México vive una de las coyunturas más graves de su historia contemporánea, sólo comparable a los peores arrebatos del poder presidencial autoritario capaz de ordenar, hace 40 años, la matanza de Tlatelolco.
La represión solía ser selectiva, y casi nunca puso en peligro, simultáneamente, a sectores diversos de la sociedad.
No vaciló en matar pero, con el auxilio de medios de información que incumplían su responsabilidad social, lo hizo en la oscuridad, ocultando su maldad y por lo tanto sin ufanarse de ella, ni siquiera para disuadir a sus críticos.
No se entienda esta comparación con una añoranza de los tiempos del despotismo.
Líbreme el cielo de extrañar ni por un instante un solo rasgo del régimen cuyos poderosos no admitían contrapeso ni escrutinio público e incurrieron en abusos que constituyeron la dictablanda, que de tanto en tanto se endurecía.
Ni por asomo deseo una vuelta atrás. Esbozo los trazos generales del deplorable pasado para contrastarlo con el ánimo social que priva en el país, sumido en la tristeza, en el desconcierto, en el miedo, temeroso y desconfiado de autoridades situadas por debajo de la exigencia de la sociedad en esta hora.
Reforma, “Plaza Pública”, Opinión, p. 15, Domingo 21 de septiembre de 2008