En 2018, durante una conferencia del Instituto Milken, una conversación inesperada abrió camino a una nueva visión sobre inversión climática. Una familia interesada en destinar su capital a causas sostenibles preguntó algo que, en ese momento, parecía una simple ocurrencia: “¿Estás buscando unicornios climáticos?”. La respuesta, aunque no inmediata, terminaría por acuñar un concepto con potencial transformador: el gigacornio.
De acuerdo con Sustainable Brands, el término cazador de gigacornios no surge de la ciencia ficción ni de Silicon Valley, sino de la necesidad urgente de alinear inversión, innovación y acción climática. Representa a quienes buscan startups capaces de evitar o eliminar al menos mil millones de toneladas de carbono (una gigatonelada) y, al mismo tiempo, lograr valoraciones superiores a los mil millones de dólares. ¿La meta? Un equilibrio entre retorno financiero y descarbonización masiva.
Gigacornios: más que startups millonarias
Un gigacornio es mucho más que una empresa valorada en mil millones de dólares. Es una firma con impacto climático medible, diseñada para cambiar la economía desde sus cimientos. La lógica es simple: si una startup puede reducir mil millones de toneladas de carbono, su valor trasciende lo económico.
A diferencia de los unicornios tradicionales, cuya atención gira en torno al crecimiento acelerado y la disrupción del mercado, los gigacornios priorizan el impacto ambiental a gran escala. Se convierten en catalizadores de transformación estructural, desde la movilidad hasta la agricultura, pasando por la industria pesada.
Así, el rol del cazador de gigacornios toma forma: no solo identifica oportunidades de inversión climáticamente positivas, sino que apuesta por soluciones que transformen sistemas completos. Su radar no apunta a lo más popular, sino a lo más urgente.
El cazador de gigacornios: optimismo con estrategia
El cazador de gigacornios no es un inversionista común. Su brújula combina ética climática, visión tecnológica y agilidad financiera. Sabe que resolver la crisis climática requiere repensar todo: cómo nos movemos, cómo producimos alimentos, cómo construimos ciudades.
Este perfil profesional nace del optimismo climático. A diferencia del enfoque fatalista, el cazador de gigacornios cree que es posible diseñar un mundo descarbonizado, y que hacerlo es rentable. Su objetivo no es solo mitigar daños, sino escalar soluciones con beneficios económicos, sociales y ambientales.
La clave está en reconocer que cada crisis ambiental trae consigo oportunidades de negocio responsable. Gigacornios exitosos no solo generan valor comercial, sino también comunitario y ecológico. Invertir en ellos es apostar por una economía regenerativa.

Reimaginar el mundo, una inversión a la vez
La descarbonización total no es un ideal lejano, sino un camino con múltiples entradas. Desde edificios hasta fábricas, pasando por camiones y granjas, todo debe rediseñarse. Para lograrlo, se necesitan empresas con tecnologías escalables y modelos de negocio ambiciosos.
Es ahí donde el cazador de gigacornios desempeña un papel esencial. Su trabajo consiste en detectar esas semillas de cambio antes de que florezcan. Analiza, evalúa, arriesga y financia ideas que, de consolidarse, podrían cambiar las reglas del juego global.
Como lo señala el fondo ClimateIC, menos del 1 % de las más de 500 empresas que evalúan al año reciben inversión. Pero cuando una de ellas logra escalar, su impacto se mide en gigatoneladas de CO₂ evitadas o eliminadas. Eso es pensar en grande.
Invertir con propósito: rentabilidad y regeneración
Una de las críticas comunes a la inversión de impacto es la supuesta baja rentabilidad. Sin embargo, los datos de fondos como ClimateIC desmienten esa narrativa. Con una tasa interna de retorno del 25% y un retorno esperado de 2.5 veces sobre el efectivo invertido, los gigacornios demuestran que el rendimiento climático puede ser tan alto como el financiero.
Esto es fundamental para atraer capital convencional hacia soluciones verdes. Si el cazador de gigacornios logra demostrar que invertir en descarbonización genera utilidades, abrirá las compuertas del capital privado hacia la transformación estructural del planeta.

La sostenibilidad, entonces, deja de ser filantropía para convertirse en estrategia. Y esa es la narrativa más poderosa que podemos construir: una donde el bien común también sea buen negocio.
El desafío del financiamiento: muchas ideas, poco capital
Hoy existen más de mil fondos dedicados o vinculados a la inversión climática. Aun así, no es suficiente. La mayoría de los gigacornios potenciales aún espera por financiamiento. La brecha entre lo que se necesita y lo que se invierte sigue siendo alarmante.
Aquí también se necesita una nueva generación de cazadores de gigacornios. Personas capaces de movilizar recursos, conectar actores y escalar soluciones. No basta con identificar empresas prometedoras; hay que crear un ecosistema que las impulse.
La urgencia climática exige velocidad, pero también dirección. No se trata solo de hacer algo, sino de hacer lo correcto a gran escala. Los gigacornios, por definición, nacen para cumplir esa doble función: impacto climático y escalabilidad.
Más allá del gigacornio: ¿y si pensamos en decacornios?
Aunque el término gigacornio es ya ambicioso, existen iniciativas que van más allá. Algunos actores comienzan a hablar de megacornios (empresas que podrían evitar millones de toneladas de CO₂) o incluso decacornios (con potencial de 10 mil millones de toneladas).
Este tipo de pensamiento exponencial no solo es deseable, sino necesario. La magnitud de la crisis climática exige soluciones que actúen a escala global. Si bien estas empresas aún son pocas, su potencial es inigualable.
El cazador de gigacornios, entonces, debe mantenerse en constante evolución. No basta con detectar al siguiente unicornio verde; se trata de imaginar lo que aún no existe y preparar el terreno para que florezca. Su mirada está en el horizonte, pero sus decisiones cambian el presente.

Una economía que respira
Convertirse en cazador de gigacornios es asumir un compromiso con el futuro. No se trata solo de invertir capital, sino de construir una nueva narrativa: una en la que la descarbonización no es un costo, sino una oportunidad de valor compartido.
La transición a una economía baja en carbono requiere innovación, audacia y cooperación. Y, sobre todo, necesita personas decididas a apostar por lo improbable. Porque si los unicornios alguna vez fueron mitos, hoy los gigacornios pueden ser realidad.
En esta nueva era, cazar gigacornios no es un lujo. Es una urgencia que puede redefinir cómo entendemos el éxito, la inversión y la responsabilidad ante el planeta.







