La jornada del martes 11 de noviembre en la COP30, celebrada en Belém, Brasil, pasó de la tensión al caos. Decenas de manifestantes irrumpieron en el área restringida de la cumbre climática de la ONU para denunciar los impactos de la crisis climática sobre sus territorios y su salud. Con pancartas, tambores y gritos de protesta, exigían ser escuchados por los líderes reunidos en el recinto principal.
De acuerdo con el medio France24, el incidente puso en evidencia el descontento creciente entre las comunidades más afectadas por el cambio climático, particularmente las indígenas y rurales, que sienten que sus voces siguen siendo secundarias en las negociaciones internacionales. A pesar del despliegue de seguridad, los manifestantes lograron traspasar las barreras y acceder al vestíbulo principal de la sede, generando enfrentamientos con el personal de seguridad de la ONU.
Protestas en la COP30: el reclamo de comunidades invisibilizadas
Las protestas en la COP30 reflejan una tensión latente: quienes más sufren los efectos de la crisis climática son también quienes menos son escuchados. Los manifestantes, en su mayoría provenientes de comunidades amazónicas, coreaban consignas como “Nuestra tierra no está en venta”, recordando que detrás de cada política ambiental hay territorios y vidas en riesgo.
Mientras las delegaciones diplomáticas buscaban concluir la jornada, los gritos y empujones tomaron por sorpresa al personal del evento. Las fuerzas de seguridad improvisaron barreras con mesas, pero los manifestantes consiguieron pasar y ocupar el vestíbulo. Minutos después, fueron desalojados; el saldo fue un guardia herido y algunos daños materiales.
La respuesta oficial y el llamado al diálogo
En un comunicado, un portavoz de la ONU confirmó el incidente y aseguró que las negociaciones no fueron suspendidas. “El lugar está totalmente asegurado y las conversaciones continúan”, afirmó. Las autoridades brasileñas y de Naciones Unidas abrieron una investigación sobre lo ocurrido.
Sin embargo, el episodio plantea preguntas más profundas: ¿qué tan abiertas están las cumbres internacionales al diálogo con las comunidades que viven el cambio climático en carne propia? Las protestas en la COP30 podrían interpretarse no solo como un acto de rebeldía, sino como un grito desesperado de quienes sienten que el tiempo se agota.
El papel de los pueblos indígenas en la COP30
El presidente Luiz Inácio Lula da Silva había destacado a las comunidades indígenas como actores clave en esta edición de la COP. Días antes, decenas de líderes amazónicos habían llegado a Belém en barco para exigir mayor participación en la gestión de los bosques y la preservación de sus territorios.
Entre ellos, el reconocido líder Raoni Metuktire reiteró la necesidad de empoderar a los pueblos originarios:
“No queremos ser espectadores de las decisiones sobre nuestra tierra; queremos ser parte de ellas”.
Sus palabras cobran aún más fuerza tras los disturbios, que revelan una profunda desconexión entre los discursos de inclusión y la realidad del terreno.
Crisis climática y salud en la Amazonía
En la Amazonía, los efectos de la crisis climática ya no son una amenaza futura: son una realidad cotidiana. La región enfrenta sequías históricas, incendios recurrentes y un aumento de enfermedades respiratorias y transmitidas por mosquitos. “Viví décadas en Belém y nunca tuve dengue; ahora todo el mundo lo contrae”, dijo la doctora Lena Peres, manifestante y especialista del Ministerio de Salud.
Su testimonio ilustra cómo el calentamiento global está transformando la salud pública en la región. Las temperaturas más altas y los cambios en los ecosistemas favorecen la propagación de virus y agravan la vulnerabilidad de las poblaciones más pobres.
Más que una irrupción, un síntoma global
Las escenas vividas en Belém no son un hecho aislado, sino el reflejo de una creciente frustración global ante la lentitud de las acciones climáticas. Las protestas en la COP30 recordaron que las decisiones tomadas en estos foros tienen consecuencias directas sobre la vida de millones de personas, y que el diálogo sin inclusión puede detonar respuestas desesperadas.

El costo humano de la inacción
La irrupción de los manifestantes en la COP30 no solo puso a prueba los protocolos de seguridad, sino también la capacidad del mundo para escuchar. Tras el caos y las imágenes virales, queda una lección: sin justicia social y sin participación comunitaria, la transición climática será incompleta.
La cumbre continúa, pero el mensaje de Belém resuena más allá de sus muros: no hay sostenibilidad posible sin las voces de quienes viven la crisis en primera línea. Escucharlas no es una concesión, es una obligación moral y política.







