempo a cuidados y convivencia familiar, mientras que entre los hombres la cifra fue de 68.2%.
Esto muestra que el problema no solo es económico, sino también personal: hombres y mujeres quieren reorganizar su tiempo, pero las desigualdades estructurales lo impiden. La redistribución del trabajo no remunerado se vuelve indispensable para equilibrar la carga y mejorar la calidad de vida.
Especialistas proponen programas que incluyan incentivos fiscales para empresas que ofrezcan horarios flexibles, además de políticas públicas para profesionalizar y remunerar el cuidado.
La meta es clara: transformar un esfuerzo invisible en un derecho reconocido y compartido, evitando que la desigualdad siga transmitiéndose de generación en generación.

Reconocer, redistribuir y remunerar
El trabajo no remunerado sostiene buena parte de la economía mexicana, pero sigue siendo invisibilizado y desproporcionadamente asignado a las mujeres. Las cifras de la ENUT 2024 evidencian que sin políticas públicas contundentes, la brecha de género no se cerrará.
Reconocer el valor económico de estas labores, redistribuirlas equitativamente entre hombres y mujeres y, cuando sea posible, remunerarlas, no es solo un asunto de justicia social: es una estrategia para fortalecer el desarrollo económico del país y garantizar igualdad real para las próximas generaciones.







