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La revolución de las solteras y su imparable fuerza

Mujer vía shutterstock
Mujer vía shutterstock

No se si se han dado cuenta pero, últimamente, abundan reportajes y artículos que cantan las excelencias de la vida de los sin pareja, además de innumerables libros y algunas películas como Mejor solteras (2016), en la que Dakota Johnson –que da vida al papel de Alice– harta de los latigazos de Christian Grey saborea la vida sin cadenas ni ataduras. El mercado proporciona también productos para solitarios: agencias de viaje para singles, cruceros, webs de contactos o nuevos espacios habitables, que combinan la independencia de tener el propio apartamento con la ventaja de que éste se englobe en un entorno común, con servicios compartidos. Es el caso del co-living space, Old Oak, que se abrirá este mayo en el este de Londres o de WeLive, en el epicentro financiero del mundo, Wall Street. Alone together, (Basic Books, 2012) el libro de Sherry Turkle, que hace posible esta contradicción por obra y gracia de la tecnología, es también la nueva consigna. Estamos hablando, por supuesto, de una tendecia creciente en el mundo Occidental, que ya hemos visto, gracias a este vídeo que se ha hecho viral en S Moda, que en otros lugares como China lo de estar soltera es casi una maldición.

Según apunta The Washington Post, en el 2015 más de la cuarta parte de las casas de EEUU contenían una sola persona, mientras que en 1940 esa proporción era solo del 7%. De acuerdo con BBC News, los últimos datos de la Office for National Statistics, revelan que el 51% de la población inglesa y de Wales es soltera, aunque si descontamos a las parejas que viven sin estar casadas, la cifra baja al 40%. En España, el INE confirma que el número de hogares unipersonales es del 25%, uno de cada cuatro, pero está cifra va en aumento. Por el momento, los integrantes de esos hogares son sobre todo hombres menores de 65 y viudas en la tercera edad; aunque el número de mujeres que viven solas ha crecido en el último año –un 2,6 %–, mientras el de varones en la misma situación se ha reducido en un 0,6%. Pero además, el ritmo de crecimiento de los hogares unipersonales habitados por menores de 65 años es cinco veces mayor que el de los formados por mayores de esa edad.

Somos animales sociales y nos mantenemos más sanos y felices si vivimos acompañados. Esta fue la letanía que escuchamos durante décadas, pero ahora que nos comunicamos por email con el compañero de trabajo que tenemos enfrente y que podemos tener sexo sin hijos e hijos sin sexo, los lazos sociales, inherentes a la raza humana, parecen haberse rediseñado; mientras nuestro supuesto bienestar físico y psíquico, derivado de nuestra vida en pareja, se pone también en entredicho. Bella DePaulo es psicóloga y científica de proyectos de la Universidad de California, Santa Bárbara; además de una de las más fervientes estudiosas y abanderadas de la vida en soledad, que defiende en libros y blogs como Living Single, de Psychology Today; Single at Heart, de PsychCentral y All Things Single (and More). Su última obra, How We Live Now: Redefining Home and Family in the 21 Century (Atria Books, 2015), se añade a otros títulos anteriores como Lo mejor de ser soltero (Babelcube Inc., 2015) o Solteros señalados: cómo son estereotipados, estigmatizados e ignorados y aún son felices (Babelcube Inc., 2015).

Lo interesante de DePaulo es que introduce nuevos términos entorno a la soltería, como “single at heart” y “singlism”, que sirve para denominar la marginación que sufren los que no están casados. Según cuenta esta psicóloga a S Moda, “los solteros tienen más dificultades, ya que viven en una sociedad que celebra el matrimonio. Esto es así en muchos países, incluidos los Estados Unidos. Aquí la gente que está oficialmente casada recibe 1.000 beneficios (fiscales, sociales, laborales) más que los que obtienen los solteros. Aunque se puede tener hijos fuera del matrimonio, la mayor parte de las sociedades esperan que las parejas casadas tengan descendencia”.

Como apunta Jorge García Marín, sociólogo, profesor de la Universidad de Santiago de Compostela y miembro del Centro de Investigación de Género de dicha universidad, “Engels sostenía que el concepto de familia actual está muy ligado al capitalismo y sistema de producción, por lo que no es extraño que si el capitalismo se redefine, esta idea haga lo mismo. Una de las características de la postmodernidad es el individualismo. Con el fin de las utopías de los años 70, se acentúa el carácter hedonista, de vivir el presente y no complicarse mucho la vida. Es lo que Zygmunt Bauman, uno de los sociólogos contemporáneos más influyentes, llama la modernidad líquida. El ser humano se adapta a la nueva realidad como un liquido a su envase y los vínculos humanos son cada vez más frágiles, duran cada vez menos, como la ropa de Zara”.

Muchas parejas, si su condición económica se lo permite, optan por vivir su amor en pisos separados, aunque pasen juntos los fines de semana. Para algunos, la explicación sería que puesto que, en el fondo, saben que la cosa no durará mucho, ¡para qué embarcarse en proyectos y mudanzas! Otros, sin embargo, como DePaulo, creen que existen personas ‘solteras de corazón’, que no desean ir en contra de su verdadera naturaleza. “La vida de soltero tiene mucho que ofrecer”, asegura esta autora, “cuando estás solo puedes crear la vida a tu medida. Si tienes los recursos para ello, puedes perseguir tus sueños y tratar de trabajar en lo que te gusta. Puedes vivir como quieras, viajar a donde quieras. En vez de tener una sola persona importante en tu vida –tu marido o mujer–, puedes cultivar un círculo de amigos y familiares que te apoyen y a los que apoyar. Muchos solteros de vocación agradecen tener tiempo para ellos mismos. En vez de sentirse desgraciados, cuando están solos se sienten reconfortados”.

Cada vez más mujeres empiezan a engrosar las filas de los solteros de espíritu; aunque, todavía, el término “bachelor” describa a un hombre sin pareja, elegante, inteligente y bon vivant; mientras que el equivalente femenino, “solterona”, carezca de ese glamour y denote a una mala bestia que no ha podido enganchar a ningún hombre. El diario de Brigitte Jones (2001), ahondaba en el histérico día a día de una treintañera soltera, cuyas máximas obsesiones eran adelgazar y encontrar a su media naranja. Si en la nueva versión se divorcia es para volver a encontrar pareja y así cumplir con el obligatorio happy ending. En Y de repente tu (2015), la llegada del hombre y del amor ordenan, al fin, la complicada, alcohólica y promiscua vida del personaje de Amy Schumer, con una errónea idea del concepto de monogamia, y la canción Singles ladies, de la Beyoncé convertida al feminismo, grita en su estribillo “porque si te gustaba eso, deberías haber puesto un anillo en mi dedo”. El mensaje de una sociedad que cambia más lentamente que sus individuos es claro: por muy modernas e independientes que seamos, la felicidad y el merecido descanso a nuestros destrozados nervios viste siempre calzoncillos.

El creciente número de solteras puede tener también grandes implicaciones a nivel social y político, como señala un interesante artículo de The Cut titulado The Single american woman y firmado por Rebecca Traister, que ha publicado también un libro sobre el tema titulado All the single woman. Según esta autora, la mujer soltera norteamericana es uno de los grupos que más influencia va a tener en las próximas elecciones presidenciales de EEUU. Como Traister dice, “para las mujeres menores de 30 años, la posibilidad de casarse es, sorprendentemente, pequeña. Hoy, solo el 20% de las norteamericanas de entre 18 y 29 años están casadas, en comparación con el 60%, en 1960”.

Este numeroso grupo de mujeres solas y votantes, se traduce en nuevas demandas que van encaminadas a objetivos como la igualdad salarial, el permiso familiar pagado (un ingreso parcial que obtienen los trabajadores que se ausentan de su puesto para cuidar a un hijo o familiar), el sueldo mínimo (ellas son mayoría en los trabajos menos remunerados), el derecho al aborto, colegios subvencionados por el estado, un sistema de salud más accesible o derechos reproductivos. Cuestiones que hasta ahora no habían sido decisivas, pero que los partidos políticos y candidatos empiezan a incluir en sus agendas, excepto Donald Trump, que continúa en los años de la guerra fría, por no decir en el pleistoceno.

La autora de este artículo relaciona los periodos en los que las mujeres, especialmente las solteras, tuvieron más protagonismo, con los de mayor avance social. Por ejemplo, tras las dos guerras mundiales en las que los hombres, ocupados en la batalla, dejaron que ellas tomaran momentáneamente los mandos. “La expansión de la población de mujeres no casadas en todas las clases sociales supuso una ruptura política y social tan profunda como la invención del control de natalidad, la revolución sexual, la abolición de la esclavitud, el voto femenino, los derechos civiles, los derechos de los homosexuales o los movimientos obreros, que conformaron la sociedad que hoy conocemos”.

Ni menos comprometidos ni menos felices

Aparentemente, la vida de casado multiplica contactos, familia, amigos y oportunidades para socializar, como nos mostraban las películas del Hollywood de los años 50, en los que el marido vuelve del trabajo a su chalet con piscina, en el que le espera su esposa con un Martini y un evento programado para la tarde-noche. En el siglo XXI los planes quedan relegados al fin de semana y los vertiginosos días laborables de las parejas acaban con una sesión de tele en el sofá. Cualquiera que tenga amigos casados, y sobre todo si estos tienen hijos, sabrá lo difícil que resulta quedar con ellos face to face.

“Generalmente los solteros son los que más siguen conectados con sus amistades, vecinos, hermanos o familiares”, afirma De Paulo. “Cuando la gente se casa se vuelve más insular y se concentra en su núcleo familiar. Es otro concepto erróneo sobre los solteros, el que los dibuja como personas que huyen del compromiso. Muchos de ellos tienen más tiempo libre que lo dedican a los amigos, familiares mayores o, incluso, a hacer algún tipo de trabajo social o voluntario para la comunidad”.

Vivir rodeado de gente y relaciones tampoco asegura una mayor felicidad o bienestar psicológico. Si el concepto de paleodieta -comer como nuestros antepasados del paleolítico- es conocido ya por muchos, ahora viene lo que se empieza a llamar ‘paleofelicidad’. Una nueva filosofía que tiene que ver con vivir algo más apartado de la sociedad, en pequeñas ciudades, sin demasiados amigos y con tiempo para uno mismo. Como explica un artículo de la revista Times, esta idea conecta con lo que dos psicólogos evolutivos; Satoshi Kanazawa, de The London School of Economics and Political Science y Norman Li, de la Singapore Management University, llaman ‘la teoría de la felicidad de la sabana’. En su experimento, en el que participaron 15.000 personas de 18 a 28 años, llegaron a la conclusión de que la gente que vive en zonas muy pobladas se siente menos satisfecha con sus vidas, pero este efecto es todavía más evidente entre aquellos individuos con un alto coeficiente intelectual, que necesitan más soledad e aislamiento que los demás. Estos investigadores explican la teoría de la sabana mediante la premisa de que “el cebero humano se desarrolló satisfaciendo las demandas de un medio como la sabana africana, con una densidad de población similar a la de la Alaska rural de nuestros días, con menos de una persona por kilómetro cuadrado”. Los evolucionistas creen que la sociedad ha cambiado a un ritmo mucho más rápido que nuestra biología, por lo que nuestro cerebro no está todavía preparado para vivir en un dúplex en pleno Manhattan”.

Fuente: El País

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