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El precio social de la ropa

Impacto socialLa tragedia de la fábrica textil de Bangladesh reabre el debate de la responsabilidad de las marcas

El papa Francisco verbalizó en su homilía del Primero de Mayo lo que, seguro, muchos habían pensado. “Me impresionó un titular del día de la tragedia de Bangladesh: ‘Vivir con 38 euros al mes’. Esto es lo que pagaban a los que murieron… ¡Eso se llama trabajo esclavo!”. Tras el primer impacto, todas las miradas se han vuelto, una vez más, hacia las grandes marcas que venden estilosos pantalones vaqueros por 19,95 euros, biquinis a la última por 14,90 o vestidos de cóctel por 39,99. Compañías con enormes beneficios que corrieron a Bangladesh cuando los costes laborales en China empezaron a subir.

Porque el negocio de la confección se traslada a toda velocidad. Bastan unos trabajadores, sus máquinas de coser y un techo. Bangladesh, tan atractivo con el peor sueldo mínimo del mundo (29 míseros euros al mes, varias veces menos de lo que una ONG calculó como necesario para llevar allí una vida decente), se ha convertido en problemático porque el derrumbe de la semana pasada —con más de 500 muertos y 2.500 heridos, incluidos muchísimos mutilados— llega tras otra tragedia en noviembre en Dacca y reabre el debate sobre las condiciones en las que las empresas fabrican la ropa que vestimos.

A Eva Kreisler, coordinadora en España de la red internacional Ropa Limpia, le inquieta especialmente que el edificio Rana Plaza, que colapsó un día después del descubrimiento de grietas, hubiera pasado dos auditorías de empresas occidentales. No es la primera vez. “Eso demuestra que el sistema no funciona, que las auditorías y los códigos de conducta son insuficientes”. La responsabilidad social corporativa (RSC) tiene hace años un lugar destacado en todas las grandes marcas. Y en sus informes anuales.

“Lo esencial es ser coherente. No pedir milagros. La clave es que la relación con el proveedor se consolide en el tiempo”, asegura Macarena Gross, coordinadora de RSC de Hoss Intropia. Ropa Limpia insiste en esa idea: “Las empresas deben abordar la conflictiva lógica de buscar precios más baratos y al mismo tiempo pretender el cumplimiento de unos mínimos laborales”.

Fuentes de los grandes españoles de la confección, Inditex (que fabricó 835 millones de prendas en 2011) y Mango (105 millones), sostienen que solo trabajan con plazos y volúmenes razonables y que está tajantemente prohibido que sus proveedores subcontraten sin permiso. Pero también es cierto que los fabricantes, agobiados por los plazos, subcontratan con tal de cumplir con el pedido, como ha quedado al descubierto en varias tragedias.

Walt Disney, la empresa que más vende vía licencias en el mundo, ha anunciado que abandona Bangladesh. Otras sopesan seguirle, pero las ONG quieren que se queden, den trabajos y salarios dignos y ejerzan presión —ellos que sí tienen el poder— para que mejoren las leyes y se apliquen. La corrupción es cotidiana en Bangladesh, y sus autoridades están ávidas por atraer extranjeros al sector textil, que ha convertido a mucho político en empresario. Es el caso de Sohel Rana, el dueño del edificio, ya detenido.

Es un negocio de 15.000 millones de euros al año que da trabajo (precario o incluso esclavo, pero trabajo) a tres millones de personas, supone el 70% de las exportaciones y el 17% del PIB. “Las compañías que se abastecen aquí y conocen las condiciones tienen que hacer mucho más para asegurarse de que las fábricas de las que se surten cumplen las normas, están bien construidas, correctamente inspeccionadas, tienen salidas de incendios y tratan a sus trabajadores correctamente”, declaró a la BBC Peter McAllister, director de Ethical Trading Initiative, una alianza de empresas, sindicatos y ONG que busca reducir el impacto social y medioambiental de la industria de bienes de consumo.

Fuentes de Inditex, Mango y El Corte Inglés presumen de transparencia, destacan su trabajo de auditoría social, los cursos de formación para trabajadores y otras iniciativas enmarcadas en la responsabilidad corporativa. Aseguran que solo empiezan a trabajar con un proveedor tras una inspección independiente. La suelen hacer empresas externas con personal local. Cuando el taller en cuestión ya cose para ellos, llega la auditoría. Se revisa que no haya trabajo infantil o forzado —por ahí sí que no pasan, recalcan—, los salarios, las horas extras (cuántas y a cuánto se pagan), la salubridad, las salidas de emergencia y, esencial, el derecho a sindicarse y a la negociación colectiva. Aunque sería útil para hacer frente a los poderosos capataces, a menudo es papel mojado. Solo el 1% de los bangladesíes están organizados, según la activista Kreisler. Una fuente del sector menciona que las peleas entre los departamentos de responsabilidad social corporativa y de compras son a menudo feroces. Gross precisa que “la auditoría es una guía, una foto de la situación”.

El Corte Inglés, que admitió que tenía “relación comercial con una de las cuatro fábricas” del edificio derrumbado —como la irlandesa Primark y la canadiense Loblaw— y ha anunciado ayudas de emergencia aún sin detallar, hizo en 2011 el 13% de sus auditorías en Bangladesh, según su memoria de 2011. El taller en cuestión pasó una inspección de Business Social Compliance Initiative (BSCI), otra alianza enmarcada en la responsabilidad corporativa. Una de las medidas que compañías, sindicatos y ONG contemplan para evitar futuros desastres es incorporar inspecciones de las infraestructuras en sus auditorías, según acordaron esta semana en Alemania. Las empresas del sector han recalcado desde que las ocho plantas del Rana Plaza se colapsaron que carecen de la capacidad técnica para evaluar el estado de los edificios. Human Rights Watch recuerda que solo hay 18 inspectores para ocuparse de los 100.000 talleres de la capital. Tras la anterior tragedia —cien muertos—, las ONG promovieron un pacto de seguridad que solo firmaron dos empresas.

Mango, que vinculó las etiquetas halladas entre los escombros con “unas muestras” para la empresa que “aún no se habían iniciado”, fabricó en Bangladesh el 4% de los 105 millones de prendas hechas en 2011 mediante 250 proveedores. Su memoria de 2011 destaca que trabaja con una firma de auditores recomendada por la ONG Setem, impulsora en España de la red Ropa Limpia.

Fuentes de Inditex explican que el año pasado salió de Bangladesh el 6% de sus prendas y que hicieron en ese país 250 auditorías, de las 3.500 totales. Añaden las fuentes que ante los incumplimientos, salvo los gravísimos, se aplican planes correctivos a los proveedores con un plazo tras el que se repite la auditoría. La memoria de 2011 (la última publicada) indica que tienen unos 1.400 proveedores. En torno a un 70% de ellos trabajan para ellos (nunca en exclusiva) hace más de tres años. El 91% de los proveedores examinados sacaron en 2012 una nota de A o B, las mejores en una escala que incluye también C y D, indican desde la sede de la compañía. La memoria de 2011 recoge “los últimos pagos al fondo de pensiones para los damnificados en el colapso de la fábrica Spectrum Garments [ocurrió en 2005 en una subcontrata no autorizada]”. Ropa Limpia quiere que el sistema de indemnizaciones de aquel caso sea ahora el modelo.

Kreisler, la representante de esta red de 300 organizaciones, entre ONG y sindicatos, sostiene que tras dos décadas de trabajo en la denominada responsabilidad social “en muy términos generales, sin entrar en empresas y países concretos, las condiciones laborales no han mejorado en absoluto”. Lo que sí ha cambiado, explica, “es que ya no se escaquean [en caso de tragedia]”. Asumen cierta responsabilidad.

Ropa Limpia hizo hace unos años un durísimo informe, titulado Buscando un apaño, que criticaba las auditorías anunciadas —ahora las hay por sorpresa— o que los capataces instruían a los trabajadores sobre qué responder —incluye el comentario de un jefe en Rumanía que exclama: “¿Quién ha dicho eso? ¡Lo despido!”—. Un trabajador de una fábrica que producía para WalMart y Sears en Kenia describía así las visitas de inspección: “Las auditorías [sociales] tienen más que ver con asegurarse pedidos que con la mejora del bienestar de los trabajadores, por eso los gerentes hacen solo cambios cosméticos para impresionar a los auditores y no mejoran nuestras condiciones”. El informe aseguraba que las marcas más conocidas están desarrollando sistemas auditores más exhaustivos y participativos.

El sindicato IndustriALL, que representa a 50 millones de trabajadores en todo el mundo, recuerda que en una camiseta fabricada en Bangladesh que se vende a 20 euros los costes laborales suponen 1,5 céntimos. Otro dato que impresionaría a Jorge Mario Bergoglio.

Fuente: El País

2 COMENTARIOS

  1. Es impresionante que las marcas no tomen cartas en el asunto. Esta situación se vive en general en todo país que confeccione ropa. Es importante que se regulen principalmente los despachos de tercera parte que se encargan de efectuar estas auditorias. Por casi 10 años de experiencia puedo comentar, que estos despachos no tienen un programa formal de entrenamiento para sus auditores. Carecen de preparación adecuada y de experiencia necesaria para hacer una auditoria confiable. Otra cuestión importante es que cada marca tiene su código de conducta y no acepta una acreditación diferente para permitir trabajar su marca. Esto es así porque de esta manera, las marcas cubren el error de no evaluar a sus despachos tercera parte contratados para hacer sus auditorias y no son expuestos a los ojos de otras marcas o ONG’s. Es necesario tener un código de conducta robusto, estructurado y verificable desde el proveedor que va a coser la prenda, hasta el despacho que va a efectuar las revisiones. En este código de conducta se deben ya incluir aspectos de Responsabilidad Social, enfocada a los stakeholders respectivos y demás aspectos que aún no se han introducido al COMPLIANCE. Este Código de Conducta Global, debería ser aceptado por todas las marcas para unificar criterios y poderlo hacer confiable.
    Saludos

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