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Plagas, alimentos y clima: por qué la agricultura mundial está viviendo “tiempo prestado”

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Durante décadas, la producción de alimentos ha sostenido a una población en crecimiento gracias a sistemas cada vez más eficientes, intensivos y especializados. Sin embargo, bajo esa aparente estabilidad se ha ido acumulando una fragilidad silenciosa. Hoy, la combinación entre crisis climática y proliferación de plagas está poniendo en jaque un modelo que parecía incuestionable y que, según la ciencia, ha operado más por suerte que por resiliencia.

Un reciente análisis advierte que la agricultura mundial se encuentra en una etapa crítica, viviendo lo que los investigadores llaman “tiempo prestado”. El calentamiento global está acelerando procesos biológicos que favorecen a insectos y patógenos, mientras los sistemas agrícolas simplificados pierden capacidad de respuesta. El resultado no es una amenaza futura lejana, sino un riesgo creciente para la seguridad alimentaria, los ecosistemas y la estabilidad social.

La agricultura mundial frente a un enemigo que se adapta rápido

De acuerdo con The Guardian, el aumento de la temperatura global está creando condiciones ideales para que las plagas de los cultivos prosperen. Insectos como pulgones, orugas, barrenadores o langostas se desarrollan más rápido con el calor, generan más ciclos reproductivos al año y amplían su temporada de ataque debido a inviernos más cortos.

Además, muchas especies están desplazándose hacia regiones templadas y zonas de mayor altitud que antes eran demasiado frías. Esto explica por qué Europa y Estados Unidos podrían enfrentar impactos más severos, mientras que en algunos trópicos las plagas ya están cerca de su límite térmico, aunque la deforestación sigue favoreciendo su expansión.

Los principales cultivos que sostienen la dieta global —trigo, arroz y maíz— verán incrementadas sus pérdidas por plagas en aproximadamente 46%, 19% y 31% respectivamente cuando el calentamiento alcance los 2 °C. A esto se suma el impacto directo del cambio climático, que podría reducir la producción entre un 6% y un 10% por cada grado adicional.

Actualmente, plagas y enfermedades destruyen cerca del 40% de la producción agrícola mundial. Estas cifras, ya alarmantes, podrían empeorar si se considera que el análisis es conservador y no incluye enfermedades microbianas, hongos, nematodos ni otros alimentos clave fuera de los granos básicos.

Monocultivos: eficiencia que se convierte en vulnerabilidad

Uno de los mayores riesgos estructurales proviene de la simplificación extrema de los sistemas productivos. La agricultura mundial se ha concentrado en unos pocos cultivos y variedades, lo que incrementa la eficiencia, pero también la exposición a fallas sistémicas. Un solo insecto o patógeno puede devastar grandes extensiones de monocultivo.

La llamada revolución verde logró reducir el hambre a escala global, pero fue diseñada para un contexto distinto: menor presión climática, menos movilidad global de plagas y suelos aún resilientes. Hoy, ese modelo muestra sus límites frente a amenazas múltiples y simultáneas que interactúan entre sí.

El rol del comercio, los pesticidas y la pérdida de biodiversidad

Las redes comerciales globales aceleran el desplazamiento de plagas a través de las exportaciones de alimentos. Paralelamente, la destrucción de hábitats naturales y el uso intensivo de pesticidas y fertilizantes debilitan a los depredadores naturales que históricamente mantenían a raya a los insectos dañinos.

Aunque la agricultura intensiva mejora la calidad nutricional de las plantas —lo que paradójicamente beneficia a las plagas—, también reduce la biodiversidad funcional. Esto crea sistemas altamente dependientes de insumos químicos, cuya eficacia disminuye conforme las plagas desarrollan resistencia.

Diversificar para sobrevivir: una estrategia pendiente

Frente a este panorama, los científicos insisten en la diversificación como una vía clave para fortalecer la resiliencia. Integrar distintas variedades de un mismo cultivo, combinar agricultura y ganadería o recuperar prácticas tradicionales puede reducir la presión de plagas sin depender exclusivamente de químicos.

Ejemplos como el uso de patos en arrozales en Japón o el pastoreo controlado de ovejas en campos de trigo en el Reino Unido muestran que los sistemas integrados pueden controlar plagas y enfermedades de forma natural, al tiempo que mejoran la salud del suelo y la biodiversidad.

Tecnología, datos y naturaleza: aliados posibles

La restauración de hábitats naturales para favorecer avispas parásitas y otros depredadores es una de las soluciones más prometedoras. A esto se suma el potencial de la inteligencia artificial, capaz de analizar datos climáticos y de campo para anticipar infestaciones y diseñar respuestas más precisas y menos invasivas.

Lejos de ser una dicotomía, la innovación tecnológica y los enfoques basados en la naturaleza pueden complementarse. La clave está en cambiar la lógica reactiva por una preventiva, donde el conocimiento científico guíe decisiones estratégicas de largo plazo.

La evidencia es clara: la agricultura mundial no enfrenta un problema aislado, sino una convergencia de riesgos climáticos, biológicos y estructurales. Haber evitado hasta ahora un colapso mayor no es garantía de estabilidad futura, sino una señal de advertencia sobre la fragilidad del sistema actual.

Actuar implica repensar cómo producimos alimentos, qué incentivos priorizamos y qué papel damos a la diversidad —biológica, productiva y tecnológica— como activo estratégico. Dejar atrás el “tiempo prestado” requiere decisiones valientes hoy, para asegurar que la agricultura mundial pueda seguir alimentando al planeta en un clima cada vez más incierto.

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