La inequidad en el emprendimiento sigue siendo una de las brechas más persistentes dentro del ecosistema de innovación, donde el género determina no solo las oportunidades de financiamiento, sino también cómo se interpreta el desempeño previo.
Un estudio de la Oficina Nacional de Investigación Económica (NBER) de 2025 derriba los argumentos tradicionales que justificaban la desigualdad y muestra que, incluso cuando hombres y mujeres crean exactamente las mismas startups, las consecuencias del fracaso no son iguales, pues al analizar a cofundadores que trabajaron juntos en empresas idénticas, se comprobó que, tras un fracaso, las mujeres tenían un 30 % menos de probabilidades de obtener inversión para su siguiente proyecto.
Incluso cuando lograban conseguir inversión, el estudio evidencia que recaudaban un 53 % menos que sus cofundadores. Estos hallazgos dejan ver que aunque el mercado presume meritocracia, los datos apuntan a un sesgo estructural profundamente arraigado, por lo que se requiere de una revisión urgente de cómo la industria valora —o devalúa— la experiencia de las mujeres emprendedoras.
Cuando el fracaso impulsa a ellos, pero frena a ellas
La teoría del emprendimiento sugiere que el fracaso fortalece: los tropiezos enseñan, generan resiliencia y preparan para el siguiente éxito. De hecho, investigadores como Paul A. Gompers, de Harvard, afirmaban que el mercado recompensa la experiencia de los fundadores, incluso si su startup ha fallado. Sin embargo, esta interpretación se aplica casi exclusivamente a los hombres.
Según el estudio del NBER, en la práctica, la inequidad en el emprendimiento se evidencia en cada decisión de inversión. Las emprendedoras que vuelven a intentarlo tras una caída tienen un 22 % menos de probabilidades de recibir capital riesgo, aun cuando compartieron el fracaso y las responsabilidades con un cofundador hombre. La falta de capital no solo limita las probabilidades de éxito: también hace menos probable que las mujeres continúen emprendiendo en el futuro.
Lo más revelador es que, entre quienes sí levantan fondos, ellas recaudan 31 millones de dólares menos en cinco años. Incluso después de un éxito, la brecha permanece: las mujeres tienen 27 % menos probabilidades de recibir financiamiento para su siguiente empresa y obtienen 28 millones menos en promedio, pese a haber participado exactamente en el mismo logro. Las cifras muestran un patrón que no se explica por desempeño, sino por prejuicio.

Sesgos que castigan a las mujeres y premian a los hombres
La inequidad en el emprendimiento no surge por diferencias en habilidades, experiencia o industrias, como muchos argumentaban. El diseño metodológico del estudio elimina estas excusas: compara a cofundadores que partieron de las mismas ideas, los mismos sectores y el mismo historial. La única variable que cambia es el género.
Los investigadores profundizaron en los datos y concluyeron que los inversores reaccionan de manera distinta ante el fracaso según si proviene de una fundadora o un fundador. Los autores señalan que las respuestas del mercado “no pueden explicarse simplemente actualizando estadísticas sobre la calidad de las emprendedoras”, sino que revelan un sesgo en la forma en que se interpreta su desempeño. Esto afecta tanto a emprendedoras primerizas como a quienes han tenido trayectorias destacadas.
Más alarmante aún es el efecto indirecto. Si un inversor vive un fracaso reciente con una startup fundada por una mujer, las probabilidades de que financie a otra emprendedora en los cinco años siguientes caen entre 6.7 y 7.5 puntos porcentuales. Es decir, el sesgo personal se convierte en una penalización colectiva que impacta a todas las mujeres del ecosistema, aunque no estén relacionadas entre sí.

El costo económico de frenar el talento femenino
El impacto de esta dinámica va más allá de las trayectorias individuales. La inequidad en el emprendimiento tiene un efecto sistémico: limita la innovación, reduce la diversidad de ideas y afecta el crecimiento económico. Invertir menos en mujeres significa perder productos, servicios y modelos de negocio que podrían transformar sectores enteros.
Sin embargo, el estudio revela una contradicción contundente: pese a recibir menos capital, las fundadoras tienen mejores tasas de éxito en sus emprendimientos posteriores.

Esto demuestra que los inversores no solo subestiman el potencial femenino, sino que pierden oportunidades valiosas por seguir prejuicios arraigados. Mientras tanto, los hombres reciben un “premio al fracaso”: sus operaciones crecen un 5 % tras salidas fallidas.
Este trato desigual perpetúa un círculo vicioso. Menos capital implica menor crecimiento; menor crecimiento se interpreta como menor capacidad; y esa percepción se usa para justificar futuras decisiones de inversión. Romper este ciclo requiere cambios profundos tanto en la industria como en las políticas de financiamiento.
Inequidad en el emprendimiento como barrera estructural
La brecha de género en el acceso a capital riesgo no es accidental: es estructural. El mercado sigue premiando narrativas masculinas asociadas con “visión”, “audacia” y “riesgo”, aun cuando los datos desmienten estos supuestos. La evidencia del NBER demuestra que los inversores continúan evaluando a las fundadoras a través de estereotipos que penalizan su desempeño y minimizan su potencial.
Esto no solo impacta la diversidad del ecosistema emprendedor, sino que frena la competitividad global. En una economía basada en innovación, ignorar al 50 % del talento no es solo injusto: es estratégicamente absurdo. Las cifras prueban que las mujeres emprendedoras ofrecen retornos sólidos a pesar del trato desigual, lo que debería obligar a repensar la manera en que se construye la confianza entre inversores y fundadoras.

Romper el círculo del sesgo
La evidencia es clara: la inequidad en el emprendimiento no se debe a falta de talento, sino a prejuicios que distorsionan la evaluación de las mujeres. El fracaso fortalece a los hombres porque el sistema está diseñado para interpretarlo como aprendizaje; debilita a las mujeres porque se usa para justificar dudas sobre su capacidad. Este doble estándar frena trayectorias, limita oportunidades y reduce la innovación global.
Para cerrar esta brecha se necesitan políticas de inversión con enfoque de género, métricas transparentes de evaluación y una revisión crítica de los sesgos en la asignación de capital. No se trata de favorecer a las mujeres, sino de dejar de castigarlas. La innovación requiere diversidad, y el crecimiento económico no puede permitirse seguir perdiendo talento femenino por prejuicios de otra época.







