Todo comenzó con una carta y una pregunta incómoda: ¿qué sentido tiene acumular fortunas inconmensurables si no se destinan al bien común? En 2010, Bill Gates, Melinda French Gates y Warren Buffett decidieron que ya era hora de cambiar el rumbo de la filantropía global. Así nació Giving Pledge, un compromiso moral que invitaba a los multimillonarios del mundo a donar al menos el 50% de su riqueza durante su vida o al morir.
Más de 250 personas de 30 países respondieron al llamado. Escribieron cartas públicas, compartieron sus motivaciones y se unieron a una comunidad con una visión ambiciosa: movilizar recursos sin precedentes para resolver los grandes problemas del mundo. Quince años después, la pregunta vuelve, más fuerte que nunca: ¿cuántos millonarios cumplieron el Giving Pledge?
Un compromiso que conmovió… pero no se concretó
Desde su inicio, el Giving Pledge fue más que una campaña: fue un movimiento moral. Warren Buffett afirmó: “Reconozco lo absurdo de que tanta riqueza esté concentrada en manos de una sola persona, y creo que lo único responsable que se puede hacer con una fortuna de este tamaño es regalarla”. Pero lo que nació como un acto de conciencia, se diluyó con el tiempo entre fundaciones privadas, deducciones fiscales y la velocidad imparable de la acumulación de capital.
Según el informe “The Giving Pledge at 15”, solo 9 millonarios cumplieron el Giving Pledge. De los 57 firmantes originales en EE.UU., apenas una pareja viva, Laura y John Arnold, ha donado efectivamente la mitad de su fortuna. Entre los fallecidos, solo ocho cumplieron. El caso más notable es el de Chuck Feeney, quien dio todo antes de morir, viviendo sus últimos años en un apartamento modesto, sin lujos, pero con una profunda paz interior.
Una red de ideales, más que de acciones
Giving Pledge también funcionó como red de inspiración. Los donantes compartieron causas, se reunieron para colaborar, y fundaron espacios como el Next Gen, un grupo que hoy agrupa a más de 300 herederos de filántropos, de entre 18 y 75 años, que buscan continuar el legado. Melinda French Gates, al unirse en 2010, lo resumió con una frase de su padre: “No hay problema más grande que nosotros”.
Sin embargo, la inspiración no siempre se tradujo en acción. Muchos firmantes optaron por canalizar sus donaciones a fundaciones propias o fondos que actúan más como depósitos que como motores de impacto.
Se estima que el 80% de los 206 mil millones de dólares donados hasta ahora han quedado en fundaciones, con ritmos de desembolso muy por debajo de lo esperado.
La paradoja de la riqueza: donar sin dejar de crecer
En estos quince años, el patrimonio de muchos firmantes ha crecido más rápido de lo que han donado. De los 57 estadounidenses que firmaron en 2010, 32 siguen siendo multimillonarios, y su fortuna conjunta aumentó 283%. En términos reales, eso significa que cumplir el Giving Pledge se vuelve cada vez más inalcanzable, no por falta de recursos, sino por el sistema que permite que el capital se multiplique incluso mientras se dona.
¿El resultado? Una filantropía de alto perfil, pero de bajo impacto. Grandes titulares, muchos eventos, conferencias inspiradoras, pero pocas transferencias efectivas de recursos hacia las causas urgentes: el cambio climático, la seguridad alimentaria, la salud, la educación.
El costo fiscal de la filantropía privada
Si todos los firmantes vivos cumplieran hoy con su promesa, se liberarían 367 mil millones de dólares para causas sociales. Pero también implicaría una pérdida de hasta 272 mil millones en recaudación fiscal para el Estado. El sistema actual permite a los donantes deducir hasta el 74% de sus donaciones, lo cual genera una paradoja: la filantropía puede debilitar las finanzas públicas al trasladar decisiones colectivas a manos privadas.
Esto no solo es un dilema técnico. Es una cuestión ética: ¿debe el futuro de la educación, la salud o la investigación depender de la voluntad de unos cuantos?

De la generosidad personal al poder estructural
El informe advierte sobre un fenómeno preocupante: la consolidación de fundaciones familiares que no solo donan, sino que también concentran poder, influyen en políticas públicas y moldean agendas globales. Es lo que algunos expertos llaman la filantropía del siglo XXI: más que generosidad, es estrategia.
Si bien el Giving Pledge ayudó a cambiar normas filantrópicas y generar conexiones entre donantes, su falta de mecanismos vinculantes lo ha convertido, en muchos casos, en un gesto simbólico más que en una transformación real. El hecho de que tan pocos millonarios cumplieron el Giving Pledge expone las grietas de un modelo basado en la autorregulación.
¿Y ahora qué? Un llamado al rediseño de la filantropía
El informe del Institute for Policy Studies propone medidas claras: establecer reglas más estrictas para las fundaciones, aumentar los porcentajes mínimos de desembolso anual, y fomentar donaciones directas a organizaciones operativas. Pero también hay un mensaje profundo: volver a poner en el centro el concepto de “dar mientras se vive”, como hizo Chuck Feeney.
Bill Gates lo dijo en su carta de compromiso: “Me honra formar parte de esta comunidad de personas que resuelven problemas”. La pregunta hoy es: ¿puede una comunidad resolver problemas si no cumple su promesa?
Cuando las cartas no bastan
Las cartas públicas, las promesas y las buenas intenciones no bastan si el dinero no se mueve. Quince años después, la gran lección del Giving Pledge es que no se trata solo de donar, sino de entender el poder que implica donar, y actuar con responsabilidad y transparencia.
La filantropía del futuro no puede descansar en compromisos morales sin seguimiento. La verdadera pregunta no es cuántos millonarios cumplieron el Giving Pledge, sino cuántos están dispuestos a cambiar un sistema que les favorece. Solo entonces podremos hablar, realmente, de un legado transformador.







