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RSE… y construir relaciones

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Por: Josep M. Lozano

En los últimos años, la cuestión de la RSE ha ocupado progresivamente un espacio relevante en el análisis de las prácticas empresariales. Con todo, y lo constato reiteradamente en clases y conferencias, a veces la sensación de mucha gente es la de encontrarse ante una sopa de letras difícil de digerir. Por eso es tan importante poner el foco no tanto en lo que se dice, sino en de qué se habla. La misma Comisión Europea lo ha intentado poniendo el acento en el impacto de las actuaciones y decisiones empresariales. Los impactos (o las consecuencias): he ahí un componente inexcusable de la responsabilidad.

Aunque no se suele reconocer así, muy a menudo, cuando se habla de RSE, tanto si se pretende enaltecerla como relativizarla, se hace desde una perspectiva dualista. Una perspectiva que opone la dimensión económica de la empresa («los resultados») a la dimensión social («la responsabilidad»). Esta perspectiva es compatible con un gran interés por la RSE, pero como algo añadido a la actividad empresarial propiamente dicha. Como si la viabilidad económica no formara parte de la responsabilidad. Y de la RSE. Pero este dualismo tiene otra cara, en la que se suele reparar menos: en nombre de la RSE a veces se proyectan exigencias hacia la empresa que desbordan su especificidad como institución económica y que ignoran algunos requisitos básicos de su funcionamiento.

En este marco se hace necesario un serio esfuerzo para pensar la RSE en términos de interdependencia. Hoy la responsabilidad corporativa no se reduce a las consecuencias de lo que las empresas hacen, sino que se refiera a la manera como las empresas se sitúan y actúan con su entorno. La RSE se refleja en los valores y criterios que orientan a las empresas en todas sus relaciones.

Por eso creo que debemos ir más allá, y ser conscientes que no es posible la RSE sin innovación social. En la nueva sociedad emergente la empresa deberá aprender a construir su propia legitimidad (puesto que ya no le vendrá dada, ni por la ley ni por la ideología), y deberá decidir cómo quiere ser reconocida. Y esta legitimidad pasa por la capacidad empresarial para dialogar con los actores y los grupos sociales. Por la capacidad de construir relaciones. Algo que va más allá de simplemente medir y controlar impactos.

Hace unos años, en un contexto totalmente distinto, hizo fortuna el título de un libro: “del anatema al diálogo”. Pues bien, creo que hoy deberíamos hablar del paso de la negociación al diálogo. Y del diálogo a la innovación en clave de proyectos. Este criterio no viene dado por una visión especulativa o moralizante sobre como deberían ser las cosas. Viene dado por el tipo de problemas y de cuestiones que tenemos entre manos: hay problemas y cuestiones que no nos piden negociaciones (a ver quién puede más, calcula mejor y aprieta más a fondo), sino diálogo (a ver quien es capaz de situar los problemas en una perspectiva más amplia).

El diálogo entre los diversos actores –sin caer en aquella bella fantasía de lo multistakeholder- debe redundar en un incremento del capital social. Esto no significa que vayan a desaparecer los conflictos, diferencias y tensiones, sino que es posible incrementar la confianza y el arraigo en un entorno social; y que es posible intensificar unas relaciones de reconocimiento mutuo no orientadas a la confrontación. Se ha dicho gráficamente que a las empresas no sólo les interesa ser «elegibles» por los inversores. En la sociedad del conocimiento, donde atraer el talento es crucial, también deben ser «elegibles» como espacios profesionales y valoradas como lugares donde resulta gratificante, en todos los sentidos, trabajar. Y también deben ser «elegibles» como vecinos. Una empresa, a largo plazo, no puede operar de espaldas a la comunidad donde está situada o ignorando sus expectativas porque, más allá de los requisitos legales, la comunidad redefine continuamente la «autorización» para la actuación de las empresas.

Por eso, creo que en el futuro no hablaremos sólo de la RSE en términos de impactos, sino también en términos de construcción de relaciones.



Josep M. Lozano

Profesor del Departamento de Ciencias Sociales e investigador senior en RSE en el Instituto de Innovación Social de ESADE (URL). Sus áreas de interés son: la RSE y la ética empresarial; valores y liderazgos en las organizaciones; y espiritualidad, calidad humana y gestión. Ha publicado sus investigaciones académicas en diversos journals. Su último libro es La empresa ciudadana como empresa responsable y sostenible (Trotta) Otros de sus libros son: Ética y empresa (Trotta); Los gobiernos y la responsabilidad social de la empresa (Granica); Tras la RSE. La responsabilidad social de la empresa en España vista por sus actores (Granica) y Persona, empresa y sociedad (Infonomía).

Ha ganado diversos premios por sus publicaciones. Fue reconocido como Highly commended runner-up en el Faculty Pionner Award concedido por la European Academy of Business in Society i el Aspen Institute. Ha sido miembro de la Comissió per al debat sobre els valors de la Generalitat; del Foro de Expertos en RSE del MTAS; del Consejo Asesor de la Conferencia Interamericana sobre RSE del BID; y de la Taskforce for the Principles for Responsible Business Education del UN Global Compact. En su página web mantiene activo un blog que lleva por título Persona, Empresa y Sociedad

Blog RSE de la Universidad Complutense de Madrid

1 COMENTARIO

  1. Me parece una reflexión muy necesaria. Pues, en efecto, tendemos a mirar sólo los resultados hacia el exterior, olvidando que en el interior de las empresas también están sucediendo cosas. Construir y mantener relaciones saludables, es también un eje de la responsabilidad social.

    Gracias por invitar a pensar sobre esto.

    Saludos cordiales,

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