Durante años, la electromovilidad ha sido presentada como la solución definitiva para reducir la huella ambiental del transporte. La imagen de vehículos eléctricos deslizándose silenciosamente por las calles, sin emitir humo ni ruido, ha seducido tanto a consumidores como a gobiernos. Pero más allá del escaparate verde, la realidad es mucho más compleja.
Detrás de cada automóvil eléctrico hay una cadena de suministro pesada, opaca y contaminante. Si bien estos vehículos evitan emisiones durante su uso, las emisiones asociadas a su fabricación—particularmente en la producción de acero y aluminio—son considerables. La electromovilidad, por sí sola, no basta. Hace falta transformar toda la industria desde sus cimientos.
Electromovilidad: el espejismo del auto limpio
La electromovilidad ha logrado avances importantes en la reducción de las emisiones operativas del transporte, que representa aproximadamente el 12% de las emisiones globales. Sin embargo, al cambiar el tipo de propulsión, el epicentro del impacto ambiental se ha desplazado: ya no es el tubo de escape, sino la cadena de producción.
Para 2040, se estima que hasta el 85% de las emisiones de un vehículo provendrán de la obtención de materias primas necesarias para su fabricación. Esto incluye minerales para baterías, pero también materiales tradicionales como el acero y el aluminio. Así, la electromovilidad enfrenta una disyuntiva: reducir su huella sin comprometer su promesa.
La industria no puede limitarse a reemplazar motores de combustión por baterías eléctricas. Necesita repensar sus procesos, sus insumos y su modelo de negocio completo, si de verdad quiere convertirse en una alternativa ecológica integral.

El peso oculto del acero y el aluminio
En el camino hacia la electrificación, los materiales pesados se convierten en protagonistas silenciosos del problema ambiental. Para vehículos de combustión interna, el acero y el aluminio representan entre el 45% y el 65% de las emisiones de producción. En los eléctricos, la cifra también es significativa: entre el 25% y el 40%.
Curiosamente, los fabricantes de vehículos eléctricos generan mayores emisiones por estos materiales que sus contrapartes tradicionales. Esto se debe, en parte, a la necesidad de aligerar estructuras para compensar el peso de baterías. Se utilizan más aleaciones, pero no siempre más sostenibles.
Aunque algunos fabricantes están explorando nuevas combinaciones y fuentes recicladas, la mayoría de estos esfuerzos aún se encuentra en fase experimental. Sin una estrategia clara y una cadena de suministro aliada, el potencial de mejora queda limitado.
Transparencia: el gran pendiente de la electromovilidad
Evaluar el verdadero impacto ambiental de un vehículo requiere mirar más allá del producto final. En este sentido, las acciones de los fabricantes aún son insuficientes. De las 51 empresas automotrices más importantes en China, solo el 25% ha establecido objetivos claros para reducir emisiones de alcance 3, es decir, las que se generan en su cadena de suministro.
Además, menos de la mitad de los fabricantes de vehículos eléctricos publican información detallada sobre las emisiones derivadas de su proceso productivo. Esta falta de transparencia impide a reguladores, inversionistas y consumidores evaluar el verdadero progreso en sostenibilidad.

La electromovilidad no puede construirse sobre cifras opacas ni promesas vacías. Requiere trazabilidad, auditoría y un compromiso auténtico por parte de toda la industria para integrar la sostenibilidad desde el origen.
Las barreras técnicas y económicas de la descarbonización
Uno de los principales retos para descarbonizar la cadena de valor es la dificultad de obtener datos precisos de los proveedores. Los factores de emisión son inconsistentes y muchas empresas carecen del conocimiento técnico para reducir su impacto, especialmente en la producción de acero y aluminio.
A esto se suma un problema de costos: las alternativas con bajas emisiones, como el aluminio reciclado o el acero verde, son significativamente más caras. Además, aún no existe una definición estandarizada sobre qué materiales pueden considerarse verdaderamente sostenibles.
Estas barreras internas se ven reforzadas por una débil presión externa. Muchos sistemas de evaluación ESG no contemplan a fondo la cadena de suministro, y los consumidores rara vez exigen productos con menor huella de carbono. La motivación para cambiar sigue siendo baja.
Políticas públicas y oportunidades emergentes
Pese a los desafíos, hay señales de cambio. En China, el gobierno ha comenzado a implementar políticas que incentivan la reducción de emisiones en toda la cadena de valor automotriz. Se han expandido los mercados de carbono y se promueve la certificación de productos ecológicos.
Por ejemplo, los fabricantes de acero y aluminio han sido incluidos en el mercado nacional de carbono, lo que les obliga a internalizar sus emisiones. También se están desarrollando estándares de contabilidad y plataformas de divulgación para mejorar la trazabilidad de la huella de carbono.
Estas iniciativas representan una oportunidad para que los fabricantes de vehículos eléctricos adopten un enfoque más integral. Ya no se trata solo de “vender autos verdes”, sino de construir ecosistemas de producción con bajo impacto ambiental.

El rol de los consumidores y la reputación verde
En un mundo donde la percepción importa, las marcas de automóviles han capitalizado el discurso ambiental para posicionarse como líderes en sostenibilidad. Sin embargo, sin acciones medibles y verificables, corren el riesgo de ser acusadas de greenwashing.
Los consumidores, por su parte, juegan un rol clave. A medida que aumenta la conciencia sobre las emisiones durante el ciclo de vida del producto, también crece la presión para ofrecer información clara, confiable y completa. La demanda por autos verdaderamente sostenibles podría transformar el mercado.
En este sentido, la electromovilidad necesita evolucionar de una narrativa aspiracional a una estrategia de impacto real. Invertir en cadenas de suministro limpias ya no es opcional: es el único camino viable hacia una movilidad verdaderamente ecológica.
Del motor verde a la cadena verde
La electromovilidad es una promesa poderosa, pero incompleta. Mientras sigamos ignorando la huella ambiental de sus procesos de producción, estaremos cambiando un problema por otro. Para que los vehículos eléctricos sean realmente sostenibles, deben ir acompañados de una revolución en la cadena de suministro.
Esto implica invertir en materiales reciclados, exigir transparencia a los proveedores, adoptar estándares claros y trabajar con gobiernos para establecer incentivos efectivos. También exige un cambio cultural: pensar en sostenibilidad no como un accesorio, sino como el motor mismo del negocio.
Solo así podremos decir, con certeza, que la electromovilidad es sinónimo de ecología. Pero para eso, todavía nos falta camino por recorrer.







