Mientras la demanda de alimentos y la presión sobre los recursos naturales crecen de forma alarmante en el mundo, también aumentan las propuestas innovadoras, las cuales son esenciales para transformar la manera en que producimos y consumimos. Una de las más sorprendentes y prometedoras viene de un recurso que hasta ahora ha sido visto únicamente como un problema: los excrementos humanos. Según información de The Guardian, a través de un tratamiento especializado, este material puede convertirse en biocarbón, una herramienta con el potencial de impulsar la agricultura sostenible y cerrar ciclos de nutrientes que hoy dependen de procesos contaminantes y costosos.
El biocarbón no solo representa una fuente de fertilizantes naturales, sino que también funciona como sumidero de carbono, contribuyendo a mitigar el cambio climático. Su uso podría reducir la dependencia de minerales finitos y fertilizantes sintéticos, cuyas cadenas de producción implican altos costos energéticos y graves impactos ambientales. Más allá de su función técnica, esta solución se enmarca en la lógica de la economía circular, un paradigma que aprovecha lo que antes se consideraba desecho para generar valor y resiliencia en los sistemas agrícolas.
Biocarbón: una solución innovadora para impulsar la agricultura sostenible
El biocarbón es un tipo de carbón vegetal obtenido al someter materia orgánica a altas temperaturas en condiciones controladas. Cuando se produce a partir de excrementos humanos sólidos, no solo se obtiene un fertilizante natural rico en nutrientes, sino que también se evita la liberación de contaminantes presentes en los lodos de depuradora. El proceso puede reducir el peso y el volumen de los desechos en un 90 %, facilitando su transporte y aplicación.
Según un estudio publicado en PNAS, el biocarbón a partir de excrementos podría cubrir hasta el 7 % del fósforo que se utiliza anualmente en el mundo. Si se añaden nutrientes extraídos de la orina, las cifras ascienden a 15 % para el fósforo, 17 % para el nitrógeno y 25 % para el potasio. Estas cifras muestran que el biocarbón puede ser un aliado estratégico para impulsar la agricultura sostenible, disminuyendo la presión sobre recursos minerales limitados.

Una de las ventajas clave es la capacidad de ajustar la composición del biocarbón a las necesidades de cada cultivo. Esto evita problemas como la eutrofización, que ocurre cuando los nutrientes en exceso llegan a ríos y lagos, provocando proliferación de algas y pérdida de oxígeno en los ecosistemas acuáticos. Además, reduce el crecimiento de malezas, lo que contribuye a una producción agrícola más equilibrada y eficiente.
El profesor Johannes Lehmann, autor principal del estudio, subraya que el valor del biocarbón va más allá de la agricultura, ya que fortalece la economía circular y ofrece a los países una forma de reducir su dependencia de fertilizantes importados. Esto se traduce en mayor autonomía y resiliencia frente a crisis globales.
Reducción de impactos ambientales y climáticos
La agricultura es responsable del 25 % de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, y buena parte de esta cifra proviene de la producción y uso de fertilizantes sintéticos. El proceso Haber-Bosch, utilizado para producir amoníaco, consume grandes cantidades de energía y genera más CO₂ que el transporte aéreo y marítimo combinados.
La extracción de fósforo y potasio también implica daños considerables. El fósforo, obtenido de roca fosfórica, deja paisajes degradados y genera subproductos radiactivos. Por su parte, la extracción de potasio contribuye a la salinización de suelos y a la contaminación del agua dulce. En este contexto, reciclar nutrientes a partir de residuos humanos representa una oportunidad concreta para impulsar la agricultura sostenible reduciendo al mismo tiempo los impactos ambientales asociados.
El biocarbón permite capturar carbono de forma estable, lo que significa que este no regresa a la atmósfera durante décadas o incluso siglos. Este atributo lo convierte en una herramienta doble: mejora la fertilidad del suelo y actúa como medida de mitigación climática.

Implementar esta tecnología de forma masiva no solo supondría una reducción de emisiones, sino que también aliviaría la presión sobre las cadenas de suministro de fertilizantes, que hoy dependen de unos pocos países productores, como Marruecos en el caso del fósforo.
Economía circular y seguridad alimentaria
En la visión de Lehmann y otros investigadores, el aprovechamiento de excrementos para producir biocarbón encaja perfectamente en la economía circular. En lugar de extraer y desechar, este modelo propone recuperar, transformar y reutilizar nutrientes esenciales, asegurando que regresen a los suelos agrícolas sin daños colaterales.
Para muchos países en desarrollo, esta estrategia podría marcar la diferencia entre la dependencia crónica de importaciones y la autosuficiencia agrícola. En un escenario de creciente escasez de minerales y tensiones geopolíticas, impulsar la agricultura sostenible a través de soluciones locales de fertilización se convierte en una cuestión de soberanía alimentaria.
Además, este enfoque contribuye a resolver problemas de justicia ambiental, ya que permite a comunidades vulnerables producir alimentos sin recurrir a insumos costosos y contaminantes. De esta forma, se mitigan también algunos de los factores que impulsan la migración climática, especialmente el colapso de la producción agrícola en regiones afectadas por sequías o degradación del suelo.
El reto principal radica en escalar esta tecnología y establecer sistemas de separación de residuos en la fuente, lo que garantizaría la calidad del biocarbón y su seguridad para la salud humana y ambiental.

Obstáculos y oportunidades para su implementación
Aunque las ventajas del biocarbón son claras, su implementación enfrenta desafíos técnicos, logísticos y culturales. La infraestructura para recolectar, tratar y transformar excrementos en biocarbón aún es incipiente en la mayoría de los países, y requerirá inversiones tanto públicas como privadas para desarrollarse a gran escala.
Existe también una barrera de percepción: el uso de desechos humanos en agricultura sigue siendo un tema tabú en muchas sociedades. Cambiar esta narrativa será clave para lograr aceptación, y ello requerirá campañas de educación y comunicación que muestren los beneficios concretos y la seguridad del proceso.
A nivel político, la inclusión de esta tecnología en marcos regulatorios y estrategias de economía circular podría acelerar su adopción. Integrar el biocarbón en programas de gestión de residuos y en incentivos para prácticas agrícolas sostenibles sería un paso importante para impulsar la agricultura sostenible con base en recursos locales.

Por otro lado, la oportunidad es enorme: transformar un desecho abundante y constante en un insumo agrícola valioso podría generar empleos, reducir la huella de carbono del sector y reforzar la seguridad alimentaria mundial.
Un camino hacia la resiliencia agrícola
Convertir los excrementos humanos en biocarbón representa una de esas innovaciones que cambian paradigmas. Su potencial para impulsar la agricultura sostenible no solo reside en mejorar los rendimientos y cerrar ciclos de nutrientes, sino también en fortalecer la independencia de los sistemas agrícolas frente a mercados globales inestables y recursos finitos.
En la transición hacia un modelo productivo más limpio y equitativo, este tipo de soluciones son esenciales. Invertir en su desarrollo e integración a gran escala podría abrir un nuevo capítulo en la agricultura del siglo XXI, uno en el que los residuos se convierten en aliados y donde la sostenibilidad se construye desde lo que hoy consideramos desecho.







