La desigualdad de riqueza en el mundo ha alcanzado niveles que ya no pueden considerarse normales ni sostenibles. Así lo confirma el Informe sobre la desigualdad mundial 2026, un documento elaborado por más de 200 investigadores que revela una concentración económica sin precedentes: menos de 60.000 personas —el 0.001% de la población— poseen tres veces más que la mitad más pobre de la humanidad. Esta cifra, por sí sola, ilustra un escenario donde la acumulación extrema se ha convertido en una barrera estructural para el desarrollo global.
El informe también muestra cómo los ingresos y, sobre todo, la riqueza se han desplazado progresivamente hacia una élite reducida. El 10% más rico concentra el 75% de la riqueza del planeta, mientras que la mitad más pobre apenas accede al 2%. Ante este panorama, los autores —liderados por Ricardo Gómez-Carrera y figuras como Thomas Piketty— advierten que estas brechas están debilitando democracias, frenando oportunidades y afectando incluso la estabilidad del planeta, por lo que resulta imprescindible un cambio de rumbo.
Un mundo dominado por una élite económica
El informe subraya que la concentración extrema no solo representa un fenómeno económico, sino un desequilibrio de poder. “Una pequeña minoría posee un poder financiero sin precedentes”, advierten los autores, describiendo sociedades donde miles de millones de personas ni siquiera alcanzan la estabilidad económica mínima. Este desbalance crea ecosistemas sociales en los que la movilidad y el bienestar colectivo quedan subordinados a intereses de quienes concentran la riqueza.
Desde 1995, la participación del 0.001% más rico pasó del 4% al más del 6% de la riqueza global, mientras que los multimillonarios incrementaron su fortuna a un ritmo del 8% anual. Este aumento duplica el crecimiento experimentado por la mitad más pobre de la población. En casi todas las regiones del mundo, el 1% más rico acumula más que el 90% más pobre, una tendencia que se profundiza año con año.

El Informe sobre la desigualdad mundial demuestra, además, que reducir estas brechas no es solo un acto de justicia social, sino un requisito para garantizar resiliencia económica. Las sociedades que sostienen desigualdades extremas tienden a experimentar inestabilidad política, mayor polarización y menor capacidad para enfrentar crisis globales como el cambio climático o los desastres económicos.
Al tratarse del informe de desigualdad más influyente del mundo —elaborado en colaboración con el PNUD—, sus conclusiones no se limitan al análisis: buscan moldear el debate público y, en este contexto, han surgido iniciativas como la del Premio Nobel Joseph Stiglitz, quien en el prefacio del documento propone crear un panel internacional al estilo del IPCC para monitorear la desigualdad.
Desigualdades múltiples: ingresos, género, oportunidades y clima
La desigualdad de riqueza en el mundo va acompañada de otras desigualdades que perpetúan la brecha económica. Una de las más contundentes es la desigualdad de oportunidades: el informe revela que el gasto educativo por menor en Europa y Norteamérica supera en 40 veces al de África Subsahariana. Esto consolida “una geografía de oportunidades” en la que los países ricos siguen ampliando sus ventajas mientras los países pobres lidian con restricciones estructurales.
A esta brecha se suman las desigualdades de género. A pesar de avances sociales, la brecha salarial persiste en todas las regiones. Excluyendo el trabajo no remunerado, las mujeres ganan apenas el 61% de lo que reciben los hombres por hora. Si se contabiliza el trabajo doméstico y de cuidados, la cifra cae a solo el 32%. El informe describe esta situación como evidencia de un sistema global “profundamente patriarcal”.

Otra dimensión crítica es el impacto ambiental. La desigualdad de riqueza también implica desigualdad en emisiones de carbono. Según el informe, la mitad más pobre del planeta apenas contribuye al 3% de las emisiones derivadas de la propiedad del capital, mientras que el 10% más rico concentra el 77%. Las personas adineradas, señala el documento, “alimentan la crisis climática con sus inversiones incluso más que con su consumo”.
Además, la vulnerabilidad climática se intensifica en las poblaciones con menores recursos: quienes menos contaminan son quienes más sufren los impactos del calentamiento global. Esta realidad evidencia cómo la justicia climática está directamente ligada a la justicia económica.
El papel del sistema financiero global y la urgencia de un impuesto progresivo
Una parte significativa de la desigualdad de riqueza en el mundo se explica por un sistema financiero internacional desequilibrado. El informe afirma que el modelo actual favorece a los países ricos, permitiéndoles endeudarse a tasas preferenciales e invertir en mercados emergentes con altos rendimientos. Este ciclo perpetúa un flujo anual equivalente al 1% del PIB mundial desde países pobres hacia países ricos.
Las transferencias de ingresos netas —producto de mayores retornos de inversión y menores pagos de intereses— representan casi el triple de la ayuda internacional al desarrollo. Esto reafirma que el sistema financiero global funciona como un mecanismo que reproduce desigualdad.
El informe también expone un problema recurrente: la evasión fiscal de las élites económicas. Los investigadores detectaron que las tasas efectivas del impuesto sobre la renta aumentan progresivamente para la mayoría de la población, pero caen drásticamente para multimillonarios y centimillonarios. En proporción, “estas élites pagan menos que muchos hogares con ingresos modestos”.

Como respuesta, el documento respalda la propuesta de un impuesto global del 3% a menos de 100.000 personas ultra ricas, capaz de recaudar 750.000 millones de dólares al año, equivalentes al presupuesto global en educación de los países de ingresos bajos y medios. Los autores son claros: reducir la desigualdad es una decisión política que requiere voluntad, no capacidad técnica.
Hacia una economía más justa
La desigualdad de riqueza en el mundo ya no es solo un desafío económico: es una amenaza directa a la estabilidad social, la cohesión democrática y la sostenibilidad planetaria. Los datos del informe revelan que vivimos en un sistema donde la riqueza extrema se consolida mientras las oportunidades para la mayoría se reducen, alimentando desigualdades que se transmiten entre generaciones y entre países.
Superar esta brecha implica transformar el sistema tributario global, fortalecer los mecanismos redistributivos, ampliar la inversión pública en educación y salud y crear instituciones internacionales que vigilen la desigualdad con el mismo rigor con el que hoy se monitorea el cambio climático. Las herramientas existen; como concluye el informe, el verdadero reto es la voluntad política. Sin ella, la desigualdad seguirá siendo la mayor barrera para un futuro justo y sostenible.







