Durante décadas, el debate climático estuvo marcado por una creencia rígida: que el desarrollo de un país dependía inevitablemente de cómo aumentaban sus emisiones de carbono. Sin embargo, un nuevo estudio publicado antes del décimo aniversario del Acuerdo de París demuestra que esta narrativa está quedando atrás gracias a políticas climáticas más sólidas, inversiones estratégicas y un cambio profundo en la manera en que las naciones producen y consumen energía.
Según The Guardian, hoy, la mayoría de las economías avanzadas y emergentes han comenzado a romper ese vínculo. El fenómeno, conocido como “desacoplamiento”, está transformando la visión mundial sobre el progreso y abre un escenario donde el crecimiento económico puede coexistir con reducciones significativas en las emisiones. Este hallazgo redefine qué significa prosperar en un mundo con límites planetarios cada vez más claros.
El nuevo rumbo del crecimiento económico
Un análisis de la Unidad de Inteligencia Energética y Climática (ECIU) revela que el 92% de la economía mundial ha disociado el crecimiento económico del incremento en las emisiones basadas en el consumo. Este cambio ha sido especialmente acelerado desde 2015, marcando un punto de inflexión en la implementación de políticas climáticas coherentes y de largo plazo.
Países como Brasil, Colombia y Egipto forman parte del 46% del PIB mundial que ha logrado crecer mientras reduce emisiones. Aunque las historias son distintas entre regiones, la tendencia es clara: la descarbonización empieza a consolidarse como una estrategia competitiva y no solo ambiental.

China: El giro que cambia el tablero global
El caso de China destaca por su impacto global. Aunque sus emisiones por consumo aumentaron un 24% entre 2015 y 2023, este valor representa menos de la mitad del ritmo de su economía, que creció más del 50%. En los últimos 18 meses, las emisiones chinas se han estabilizado, lo que lleva a muchos analistas a creer que el gigante asiático podría estar tocando su punto máximo.
Si China, el mayor emisor del planeta, logra mantener esta tendencia, podría marcar un precedente transformador. Su transición hacia energías más limpias y menor dependencia del carbón envía una señal poderosa al resto del mundo sobre la viabilidad del desacoplamiento.
Países que avanzan y países que retroceden
En total, 21 países han mejorado de manera significativa durante la última década. Australia, Emiratos Árabes Unidos, Egipto, Italia, México y Sudáfrica figuran entre las naciones que lograron expandir sus economías y, al mismo tiempo, disminuir sus emisiones de forma constante.
Sin embargo, también hay ejemplos en sentido contrario. Nueva Zelanda, Letonia, República Dominicana, El Salvador y Azerbaiyán habían logrado desacoplar antes de 2015, pero volvieron a depender de combustibles fósiles posteriormente. Estas variaciones muestran que el progreso no es lineal y que las transiciones energéticas requieren mantener esfuerzos sostenidos.

Los efectos del Acuerdo de París
Desde la firma del Acuerdo de París, las emisiones globales han mostrado una desaceleración histórica: el crecimiento anual pasó de 18.4% en la década previa al acuerdo a solo 1.2% desde 2015. Esto demuestra que los compromisos climáticos, aun imperfectos, sí están generando cambios estructurales en la economía global.
La meta de limitar el calentamiento “muy por debajo de los 2 °C” también ha modificado la planificación de gobiernos, empresas y organismos internacionales. Gracias a ello, las proyecciones de calentamiento para finales de siglo han caído de 4 °C a 2.6 °C, un avance significativo aunque aún insuficiente.
El crecimiento económico en tiempos de transición energético
El desacoplamiento ya no es un fenómeno aislado: es una tendencia que se extiende a economías grandes y pequeñas, impulsando un crecimiento económico más sostenible. Países como Estados Unidos, Japón, Canadá y la mayoría de la Unión Europea han logrado mantener reducciones constantes de emisiones durante más de dos décadas, pese a cambios políticos y económicos.
Incluso en contextos adversos —como el intento de revertir políticas ambientales en Estados Unidos durante la administración de Donald Trump—, las emisiones no lograron regresar a niveles previos. Esto confirma que las transiciones energéticas, una vez encauzadas, tienden a consolidarse.

El mundo se encuentra en un momento decisivo. La desaceleración de las emisiones y la creciente desvinculación entre desarrollo y contaminación indican que un futuro más limpio es posible, siempre que se mantengan esfuerzos ambiciosos durante la próxima década. La transformación no solo es ambiental: también redefine qué significa progreso en el siglo XXI.
Como afirma John Lang, autor del informe de ECIU, estamos entrando en una fase de “preacondicionamiento” antes del declive estructural de las emisiones. Si esta tendencia continúa, podríamos presenciar un punto histórico en la relación entre desarrollo y planeta. El desafío ahora es mantener el impulso, asegurar que más países se sumen al desacoplamiento y garantizar que el crecimiento económico del futuro esté alineado con un clima estable y seguro para todas las personas.







