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Matices: Bertha Aguilar

berthaTestimoniales de mujeres victoriosas del cáncer de mama

Yo tenía 30 años cuando me detectaron cáncer de mama. Mi hija, seis meses, y mi hijo dos años.

Un día, después de practicar natación y mientras me untaba crema, me descubrí una bolita muy chiquita debajo del seno izquierdo, pero nunca me preocupe porque, como estaba amamantando, creí que se trataba de un residuo de leche. A pesar de eso quise notificárselo a mi ginecólogo, y él me pidió que fuera a verlo a su consultorio.

Al llegar a la revisión el médico no puso la cara que yo esperaba, entonces me alarmé. Me mando a hacer una mastografía y ahí empezaron una serie de estudios y de análisis

Ahora que tengo tiempo de analizar la situación, me pregunto; ¿cómo es posible que durante los nueve meses en que acudí al médico debido a mi embarazo, no se hayan dado cuenta que, mientras gestaba una vida también gestaba una cáncer?

La detección de un tumor en el seno me llevo a una cirugía. Pero al extirparlo resultó que aquello que parecía del tamaño de un chícharo, era en realidad un tumor cancerígeno del tamaño de una pelota (siete centímetros aproximadamente). No me dijeron nada, había que mandar el tumor a Patología para tener el diagnóstico certero. Después de quince días, la noticia no se hizo esperar. Recuerdo perfectamente que mis papas y mi marido me acompañaron a la consulta, porque me iban a quitar los puntos. Su presencia, sus rostros desencajados y ese escalofriante silencio me dijeron más que mil palabras. La angustia empezó apoderarse de mi… Tuve que someterme de nuevo a una cirugía en la cual me quitaron el seno completo; esto no fue nada fácil de asimilar ni de aceptar. Pero no tenía alternativa, mi vida estaba en riesgo. La muerte me estaba rondando y yo no quería ni podía abandonar a mis hijos, y mucho menos a esa edad. Mi marido Fernando, ya había sufrido la muerte de su mamá, y yo me cuestionaba “Qué triste, todas la mujeres que quiere se le petatean”.

Yo siempre pensé que había hecho las cosas “bien”: dejé de trabajar cuando nacieron mis hijos para dedicarme en cuerpo y alma a ellos, no me importaba en absoluto la estética de mi cuerpo con tal de amamantarlos y sentirlos muy cerca de mí… ¿¡Que hice mal!? Sinceramente, me lo cuestioné muchas veces.

Pero todo sucedía tan rápido que ya no tuve mucho tiempo para pensar en eso. No sólo tenia que atender mi enfermedad, si no a dos niños que me necesitaban de tiempo completo y que no imaginaban que me debatía entre la vida y la muerte.

Al despertar de la anestesia me di cuenta que estaba viva y al lado de mi esposo. Me sorprendió la cantidad de arreglos florales que había en mi habitación. Creo que ni cuando nacieron mis hijos me sentí tan querida, tan mimada y tan halagada por el amor que había sembrado.

Pero aun no acaba el trago amargo, todavía me faltaba armarme de valor para cuando llegara la hora de ver mi cicatriz y confrontarme con mi nueva realidad. Verme mutilada, engrapada, sin poder mover el brazo… fue una terrible experiencia.

Una vez pasada la impresión, no me deje vencer y le eche muchas ganas a mi recuperación. Me pusieron un catéter arriba del pecho he inicié mi primera quimioterapia en la total ignorancia. Debo reconocer que el primer día lo maneje muy mal. No estaba dispuesta que un veneno entrara a mi cuerpo. Siempre había cuidado mi salud, nunca me había metido nada que me hiciera daño, en ese momento me rebelé y estaba dispuesta a todo antes que mi cuerpo se llenara de toxinas. La verdad es que tenía pánico, estaba aterrada y no sabia como enfrentarlo. Finalmente me tranquilicé y decidí cooperar. No resulto tan dramático como yo esperaba: había malestar, a veces más o a veces menos pero no dolor y era tolerable.

Mis quimioterapias duraban cinco días cada tres semanas y fueron ocho sesiones. La angustia era inevitable. Mi tía materna y mi prima habían muerto de cáncer de mama siendo aún jóvenes. La esperanza de que mi suerte fuera distinta a la de ellas era un estímulo para aceptar el tratamiento.

Recuerdo que al terminar cada sesión, me acostaba en la cuna de Renata y la emoción me ganaba. Necesitaba vivir para mi familia. Santiago, que corría por todos lados, sabia que su mamá estaba enferma y que no podía jugar mucho con el. Fueron momentos muy difíciles para mí y supongo que también para ellos, que a su corta edad no alcanzaban a comprender la magnitud de la enfermedad.

En un principio fui muy obediente e hice todo lo que los médicos me dijeron que tenía hacer. Evitar los lugares públicos, aglomerados, llevar una vida reposada… pero esa vida me estaba matando mas que el cáncer, así que decidí dejar de lamentarme de mi suerte y empecé a vivir como si nada hubiera pasado. Salía en lugar de quedarme encerrada a pesar de lo que dijeran los médicos y opte por recuperar mi gran pasión, que es la natación y el deporte.

Tuve que armarme de valor para llegar a la alberca con un pecho mutilado y sin nada de cabello. Pero al dar la primera brazada y sentir la fuerza de agua contra mi cuerpo, comprendí que si lograba hacer eso, la vida todavía podría sorprenderme y tenia mucho que ofrecerme.

Una perdida importante para mi fue la caída del cabello, en el fondo albergaba la esperanza de que “a mi no se me va a caer”, pero la vida se encargó de demostrarme lo contrario. Cansada de ver como dejaba pelos por todas partes, le pedí a Fer, mi esposo, que me ayudara a raparme. Él, con todo su amor y dedicación, me puso crema de rasurar y se dio a la tarea de acabar con mi cabellera, mientras yo no podía dejar de llorar. Intente usar peluca, pero me sentí como una “usurpadora”, no era yo, y opte por aceptar a la Bertha de ese momento tal y como era, así que solo me protegía con gorros o paliacates.

La vida siguió y yo junto con ella. Algo que añoro y que quizá lo haré toda mi vida, fue el contacto físico y cercano con mi pequeña Renata, en un tiempo donde ella necesitaba las brazos de mamá y yo sentirla en los míos para guiarla, para protegerla, para apapacharla, simplemente para amarla. Pero las condiciones de mi brazo no me lo permitieron. Para estar cerca de ella tenia que hincarme, así como cambiarla, para darle de comer, para jugar con ella… a pesar del tiempo, cuando veo a un bebe tengo la necesidad de cargarlo; es imperiosa en mí y envidio a la persona que puede hacerlo sin miramientos.

Fui muy abierta. Desde el principio le dije a todo el mundo que tenia cáncer y que había perdido un seno.

Una de las cosas que más me impactaron fue la cara de mi hijo Santiago al meterse a la regadera y ver que su mama no tenia un pecho. Aún no se, y quizá nunca sepa, la impresión con la que el se quedó. Me dijo :”¡Mami… no tienes una bubi¡”. El me había visto amamantar a su hermana y sabia perfectamente que las pechos se dan en pares. Inocentemente, me pregunto: ”¿Y va a regresar?”. Le contesté que tal vez, por si algún día decidía reconstruirme.

Me quedo claro que Santi tardo en digerirlo, ya que al ver a una mujer le preguntaba: ”¿Tu tienes dos bubis o sólo una como mi mamá?”. Así que aprendí a manejar mi nueva realidad: mi prótesis se convirtió en muchas ocasiones, en un juguete para mis hijos y pasó a ser un elemento más de mi persona.

Pasé por muchas etapas. A veces estaba muy enojada y admito que tenía mucho coraje o rabia, no lo se, y tuve que trabajar mucho sobre eso. Pero en mi convicción de salir adelante airosamente de este proceso, que me inscribí a una competencia de natación y cruce la bahía de Acapulco. Creo que lo que necesitaba era un objetivo de vida, y en contra de lo que los médicos y hasta mis papas opinaban al respecto, terminé la competencia en Acapulco y llegue a la meta a recibir mi medalla. Me dio un poco de vergüenza salir del agua, ya que no usé prótesis por miedo a que se quedara en el fondo del mar. Me canse muchísimo, pero fue un cansancio que disfrute, me había demostrado que era capaz de lograr la metas que me propusiera a pesar de ser una mujer con cáncer.

Tener cáncer me cambio la vida. Hay cierto temor cada vez que se acercan las revisiones. Saber que te puedes morir a los 30 años te llena de tristeza, hasta que te cae el veinte de que no es que te hayas portado bien o mal, sino que la enfermedad es parte de la vida, y yo no estaba exenta de ello.

Fui muy fuerte, pero no quiere decir que no pase por momentos llenos de depresión. Creo que la más fuerte fue cuando ya había pasado por todo el tratamiento para combatir el cáncer: empezaba aceptar mi nueva realidad y de pronto me sentí muy mal. Fui al médico y me dijo que estaba embarazada. Me puse muy feliz, creí que la vida me había premiado, pero resulto un embarazo extrauterino y perdí al bebe. Otra vez volví a sentir enojo con la vida, con Dios… Ya no tenía fuerzas para mas perdidas, y volví a sentir miedo a la muerte y mas en la época navideña, cuando festejaba el aniversario del nacimiento de Jesús y yo le decía adiós a mi bebe… me llovía sobre mojado…

Finalmente lloré todo lo que no había podido llorar, no sé si por falta de tiempo o por no desmoronarme y conservar la fortaleza. Mi familia aguantó con estoicismo toda mi mala vibra. Pero afortunadamente sobrevivimos con éxito y fue cuando entendí que tenía derecho a vivir el duelo, a llorar mi perdida, que la posibilidad de abandonar esta vida, a mis papas, a mi Fer y a mis hijos me había asustado muchísimo. Por fin me di la oportunidad de sacar todo lo que me había guardado, todo el dolor y la tristeza que me había provocado el saber que tenia cáncer.

Días después me levanté y me puse unos tenis de corredor. La natación me parecía un poco mecánica, y yo necesitaba nuevos retos. Correr era mi nueva meta. Empecé poco a poco, hasta llegar a los diez kilómetros. Y diez meses después estaba corriendo junto con mi marido en el maratón de Nueva York (42 kilómetros). Me dolía todo el cuerpo, pero la satisfacción era enorme. Cada pisada, cada kilómetro, se los dedique a todos los días que no pude correr, por todos los días que mi cuerpo recibía veneno, por todas las lagrimas que derramé y derramaron mis seres queridos pero, sobre todo, por los que no se han dado cuenta de para qué sirve el cuerpo, la maravilla que es la naturaleza, el olor a mojado, la sensación del aire fresco rozando tu rostro, y los rayos del sol reflejados en tu piel, la inmensidad de los árboles en el bosque, el vuelo de los pájaros en tu horizonte… En fin, el privilegio de que es estar vivo.

Hoy valoro cada instante de mi vida, aunque no creo que necesitara de esta enfermedad para darme cuenta. Perdí la tranquilidad de vivir en la inconsciencia. Hoy el miedo es parte de mi vida, y lucho por controlarlo, y aunque creo que he podido superarlo, esta presente y permanentemente en mi existencia. El cáncer me robó de jalón esa alegría de vivir despreocupada. También se llevó mi seno, no he querido reconstruirme por miedo a que no quede bien, a que no lo sienta parte de mi me provoque la misma sensación de la peluca. Claro que ahora, después de un proceso de adaptación, ya no me avergüenzo de mi cuerpo ni de mi pecho mutilado.

El nacimiento de la Fundación Cima, de la cual soy cofundadora, se convirtió en un compromiso con miles de mujeres que padecen o padecieron cáncer de mama como yo. Es un mensaje de optimismo, de actitud positiva, de testimonio de vida, para ni dejarse vencer por la adversidad, y por si a alguna de ellas le sirven mis vivencias como un estímulo para convertirse en una sobreviviente de cáncer de mama, igual que yo.


Fundación Cim*ab

Fuente: Matices. 27 testimonios de sobrevivientes de cáncer de mama; Lindero Ediciones, 2003. p102-105

4 COMENTARIOS

  1. Gracias por compartir esta experiencia de VIDA…por tener el valor de describir todo aquello que no ha sido agradable.
    Yo gracias a Dios estoy sana, pero participé en la carrera de ustedes este año, como un apoyo a todas las que han padecido la enfermedad.
    Un abrazo y nuevamente gracias por esta maravillosa lección de fortaleza y grandeza de espíritu!!

  2. llore contigo leye ndo tu testimonio, pero son lagrimas de alegria de saber que hay personas que se superar a pesar de las adversidades y tambien al recordar esas emociones que hace siete años pase igual que tu pero con un bebe en mi vientre. mucha suerte y adelante. bendiciones

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