Cuando líderes y negociadores se reunieron en Belém para la COP30, el mundo ya había atravesado un punto de inflexión. Temperaturas casi récord, olas de calor simultáneas en todos los continentes e inundaciones extremas confirmaron que los impactos del cambio climático dejaron de ser escenarios futuros.
Tal como lo ha expuesto un artículo de TIME, 2025 expuso una realidad fragmentada y muy lejana a un consenso global sólido en materia climática. Mientras algunos países intentaron reforzar compromisos, otros priorizaron intereses económicos inmediatos o se retiraron abiertamente del esfuerzo multilateral, un escenario que redefinió riesgos, oportunidades y el papel del sector privado frente a la crisis climática.
COP30 y la fragmentación de la agenda climática en 2025
La COP30 estaba llamada a marcar un nuevo rumbo para la acción climática global. Sin embargo, la ausencia de un acuerdo para eliminar gradualmente los combustibles fósiles evidenció los límites políticos del multilateralismo climático. La presión de países productores de petróleo y gas diluyó uno de los temas centrales del debate.
Este resultado no fue un hecho aislado, sino el reflejo de la agenda climática en 2025: avances parciales, compromisos condicionados y una creciente dificultad para alinear objetivos ambientales con intereses económicos nacionales. El consenso global se volvió más frágil justo cuando los impactos climáticos se intensificaron.
Esta fragmentación plantea un desafío estratégico. La falta de señales claras desde la política internacional obliga a las empresas a definir posturas propias, más allá de los marcos regulatorios mínimos.
Así, la acción climática comenzó a depender menos de acuerdos globales y más de decisiones descentralizadas. Estados, ciudades, inversionistas y empresas asumieron un rol más activo, aunque desigual, en la transición climática.

Estados Unidos: retrocesos políticos y límites económicos
La llegada de Donald Trump a la presidencia en enero confirmó muchos de los temores del sector climático. La paralización de la energía eólica marina, el recorte al apoyo de vehículos eléctricos y el ataque a la ciencia climática marcaron un giro político contundente. Estados Unidos optó por desmarcarse de la cooperación climática internacional.
No obstante, la realidad económica introdujo matices. El crecimiento acelerado de los centros de datos de IA disparó la demanda energética, y las energías renovables se consolidaron como la opción más barata para las empresas de servicios públicos. Incluso en un entorno hostil, la lógica del mercado mantuvo viva parte de la transición.
Este escenario híbrido tuvo efectos claros en la agenda climática en 2025. Las emisiones estadounidenses no disminuyeron como se esperaba, sino que tendieron a estabilizarse. Al mismo tiempo, la influencia del país en la gobernanza climática global se debilitó de forma notable.
Para las empresas, el mensaje fue contundente: la acción climática ya no puede depender de un solo actor global. La resiliencia de las estrategias ESG exige anticipar cambios políticos abruptos y sostener compromisos de largo plazo.

Energías limpias, adaptación y un nuevo equilibrio climático
Mientras Estados Unidos retrocedía, otros actores aceleraron. China se consolidó como una superpotencia de tecnología limpia, incrementando de forma exponencial sus exportaciones de células solares y reduciendo costos a mínimos históricos. Para los países en desarrollo, las energías renovables se volvieron una opción económicamente irresistible.
Este avance ocurrió en paralelo a un aumento dramático de los desastres climáticos. Inundaciones, incendios y olas de calor impulsaron un giro hacia la adaptación climática. Proteger infraestructura, sistemas productivos y comunidades pasó a ser una prioridad inmediata.
Durante 2025, el debate entre mitigación y adaptación se reconfiguró. Expertos coincidieron en que ambas estrategias son indispensables, pero que la capacidad de adaptación se reduce drásticamente en escenarios climáticos más severos. La agenda climática en 2025 dejó claro que el costo de no actuar se acumula rápidamente.
Para las empresas con enfoque en responsabilidad social, esto implica integrar la adaptación en la gestión de riesgos, la planificación financiera y las cadenas de suministro. El clima dejó de ser un tema reputacional para convertirse en un factor estructural del negocio.

Un punto de no retorno para la acción climática
El año 2025 redefinió la acción climática no por grandes acuerdos, sino por la suma de crisis, retrocesos y avances desiguales. La ausencia de consensos sólidos evidenció que la gobernanza climática global atraviesa un momento crítico, marcado por intereses nacionales y presiones económicas.
En este contexto, la agenda climática en 2025 trasladó una parte sustancial de la responsabilidad al sector privado. Para las empresas comprometidas con la RSE, el desafío ya no es solo reducir emisiones, sino adaptarse, innovar y sostener la acción climática incluso cuando el liderazgo político flaquea. El tiempo, como advirtieron los expertos, ya no juega a favor.







