Todo apunta a que 2026 inaugurará una etapa de desorden global caracterizado no por nuevas reglas, sino por la ausencia de ellas. La revista TIME ha señalado en un artículo reciente que factores como el deterioro de la cooperación internacional, la normalización del conflicto y la erosión del derecho internacional están redefiniendo las prioridades globales y causando un incremento sin precedentes de las crisis humanitarias.
Hoy, casi 240 millones de personas necesitan asistencia humanitaria en el mundo. La Lista de Vigilancia de Emergencias 2026 del International Rescue Committee (IRC) advierte que los países más afectados concentran el mayor riesgo de empeoramiento, en un contexto donde las instituciones creadas tras la Segunda Guerra Mundial parecen incapaces de responder. Este escenario anticipa un orden mundial en 2026 profundamente fragmentado, con consecuencias directas para la seguridad, la estabilidad y la vida de millones de personas.
El orden mundial en 2026: poder sin reglas y cooperación debilitada
Según TIME, el nuevo desorden global estará definido por potencias en competencia, alianzas cambiantes y acuerdos transaccionales que priorizan intereses inmediatos sobre principios compartidos. Este entorno ha debilitado la cooperación internacional y ha reducido la capacidad colectiva para prevenir conflictos o responder a crisis humanitarias de gran escala.
A diferencia de otros periodos de tensión global, el orden mundial en 2026 no se articula alrededor de un equilibrio claro de poder ni de consensos mínimos sobre derechos humanos. Por el contrario, se caracteriza por la parálisis de los organismos multilaterales y la instrumentalización de la ayuda y la diplomacia como herramientas geopolíticas.

Un ejemplo claro es el uso creciente del veto en el Consejo de Seguridad de la ONU. En la última década, los cinco miembros permanentes lo han utilizado 49 veces, más del doble que en la década anterior, bloqueando resoluciones relacionadas con las mismas crisis que hoy encabezan las alertas humanitarias.
Este estancamiento institucional tiene un costo humano enorme. Más conflictos activos que en cualquier momento desde la Segunda Guerra Mundial, ataques contra civiles en aumento y un sistema internacional cada vez menos capaz de proteger a los más vulnerables son señales inequívocas de un orden global en deterioro.
Hambre, desplazamiento y conflictos: el costo humano del desorden
Las consecuencias del nuevo desorden mundial se miden en sufrimiento humano. Actualmente, 117 millones de personas han sido desplazadas por la fuerza y casi 40 millones enfrentan niveles severos de hambre. Los países incluidos en la Lista de Vigilancia del IRC concentran el 89% de las personas con necesidades humanitarias, pese a representar solo el 12% de la población mundial.
Sudán ejemplifica esta crisis sistémica. Por tercer año consecutivo encabeza la lista del IRC y enfrenta la mayor crisis humanitaria registrada. Más de 21 millones de personas padecen hambre crítica, 12 millones han sido desplazadas y decenas de miles de civiles permanecen desaparecidos en regiones como Darfur.
Este conflicto ya no es una guerra civil aislada, sino un nodo de interferencias externas, economías de guerra y competencia regional por recursos estratégicos. La diplomacia ha sido superada por intereses geopolíticos, reflejando con crudeza el funcionamiento real del orden mundial en 2026.
A esta violencia se suma el deterioro de la seguridad sanitaria global. Las emergencias de salud pública en África han aumentado 40%, mientras que la financiación sanitaria internacional se encuentra en su nivel más bajo en 15 años, incrementando el riesgo de crisis transfronterizas.
Retiro de donantes: menos recursos cuando más se necesitan
En paralelo al aumento de las crisis, el financiamiento humanitario se ha desplomado. Para el primer trimestre del año, el 83% de los programas de USAID habían sido cancelados. Países tradicionalmente donantes como Alemania, Reino Unido y Francia han reducido significativamente sus aportaciones.
Como consecuencia, la financiación humanitaria global es hoy apenas el 50% de lo que fue en 2024. Solo este año, dos millones de personas atendidas por el IRC perdieron acceso a servicios esenciales, incluidos refugiados sudaneses en Sudán del Sur.
Este retiro de donantes no responde a la disminución de las necesidades, sino a prioridades políticas internas, fatiga de la ayuda y una visión cortoplacista del riesgo global. En el orden mundial en 2026, esta desconexión entre crisis y recursos amenaza con revertir décadas de avances en desarrollo y derechos humanos.
La paradoja es clara: existe evidencia sólida de que la ayuda funciona. Transferencias económicas, tratamiento simplificado de la desnutrición, campañas de vacunación y acción anticipada frente a crisis climáticas son intervenciones costo-efectivas y transformadoras que hoy están siendo subfinanciadas.

Cómo deberían ser las donaciones efectivas en 2026
Frente a este panorama, la respuesta no puede ser simplemente “más ayuda”, sino mejor ayuda. En el orden mundial en 2026, las donaciones deben concentrarse en quienes más lo necesitan y en los contextos donde el riesgo de colapso es mayor.
De acuerdo con TIME, para que la ayuda logre ser efectiva, al menos el 60% de la Ayuda Oficial al Desarrollo debería dirigirse a Estados frágiles y afectados por conflictos, y un 30% específicamente a los países en la Lista de Vigilancia del IRC. La financiación para adaptación climática debe alinearse con las necesidades reales y priorizar territorios donde el cambio climático actúa como multiplicador de crisis.
Asimismo, los grandes donantes e instituciones multilaterales deben innovar en sus mecanismos de financiamiento, asociándose directamente con actores locales y organizaciones de la sociedad civil, que suelen ser las únicas capaces de operar en contextos de conflicto.
Finalmente, la ayuda debe ir acompañada de diplomacia, rendición de cuentas y respeto al derecho internacional humanitario. Condicionar la venta de armas, proteger los corredores humanitarios y reforzar los mecanismos de justicia internacional no es solo un imperativo ético, sino una inversión en estabilidad global.

El desorden no es inevitable, la inacción sí es una elección
El escenario que perfila el orden mundial en 2026 no es el resultado de una fatalidad histórica, sino de decisiones políticas, económicas y financieras concretas. El hambre, el desplazamiento y la multiplicación de conflictos son síntomas de un sistema que ha dejado de priorizar la protección de la vida.
Para quienes trabajan en responsabilidad social, filantropía estratégica y desarrollo sostenible, el momento exige repensar el rol de las donaciones y la cooperación internacional. No se trata solo de solidaridad, sino de interés propio: las crisis ignoradas hoy se convierten en amenazas compartidas mañana.
Cambiar el rumbo aún es posible. Reorientar los recursos, fortalecer la acción humanitaria basada en evidencia y recuperar el valor del derecho internacional son pasos indispensables para evitar que este nuevo desorden se consolide. De no hacerlo, el costo del orden mundial en 2026 no solo lo pagarán los países en crisis, sino el conjunto de la comunidad global.







