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Conferencias virtuales: un cambio que reduce 94% las emisiones y 90% el consumo energético

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La pandemia de COVID-19 no solo alteró rutinas laborales y dinámicas sociales, también obligó a repensar industrias completas. Una de las más impactadas fue la de eventos y congresos, que durante décadas se construyó alrededor del encuentro presencial, los viajes constantes y la ocupación intensiva de grandes recintos. De un día para otro, ese modelo se volvió inviable y la tecnología pasó de ser un complemento a convertirse en el eje central.

Este giro abrupto abrió una conversación más profunda sobre el impacto ambiental de reunir a miles de personas en un solo lugar. Más allá de la emergencia sanitaria, surgió una pregunta de fondo: ¿era sostenible volver exactamente al mismo esquema? La experiencia acumulada durante esos meses permitió medir algo que antes apenas se intuía: el enorme peso climático que tenían los encuentros presenciales y el potencial transformador de los formatos digitales.

Una industria global con una huella poco visible

De acuerdo con Eco-Bussines, antes de la pandemia, la industria de eventos era un motor económico de escala global. Solo en 2017, los eventos empresariales movilizaron a 1.500 millones de participantes de 180 países, generando billones de dólares en gasto y millones de empleos. Este dinamismo, sin embargo, llevaba consigo una huella ambiental que rara vez se discutía de forma abierta.

Traslados aéreos, hospedaje, montaje de infraestructura, alimentos y consumo energético convertían a cada gran conferencia en un pequeño ecosistema intensivo en carbono. Estudios recientes estiman que esta industria llegó a emitir volúmenes comparables a los de países enteros, una cifra que pone en perspectiva la urgencia de replantear sus prácticas.

Conferencias virtuales y el impacto climático real

Un estudio publicado en Nature Communications puso números concretos a lo que muchos intuían. Al trasladar los eventos de salas físicas a plataformas digitales, se puede reducir la huella de carbono hasta en un 94 % y el consumo de energía en un 90 %. Las emisiones restantes provienen principalmente del uso de electricidad en los hogares, una fracción mínima frente al modelo tradicional.

Este hallazgo posiciona a las conferencias virtuales no solo como una solución coyuntural, sino como una herramienta climática con efectos medibles. En un contexto donde cada tonelada de CO₂ cuenta, cambiar la forma de reunirnos se vuelve una decisión estratégica y no solo operativa.

El modelo híbrido como punto de equilibrio

Para quienes consideran irremplazable el encuentro cara a cara, el formato híbrido surge como una alternativa intermedia. De acuerdo con la investigación, permitir que una parte de las personas asista de manera presencial y otra se conecte en línea puede reducir la huella ambiental en dos tercios, manteniendo más del 50 % de participación física.

Además, este esquema abre la puerta a decisiones complementarias con alto impacto: sedes bien conectadas, distancias cortas de traslado y servicios de alimentación de origen vegetal. El resultado es un evento más consciente, sin renunciar por completo a la experiencia presencial que muchos valoran.

Accesibilidad, tiempo y nuevas formas de participar

Más allá del factor ambiental, los formatos digitales revelaron beneficios sociales relevantes. Una encuesta de Nature mostró que 74 % de las personas consultadas apoyaban la continuidad de estos encuentros tras la pandemia, principalmente por accesibilidad y reducción de costos.

Eliminar barreras económicas, geográficas o de movilidad amplía la diversidad de voces en los espacios de diálogo. A ello se suma el ahorro de tiempo y la reducción del estrés logístico, elementos que influyen directamente en la calidad de la participación y el bienestar de quienes asisten.

Conferencias virtuales como nuevo estándar posible

Un ejemplo claro de esta transición fue el Congreso Mundial de la Naturaleza de la UICN en Marsella, que combinó miles de asistentes presenciales con una participación digital significativa. El balance fue positivo: mayor alcance, inclusión de personas que no podían viajar y una experiencia que, según sus organizadores, llegó para quedarse.

La experiencia demuestra que el reto no es técnico, sino creativo y organizacional. Diseñar espacios de networking efectivos y dinámicas participativas exige más planeación, pero también abre oportunidades para innovar en cómo se construyen las comunidades profesionales.

El tiempo como variable climática clave

Desde una perspectiva global, el potencial de reducción es significativo. Realizar eventos en línea o híbridos podría evitar entre 0,13 y 5 gigatoneladas de CO₂ equivalente, contribuyendo de forma tangible a los compromisos climáticos internacionales. En un escenario donde el presupuesto de carbono es limitado, cada ajuste suma.

Extender el margen de acción frente al calentamiento global incluso por un año puede marcar la diferencia. Cambiar la forma en que compartimos conocimiento, debatimos y tomamos decisiones colectivas se convierte así en una palanca concreta para ganar tiempo.

La transformación de la industria de eventos dejó de ser una respuesta de emergencia para convertirse en una conversación estratégica. Los datos muestran que repensar los formatos de encuentro no implica sacrificar impacto o calidad, sino redefinirlos desde una lógica más coherente con los retos ambientales actuales.

El futuro no será completamente digital ni un regreso acrítico al pasado. Estará en encontrar el equilibrio entre conexión humana, innovación tecnológica y responsabilidad climática. En ese cruce, la manera en que elegimos reunirnos dice mucho sobre el tipo de desarrollo que estamos dispuestos a impulsar.

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